En México hay una  percepción negativa de la política y de los políticos, la cual ha  repercutido en las formas y niveles de participación. Pocos podrán dudar  que frente a las seducciones del poder, quizá sólo nuestros héroes  nacionales hayan sido capaces de resistir su sortilegio.
Únicamente  ellos han tenido las cualidades para personificar la bondad, la  generosidad y la entrega magnánima hacia los demás. Actuaron, nos ha  reiterado la historia oficial, eludiendo cualquier interés avieso.
La  Patria fue su objetivo único y supremo. No es gratuito que, ya  convencidos de que dieron su vida por ella, eliminemos cualquier  sospecha que intente acreditar sus acciones con base en la codicia o la  mezquindad. 
  Nuestra  historia de bronce ha envuelto a nuestros héroes con un hálito casi  sobrenatural que trasciende cualquier esfuerzo por encontrar vínculos  humanos que los identifiquen como ciudadanos comunes y corrientes.
Quizá  por eso los próceres nunca han sido un paradigma de conducta para  quienes heredaron la Patria mexicana y la han considerado su patrimonio.
Concediendo  que los héroes nacionales fueron refractarios al disfrute de los  beneficios que les precisaba el poder, se revolverían en su mortaja al  percatarse que las manos en las que están depositados los destinos de la  nación, por la que ellos lucharon y ofrendaron su vida, son –estos sí-  seres comunes y corrientes, hombres con necesidades, aspiraciones,  deseos e intereses personales.  
  Ante  la inexistencia de héroes, de hombres íntegros y solidarios, y de  instituciones políticas que asuman una verdadera representación social,  el pesimismo nos hace vislumbrar un destino trágico. 
  La  única salida posible, quizá, se encuentra en la consolidación de la  figura del ciudadano. Del individuo consciente de sus derechos y  responsable de sus obligaciones. Hombres capaces de anteponer el fin  colectivo a sus intereses personales. Sabemos que aunque en términos  formales la ciudadanía se adquiere con la mayoría de edad, aquélla debe  ser construida paulatinamente, a través de procesos de formación  culturales, educativos y sociales.
Las capacidades del ciudadano no se agotan con la emisión del voto, eso sería limitar sus verdaderas potencialidades.
  En  momentos de crisis, de agotamiento de las expectativas sociales, han  sido los ciudadanos comunes y corrientes, pero comprometidos y  conscientes de su realidad, quienes han tomado las riendas de su propio  destino y éste lo amplían a la sociedad en su conjunto. Lo podemos ver  buscando aquí y allá, aguantando, resistiendo, tolerando, es una materia  dúctil que por su flexibilidad sorprende.
El cambio y la evolución de las sociedades tienen como protagonistas a personas comprometidas con los otros.
  La  manera más sencilla de contener la presión que sienten los gobiernos  autoritarios y antidemocráticos, es conculcarles los derechos a sus  ciudadanos. Y aun así, organizados, decididos y con la resolución como  arma, estos han logrado acabar con regímenes que han pretendido  perpetuarse en el poder.     
  En  estos procesos, las instituciones políticas han sido rebasadas por los  mismos ciudadanos. No extraña el hecho si se entiende que aquéllas, pese  a sus discursos reivindicatorios, continúan defendiendo los intereses  de unos cuantos y se olvidan de la sociedad que dicen representar. 
  Las  instituciones políticas parecen agotarse en sus prácticas y en la  relación que mantienen con la sociedad. Su revitalización sólo podrá  darse cuando hagan una verdadera labor de limpieza en su interior,  reestructurándose, modificando su perspectiva de la política, dejando a  un lado intereses personales y de grupo, abriendo las puertas a los  ciudadanos comprometidos y estando atentas a cuáles son los intereses  genuinos de la sociedad. 
  La  verdad, la honestidad, la lealtad, la integridad y la generosidad deben  ser los valores fundamentales que rijan la vida de las instituciones  políticas y de sus miembros. Su evolución será un hecho cuando estos,  convencidos plenamente, los lleven a la práctica, cuando dejen de  concebir al poder como un fin en sí mismo, en el instrumento que  apacigua la ambición y la codicia de unos cuantos; y por el contrario,  que su ejercicio  se considere tan sólo un medio para beneficiar  a los otros.
  La  reflexión, el análisis y la autocrítica son tareas pendientes para los  actores políticos, las instituciones y el ciudadano común. Como dijo  Carlos María Martini: “La experiencia muestra que uno no se arrepiente  sino de algo que vislumbra que puede hacer mejor. Se mantiene ligado a  sus errores, quien no los reconoce como tales porque no ve nada mejor  frente a sí y se pregunta entonces por qué debería dejar lo que tiene”.
  Tres Comentarios al Margen
  1.  Invertir poco más de 12 millones de pesos en construir un puente en  donde actualmente hay lo que técnicamente se conoce como vado-puente es  una excelente decisión tomada en el ayuntamiento de Colima.
La  obra es muy necesaria, pues ya ha causado daños severos en el hospital  del IMSS. Ojalá los trabajos se hagan con la necesaria aplicación para  que las obras se hagan con la mayor rapidez posible. Por supuesto, se  requiere una intensa campaña de sensibilización e información, tanto a  los usuarios de esa vía, que somos miles, que a los vecinos del rumbo y a  los dueños de los comercios allí establecidos.
Bien por el alcalde que se decidió a hacer esta obra, pese a las críticas que puede haber al respecto.
  2.  Para los que dijeron que Beatriz no quería a Colima, ayer tuvieron la  prueba de que no es así. La tormenta tropical llamada así, “Beatriz”  vino a refrescar el ambiente y a permitirles a los ayuntamientos y  ciudadanos ahorrar un poco de agua, al mojar intensamente las áreas  jardinadas.
  3. No tener una idea y poder expresarla: eso hace el periodista. Karl Kraus
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