Nota: Este artículo fue escrito la tarde del domingo 14 de abril del 2002 cuando ya Chávez estaba reinstalado en la presidencia de la República. Cómo pronunciaba un extraño discurso y se veían los resultados de los saqueos que sacudían a Caracas, creo que reflejan un momento particularmente angustioso de la historia reciente del país.
Por tanto, quiero traerlo a la memoria de quienes lo leyeron el lunes 15 en TalCual y el martes 16 en Webarticulista. Aunque sea para repasar una intuición que no falló en su cálculo.
A Luis de Lion, amigo, creador de “Webarticulista” y pionero del periodismo digital… Por recordármelo.
Es evidente que el Chávez que regresó ayer no es el mismo que fue sacado a la fuerza de Miraflores la madrugada del viernes y que un Chávez inédito, o por lo menos, inusual, será el Presidente que veremos en acción en las próximas semanas o meses.
Antes que nada tendremos un Chávez débil, muy débil, una brizna del que fueron dejando los sucesos que se iniciaron en noviembre del año pasado, y que en términos de brevísimos cuatro meses, redujeron al régimen al mínimo de su base legal y constitucional.
Catástrofe que comenzó con las masivas manifestaciones que se articularon durante los meses de enero, febrero, marzo y abril; siguió con la actividad de grupos de civiles armados que reprimían pura y simplemente las demostraciones; y culminó la noche del 11 de abril cuando se fracturó la unidad de la FAN y una facción del Ejército procedió a detener y exigirle la renuncia al jefe de Estado.
Aquí se trató sin duda de la escisión del último resquicio de legitimidad del régimen, que aunado a la violación de la Constitución por las bandas de civiles armados que han asumido el papel de guardias pretorianas y la dramática caída del chavismo entre las mayorías venezolanas, configuran la situación de un gobierno que ha sobrevivido, pero en condiciones muy lamentables.
Tal fragilidad empezó a sentirse en la primera aparición de Chávez ante las cámaras después de la tormenta, con un discurso en la vía contraria del que pronunció la fatídica tarde del jueves 11 y con una aceptación de todo lo que antes se le pidió y persistentemente rechazó.
El Chávez de las primeras horas de ayer, en efecto, era un Chávez piadoso, conciliador, samaritano, suplicante, decidido a admitir que las circunstancias que casi lo eyectan del poder podían contarlo entre sus más calificados responsables.
Fue en ese ánimo también que propuso un perdón y olvido de lo pasado, sentarse con sus críticos a corregir políticas, leyes y decretos, aceptar la renuncia de la actual directiva de Pdvsa y restituir las líneas de mando de la empresa a su situación original.
Un San Francisco de Asís, en síntesis, pero en absoluto emanado de las reflexiones que produce un examen de conciencia que busca salidas a una angustia personal, sino de los traumas que produce el dolor, del arrepentimiento que brota de todo el que sintiéndose en las cimas se ve de repente arrojado en el suelo y aun en el subsuelo.
Y es que el emperador Chávez, el jefe indiscutido de la revolución mundial, el líder intocado e infalible quedó en un oscuro calabozo de Fuerte Tiuna, en los forcejeos, que, según él, pasaron por un trato humillante y vejatorio para obligarlo a renunciar.
Escena desgarradora en que fue posible que los militares de los dos bandos aceptaran mantenerlo en el poder pero a cambio de que se enseriara, gobernara como Dios manda, admitiera lo que es de una vez por todas, e iniciara un “vuelvan caras” que le permita recuperar el terreno perdido.
Ese fue, por lo menos, el Chávez que vimos y oímos en la mañana de ayer y que seguramente veremos en las próximas semanas y meses.
Un Chávez regañado, vapuleado, pidiendo clemencia y en disposición de aprender la lección.
Aprendizaje en el cual es muy importante acostumbrarse a comportarse como un títere, como la herramienta de otros, ya que en política perder el poder y recuperarlo por la intervención de otros, siempre significa pagar costos altos, altísimos.
“La revolución”, entonces, será ahora más que nunca cosa de militares, de los favores que se le pagan a los leales, a los compinches, para que no vuelvan a abandonarnos en las condiciones difíciles.
Tal ocurrió la noche del 11, cuando hasta los amados Rincón y Rosendo, corrieron a estamparle el beso de Judas. Bien está que para jugarle un engaño cruel a sus captores, pero también para ponerse a resguardo si era que el contragolpe no funcionaba.
Pero igualmente hay que pagarle a otros menos exigentes, pero igualmente fieles, como esas bandas armadas de civiles que salieron el día de la reconquista a apoyarlo en las calles, y a reclamar el botín.
Tal cual ocurre en estos instantes de la mañana del domingo, cuando Caracas es saqueada por los cuatro costados y la fuerza pública, si es que aparece, es para “colaborar”.
Situación irregular que está arreciando la división en la FAN, enfrenta a los golpistas chavistas y antichavistas y confirma alrededor del teniente coronel la sospecha de que es apto para todo, menos para gobernar.
Entre tanto una atmósfera de reconquista cunde por todo el país, con más y más opositores replegados en su dolor, pero convencidos de que la hora del fin sólo está un poco lejos.
Artículo publicado en el diario “TalCual”, lunes 15 abril 2002
http://venezuelanoticia.com/2010/04/12/manuel-malaver-regreso-de-chavez/