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jueves, 24 de junio de 2010

Hiroshima está en todas partes

El hongo que dejó la explosión sobre la ciudad de  Hiroshima.

«Hiroshima está en todas partes»

23 Junio 10 - Germán CANO

Aparece la correspondencia que Claude Eatherly, uno de los pilotos que lanzaron la bomba atómica en Hiroshima, mantuvo con el filósofo Günther Anders

Dentro de la larga lista de capítulos históricos de la infamia humana, el hongo resplandeciente de Hiroshima representa un jalón inigualable, cuando no una metáfora apocalíptica de la destrucción del mundo posibilitada por la técnica. Ríos de tinta se han vertido sobre este punto de inflexión, pero la conversación entre el filósofo Günther Anders y Claude Eatherly, oficial de uno de los B-59 que allanó el camino al «Enola Gay», sigue mereciendo aparecer como uno de los documentos imprescindibles para reflexionar sobre este singular momento de la historia de la humanidad. En realidad sería una gosera simplificación afirmar que «El piloto de Hiroshima. Más allá del límite de la conciencia» gira exclusivamente en torno al problema moral de la culpa individual tras participar en el horror.


Conciencia y patriotismo
El conflicto ético entre un Eatherly asediado por la culpa tras su acción y una sociedad que exime de responsabilidad a sus héroes en aras de reforzar el patriotismo sirve a Anders para reflexionar sobre el valor individual de la conciencia de culpabilidad y poner de manifiesto el punto de ruptura que representa el progreso técnico para la destrucción bélica. Un dato: a raíz de la publicación de esta correspondencia, Günther Anders fue calificado de «comunista» y persona non grata en los EE UU.

«Soy sólo un conservador ontológico, en principio, que trata de que el mundo se conserve para poder modificarlo». Estas palabras pronunciadas por Anders en 1983 en el discurso de agradecimiento por el premio Theodor Adorno, el más alto galardón filosófico alemán, sintetizan a la perfección el sentido de una trayectoria intelectual a contracorriente. Es un gesto simbólico que, aconsejado por su editor, Günther Stern, cambiara su apellido judío por el de Anders («Otro»).

Eclipsado por una brillante generación de intelectuales, incluso por quien fue su mujer, Hannah Arendt, con quien contrajo matrimonio en 1929 y se divorció en 1936, Anders sigue siendo una figura injustamente desconocida en España. Con dieciséis años, Stern fue reclutado como soldado en la Primera Guerra Mundial. Una experiencia que, como a otros, le marcó profundamente y determinó el devenir de una singular conciencia pacifista.

Para Anders, sólo a riesgo de caer en la insensibilidad o, peor, en la más estúpida irresponsabilidad, podemos relegar las «resplandecientes» catástrofes de Hiroshima y Nagasaki a la función de meras notas a pie de página del orgulloso libro histórico de la Humanidad. Si el viejo Kant al mirar el cielo estrellado sentía el fulgor de la dignidad humana, tras la aparición del sol negro nuclear el mundo contemporáneo sólo está seguro de habitar en lo inhóspito.

Desde entonces no han sido pocos los que han añorado ese viejo mundo de inconsciencia en el que el conocimiento de la realidad física no se pagaba con el incremento de destrucción. Y no cabe duda de que la culpa la tiene Hiroshima, una de las imágenes emblemáticas del siglo XX y, por decirlo con las palabras de Elias Canetti, «la catástrofe más concentrada que jamás se ha abatido sobre seres humanos».

Lo interesante es que Anders explica la capacidad de destrucción técnica desde lo que define como «el desnivel prometeico», esto es, como un punto de inflexión de la conciencia ecológica contemporánea que llama la atención sobre un nuevo umbral antropológico –¡la especie humana en su totalidad se descubre como mortal!, afirmaba Paul Valéry– y una honda mutación de la responsabilidad humana. El incremento de la racionalidad instrumental ha impulsado un marco tecnológico fuera de control y, a tenor de este hecho, la inquietante desproporción entre nuestra capacidad de acción y nuestra reflexión moral. El carácter radicalmente nuevo de nuestra situación es «[…] el hecho de que, en cierto modo, podemos “producir” más de lo que somos capaz de “representarnos”; el hecho de que los efectos resultantes de los instrumentos que nosotros mismos hemos producido son tan grandes que ya no estamos preparados para representárnoslos».


El gran «desnivel»
La correspondencia con Eatherly es elocuente en este punto: la incapacidad humana contemporánea para establecer la cone-xión mental –por lo tanto moral y emocional– entre un pequeño movimiento del dedo, a 5.000 metros de altura, y la muerte de 200.000 personas en Hiroshima pone de manifiesto este «desnivel». Leyendo las reflexiones de Anders, uno no olvida cómo el asesinato sistemático en las cámaras de gas obedecía a la misma lógica aséptica. En Hiroshima la avalancha de efectos colaterales y la magnitud de la destrucción proyectaron una larga sombra de dudas sobre un progreso técnico que superaba la capacidad humana de control. En su correspondencia con Eatherly, arrepentido tras su acción, Anders afirma que después de esta experiencia la humanidad estaba condenada a vivir bajo la oscura amenaza de lo monstruoso. «Hiroshima está en todas partes», decía Anders, una de las figuras del movimiento antinuclear de posguerra, junto a Heinrich Böll, el obispo Scharf, el teólogo Gollwitzer y Ernst Bloch y Karl Jaspers. El propio Martín Heidegger llegó a relacionar los relámpagos de Hiroshima y Nagasaki con un antropocentrismo tanto más ciego cuanto más orgulloso de su poder sobre el mundo.


Éxito y tragedia del Enola Gay
Claude Eatherly iba delante, en el avión que abría camino y fue la persona que dio la orden de lanzar la bomba atómica. Los tripulantes del Enola Gay (nombre del B-29 que fue modificado para cargar a «Little Boy», la primera bomba atómica arrojada sobre una población –y la única junto a «Fat man», que luego cayó sobre Nagasaki–) cumplieron. Todos los que participaron en la operación, un éxito según los militares, un desastre para la humanidad, quedaron ese día traumatizados. Les llamaban héroes, pero ellos empezaron a vivir en una pesadilla. Sus biografías se torcieron en una misión en la que, según se dice, no debían mirar hacia atrás.


Título: «El piloto de Hiroshima». Autor: G. Andres y C. Eatherly
Editorial: Paidós. 256 pag. 24 euros

http://www.larazon.es/noticia/3090-hiroshima-esta-en-todas-partes

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