Las medidas que viene tomando el Gobierno en materia económica desafían  nuestra capacidad de asombro. En vez de aliviar la actual crisis, la  agravan. La pregunta obligada es, ¿Por qué? Hasta hace poco, las  respuestas tendían a repartirse entre ignorancia, incompetencia o ambas a  la vez. Pero, aunque cuesta creer en una intención deliberada por  arruinar al país, esta explicación asoma ahora como la más verosímil. 
Primero los hechos
Ante el colapso financiero internacional a finales de 2008, el  gobierno venezolano aplicó el freno, agravando los efectos sobre la  economía de la caída en el ingreso petrolero. Pero tampoco es que ordenó  las cuentas fiscales, pues mientras redujo el gasto doméstico, asumió  absurdos compromisos externos en compras multimillonarias de armas  rusas, estatización de empresas extranjeras y mayor endeudamiento. En el  plano interno, arreció el acoso al sector privado, acentuando  regulaciones, multas y confiscaciones de establecimientos productivos.  En tanto, la sobrevaluación resultante de cinco años de paridad fija con  una inflación acumulada cercana a 150% provocó, junto a la destrucción  de capacidad productiva doméstica, una duplicación del peso de las  importaciones en la consumo interno. No obstante, sólo un 58% de estas  importaciones pudo ser financiado con el dólar oficial, recurriéndose al  mercado permuta para el resto, con el consecuente impacto sobre los  precios domésticos. Para mayor alarma, el desvío de reservas  internacionales desde el BCV e ingresos petroleros externos al Fonden,  mermó el respaldo a la moneda local y estimuló la fuga de capitales. 
El año pasado la economía venezolana cayó, según cifras  oficiales, en un 3,3% y, en términos per cápita, en un (-) 4,8%.  Asimismo, cerró con la inflación más alta de América Latina –tercera a  nivel mundial- y con un déficit de más de USA $10 millardos en la  balanza de pagos. La devaluación del 8 de enero, anunciada alegremente  como base de una estrategia exportadora que reactivaría la economía,  fracasó desde el primer día por no acompañarse de medidas que  devolviesen la confianza a los productores. Por demás, el bolívar sigue  sobrevaluado, aun a la tasa oficial de Bs. 4,30 por dólar y mucho más a  la de 2,60. Con tasas de interés pasivas muy por debajo de la inflación  esperada, no es de sorprender que la demanda del “dólar permuta” se  dispare, sobre todo cuando el racionamiento de divisas por parte de  CADIVI parece confirmar que su oferta real es todavía menor de lo que se  pensaba[1]. 
Este año todo indica que Venezuela será el único país de América  Latina cuya economía no crecerá: de hecho, las cifras para el primer  trimestre marcan una caída del 5,8% con respecto a igual período del año  pasado. Se estima una inflación superior al 40%. Aunado a los recortes  eléctricos y las alcabalas administrativas de todo tipo a la actividad  productiva, las oportunidades de negocio en Venezuela se ven bien magras  salvo para aquellos aun pegados a la teta del Estado. 
Posibles explicaciones 
Cualquier análisis sensato llamaría, entonces, a un “vuelvan  caras” en materia económica para detener esta desbarrancada económica y  poder reactivar la actividad productiva. Pero no, el Presidente prefiere  más bien aprovechar la crisis para culpabilizar de “especuladores”,  “burgueses”, a quienes han tenido que recurrir al mercado de permutas y  arreciar sus ataques a empresas emblemáticas, confiscándoles productos  para surtir a Mercal. El intento de reprimir policialmente a las fuerzas  de mercado colocando las transacciones de permuta bajo control del BCV  mientras se anuncian penas draconianas a quienes intenten transar  divisas fuera de los canales oficiales, lejos de bajar el dólar,  alimentará un mercado negro donde su cotización será todavía más cara. 
¿A qué se debe esta actitud suicida del Gobierno? ¿No se da  cuenta que sus dislates en materia económica habrán de pasarle factura  en las venideras elecciones? 
Sin duda mucho se debe a la ignorancia de quienes comandan el  Estado. La abundancia de los ingresos petroleros de los últimos años  hizo creer que no hacía falta apegarse a criterios de racionalidad  económica, alimentando así el voluntarismo caprichoso con que el  Presidente toma sus decisiones. Por otro lado, la baja calificación,  escasa especialización y actitud sumisa de ministros continuamente  “enroscados” desde un puesto a otro, añaden su cuota de ineficiencia.  Pero la obstinación con que se persiste en cometer errores no puede  atribuirse sólo a estas dos condiciones. 
Es menester considerar, además, los efectos del terrible  resentimiento, odios y envidia cobijados en la prédica anticapitalista  de los jerarcas Bolivarianos. No es que no pudieran existir motivaciones  ideológicas en algunas acciones que cercenan la iniciativa privada,  pero debe recordarse que, para lo marxistas, la expropiación de los  capitalistas se concebía como un paso necesario para liberar a las  fuerzas productivas y entregar a los obreros el dominio sobre los  procesos que determinan sus condiciones de vida, v.g., el proceso de  trabajo. Luego de la desastrosa economía de guerra impuesta por el novel  régimen bolchevique, enfrascado en batalla mortal por su sobrevivencia,  Lenin se vio obligado a restaurar las bases de funcionamiento de la  economía de mercado –la Nueva Política Económica (NEP)- para recuperar  la actividad productiva. La saña destructiva con que Chávez arremete  contra la empresa privada apunta a otra cosa. Así lo ilustra la abusiva  toma de la finca Las Carolinas, modelo de gestión productiva, en  venganza contra Diego Arria, y las absurdas acusaciones contra Polar,  cuya motivación no es otra que envidia: es emblema de eficiencia,  capacidad y servicio Y CHÁVEZ NO LA CONTROLA. 
La razón más convincente de la desazón económica reside en las  ansias enfermizas de control de todo líder de vocación totalitaria.  Camelo Mesa Lago, economista cubano estadounidense, narra en un  portentoso libro[2] cómo Fidel se vio obligado en dos ocasiones a una  tímida apertura a la iniciativa privada[3], la primera, influida por los  aires liberadores del Glasnot y la Perestroika, la segunda, por la  imperiosa necesidad de estimular la actividad productiva durante el  espantoso “período especial” de los ’90, luego que desapareciera la  Unión Soviética y, con ello, su ayuda. Como era de esperar, la economía  respondió en ambos casos: de haberse mantenido hubiera mejorado las  condiciones de vida de los cubanos significativamente. Pero una vez  superadas –a los ojos de Fidel- las condiciones que provocaron esta  tímida apertura, se cerró de nuevo la economía bajo el control férreo  del Estado. El liderazgo comunista alegó que no podía permitirse que la  iniciativa privada introdujera “desigualdades” entre los cubanos,  minando la “moral socialista”, pero la verdadera razón era que los  medios de sustento autónomos introducían una cuña en la maquinaria de  control del poder totalitario. El primer paso hacia la libertad personal  es no tener que depender del Estado cubano para ganarse el pan. En la  Venezuela actual, la demolición de empresas privadas reduce los espacios  de actividad autónoma amparada por la Constitución y las leyes: nuestra  vida pasa a depender crecientemente de los dictámenes del Estado, es  decir, de la voluntad de Hugo Chávez. Pero, en esta ofensiva por  controlar todo, ¿La destrucción de la actividad económica privada no  acarrea un costo político demasiado elevado cuando la base de sustento  del Gobierno parece hacer aguas? La increíble irresponsabilidad de  Chávez al querer consolar a sus partidarios declarando que lo que cayó  fue la “economía capitalista” nos da la respuesta: le importa un bledo  el bienestar y las fuentes de empleo de la gente. 
Los regímenes totalitarios buscan implantar un Nuevo Orden que  barra con el “viejo orden podrido”. Cual misión religiosa se asume la  “limpieza” de los elementos considerados indeseables por el intérprete  indiscutido del proceso -el líder máximo- que hagan peligrar su  consecución. De ahí la visión maniquea de una lucha sin cuartel entre un  “nosotros” –identificado con los intereses sublimes de la Patria y con  los valores más nobles del Pueblo-, y un “ellos”, malignos conspiradores  que son expresión de la “anti-patria”. El juego político simplemente no  entra en estas consideraciones. “¿Política? Yo ya no hago política. Me  repugna”, ripostó Adolf Hitler ante los elogios de un subalterno[4]. La  historia atestigua cómo los líderes fascistas se vieron atrapados en la  dinámica de confrontación, de odios e intolerancia, que generó su propia  retórica. En la medida en que se aíslan en su fanatismo y rechazan todo  diálogo con quienes no piensan como ellos, son atraídos fatalmente,  cual mariposas embelesadas por la luz, por una especie de conflagración  final que salde definitivamente cuentas con los que consideran enemigos,  con resultados devastadores para sus respectivos pueblos. Chávez se ha  entrampado actualmente en una confrontación que no tiene otra salida  para él que la represión y la radicalización de su declinante número de  fanáticos. La destrucción de la actividad económica independiente, como  el empeño irracional de acabar con las universidades autónomas, forma  parte de sus designios: no hay cálculo político, ni frenos morales,  éticos, ni mucho menos de índole económica, que detenga su afán  destructivo. Sólo lo parará el cerco de fuerzas democráticas  –simpatizantes o adversarias- capaces de asfixiar la materialización de  sus delirios. 
NOTAS
[1] Entre otras razones cabe señalar las dudas sobre las cifras  oficiales de producción de crudo, lo cual lleva a pensar que los  ingresos petroleras son menores; la hipoteca de ingresos petroleros  futuros para pagar la deuda con China y otros; el financiamiento  generoso de las compras de crudo de países asociados a PetroCaribe que  pospone la entrada de dólares; el mantenimiento –ya insostenible- de  Cuba; la sustracción de divisas para alimentar Fonden; y la imperiosa  necesidad del BCV por acumular mayores reservas. 
[2]Buscando un modelo económico en América Latina, ¿Mercado,  socialista o mixto?: Chile, Cuba y Costa Rica, 2002, Editorial Nueva  Sociedad, Caracas. 
[3] Fueron ampliadas las licencias para los “cuenta-propistas”,  ejercicio individual de servicios personales como la mecánica,  peluquería, técnico de electrodoméstico, etc.; se permitieron los  “paladares”, pequeños restaurantes familiares que no pueden emplear  personal ajeno; y fueron autorizados nuevos mercados campesinos para la  venta de productos no comprados por el Estado. 
[4] Citado en Haffner, Sebastián (2002), Anotaciones sobre  Hitler, Galaxia Gutenburg, Barcelona. Pág.180 
http://www.analitica.com/va/economia/opinion/7387789.asp