El Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia ha  provocado una polémica que traspasó las barreras nacionales. El hecho de  que afirmara uno de sus colaboradores que Franco no había establecido  un totalitarismo en su país, sino apenas un régimen autoritario, generó  justificadas protestas de los círculos intelectuales y del ciudadano  común. Los sillones de los académicos aún se estremecen por el  terremoto de los comentarios provocados por su diccionario. No se trata  ahora de participar en la trifulca, aunque bien se pudiera debido a los  nexos de nuestra sociedad con aquella en la cual reinó el Caudillo, sino  de referir el asunto de la memoria histórica relacionado con el  episodio y traído a colación hace poco por uno de los representantes más  calificados de la historiografía escrita en castellano: Ángel Viñas.    Especialista en el análisis del gobierno de Franco y en los sucesos de  la Guerra Civil, en lugar de arremeter contra la institución responsable  del debate, llama la atención sobre los problemas que genera la memoria  histórica cuando esta se desarrolla después de un conflicto capaz de  dejar cicatrices indelebles, como es el caso del enfrentamiento  fratricida de los españoles; pero también cuando las partes involucradas  en los dos lados del conflicto tratan de escribir su historia según el  panorama que quieren observar desde atalayas tendenciosas y parciales. 
La  historia escrita desde cualquiera de esas atalayas no guarda relación  con el pasado, especialmente la que escriben los ganadores, afirma Ángel  Viñas, sólo repite una operación de patrañas y clichés semejante a la  ordenada por Stalin en torno a los hechos de la revolución soviética.  Partiendo de tal premisa, el párrafo que dedica a la denominada  historiografía franquista es como sigue, palabras más, palabras menos:  va esencialmente tras el empeño de ocultar los horrores cometidos  entonces por los triunfadores, pero, especialmente, busca la manera de  maquillar los motivos que provocaron el alzamiento contra el gobierno  legítimo de España. La afirmación del colega español sirve para hablar  sobre los empeños de manipulación de la memoria que lleva a cabo el  presidente Chávez, según se tratará de sustentar a continuación. 
La  inexistencia en Venezuela de una guerra como la civil española  impediría un tratamiento del tema de la manipulación de la memoria según  lo maneja Viñas, pero sólo a medias. En realidad aquí no sucedió antes  del advenimiento del chavismo un conflicto susceptible de marcarnos con  heridas sin restañar, como pasó en la Península, pero el Presidente se  ha empeñado en crearlo con su retórica. ¿Cómo reconstruye las  vicisitudes de la segunda mitad del siglo XX venezolano? Como una guerra  de los explotadores contra los explotados, como una calculada  expoliación del pueblo por los adecos y los copeyanos, en alianza con el  tenebroso imperialismo; como una generalizada represión de las mayorías  y como la empecinada negación de los valores fundamentales del  humanismo. 
Los hechos condujeron, de acuerdo con sus machaconas  interpretaciones, al advenimiento de la "revolución". No habla de  batallas campales ni del asalto de ciudadelas, sino de un tipo especial  de combate convenientemente disimulado cuyas consecuencias serían  semejantes a las de las guerras declaradas y libradas a cabalidad. No le  ha ido mal en la operación, hasta el punto de producir, hoy día,  después de la contienda que jamás existió, las muertes, las dentelladas y  las llagas cuya existencia nadie puede negar, pero que no fueron tan  multitudinarias ni tan difíciles de curar.   En el empeño de  manipulación, el Presidente ha llegado a calificar al siglo XX  venezolano como "el siglo perdido de Venezuela", como el tiempo  dilapidado que él viene a recuperar. 
El siglo XX es todo lo  contrario, desde luego, es la fábrica del país que llegó a estar a la  vanguardia de las sociedades del Continente por el repertorio de sus  obras: educación masiva, sanidad cada vez más ampliada y satisfactoria,  establecimiento de la industrialización, liquidación progresiva de las  formas de represión, relaciones políticas cada vez menos erizadas,  libertad de pensamiento, comunicaciones eficientes, grandes obras de  infraestructura, modernización de los servicios, diversificación de las  áreas de esparcimiento, multiplicación de los contactos con el exterior,  adelantamiento científico y tecnológico... no tanto como en el paraíso,  pero tampoco como para que la obra de nuestros padres y de nosotros  mismos sea objeto de una descalificación así de escandalosa e injusta.  Porque eso es exactamente lo que hace la manipulación: negar lo que se  realizó en un período estelar de la historia por quienes fueron nuestros  antecesores más cercanos, pero también por quienes vamos para viejos,  con el único objeto de justificar lo que él pretende hacer con la  sociedad partiendo de la idea poco o nada respetuosa que tiene de sus  miembros. 
Cuando trata el caso español y el desaguisado de la  biografía de Franco, el maestro Viñas habla de la justificación del  futuro a través de la tergiversación del pasado como una tentación que  se convierte en necesidad cuando se asciende al poder por ruta escabrosa  y cuando no se deben dar motivos al escándalo. O cuando alguien quiere  permanecer en el trono por motivos inconfesables, se puede agregar. No  parece que se trate apenas del problema de un diccionario, ni de algo  que sólo incumbe a la Real Academia de la Historia.  
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