La llegada al aeropuerto de Maiquetía es siempre la misma: lo que cambian son las sorpresas internas y el humor de los funcionarios. Esta vez se perfilaba un ambiente hostil, guardias curiosos que me preguntaron más de la cuenta por mi profesión, como si una respuesta cambiara las cosas o los oficios garantizaran algo. A ninguno le dije que era escritor, desempeño poco confiable y provocador
NOTA COMPLETA: París es mucho más que una fiesta, por Karl Krispin