José María Aznar posa para ABC en FAES / IGNACIO GIL
Actualizado Domingo , 28-03-10 a las 08 : 27
Verano de 1989.
Manuel Fraga recibe en su residencia de verano de Perbes a cuatro compañeros de partido —Federico Trillo, Rodrigo Rato, Juan José Lucas y Francisco Álvarez Cascos—, empeñados en convencer al ya veterano líder de que el mejor candidato para romper el techo electoral de la derecha (entonces, dos millones de votos) se llama
Aznar López, de nombre José María. Pero Fraga tiene otra carta en la manga: Isabel Tocino. En la reunión hay más de un grito, más de un exabrupto. Nada parece convencer al terco gallego. Los cuatro integrantes de la delegación vuelven a Madrid con la seguridad de que han mordido en hueso. Sin embargo, horas después, Aznar, desde Quintanilla, les comunica que Fraga le ha llamado y ¡eureka! le ha propuesto que dirija el partido. Quien esto cuenta es uno de los cuatro embajadores que prefiere no revelar su identidad. A él, como a sus tres acompañantes, el centro-derecha español le debe no haber perecido contra el iceberg de la indolencia, tan ligada a la suerte de los conservadores en la historia de España.
Aquel joven tocado con la varita del triunfo cumplió hace un mes 57 años. Y lo hizo a miles de kilómetros de casa. No pudo celebrarlo con su familia. Difícil hacerlo cuando se pasan 224 días de los 365 que tiene el año, lejos de España, oreando ideas y propuestas fraguadas en
FAES (Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales), institución que preside y que es uno de los «think tank» no americano más prestigiosos del mundo. O visitando a Margaret Thatcher para anunciarle la concesión del II Premio que otorga el vivero ideológico del PP.
Aznar y Fraga, el 31 de marzo de 1990, en el X Congreso del PP
José María Aznar López (Madrid, 1953) era un treintañero padre de tres hijos cuando fue elegido presidente del PP. El más pequeño, Alonso, tan sólo tiene dos años cuando su padre pisa Sevilla el 31 de marzo de 1990, con el objeto de hacerse con las riendas de un partido que hace aguas en manos de Hernández Mancha. Un par de años antes, a Ana Botella le había asistido en el parto del pequeño Alonso el ginecólogo Javier León de la Riva, actual alcalde de Valladolid y entonces consejero de Sanidad del pujante Gobierno de Castilla y León. Ahora, a la familia le toca hacer las maletas y viajar a Madrid. «Entonces, pretendíamos poner en marcha una alternativa real al socialismo, algo que parecía casi imposible», dice un Aznar evocador de un tiempo incierto pero feliz.
El ex presidente dedica uno de los últimos días de este marzo, entre viaje y viaje, a posar para ABC en su despacho madrileño, poco antes de salir para Washington, desde donde defenderá las palabras de Mayor Oreja sobre ETA. Es momento de rememorar el X Congreso del PP, celebrado con carácter extraordinario en Sevilla, «en una Sevilla en estado de obras y con la primavera enmascarada por una lluvia tenaz», como relataba el editorial de ABC publicado el 2 de abril de ese año. «Yo tenía claro que lo que se estaba iniciando en aquel momento podía tener una gran trascendencia en la historia de España» . Y tanto. En 1990 lo que había que hacer por encima de todo era salvar los muebles. Y como ahora, la solución para España, «debe plasmarse en una alternativa nítida basada en los tres elementos a los que tantas veces me refiero: proyecto, partido y liderazgo. Eso es lo que permite establecer un horizonte realista —ni optimista, ni pesimista, sencillamente realista— y ponerse a trabajar. Así se hizo hace veinte años».
El colapso de UCD
—AP había conseguido avanzar hacia el centro electoral después del colapso de UCD. Fue un trabajo extraordinario conseguir que un pequeño partido de 16 diputados se transformara en un grupo de más de 100. Pero todos sabíamos que iban a ser necesarios cambios profundos para ser alternativa real.
Aznar sólo lleva dos años de presidente de Castilla y León cuando tocan a rebato. Pío García-Escudero, portavoz del PP en el Senado (entonces, director de Patrimonio), lo recuerda: «Su ejecutoria al frente de esa Autonomía fue fundamental. Y eso que su Gabinete era muy limitado y casi no tenía competencias. Pero se convirtió en una locomotora, con decisiones muy sensatas». ¿Fue ese marchamo de eficacia en Valladolid el que impulsó a Aznar al liderazgo nacional? El protagonista contesta: «Lo que hicimos en Castilla y León fue bastante más que ser eficaces. Fue un Gobierno que producía buenos resultados porque se basaba en buenas políticas. Las mismas que luego llevamos a la política nacional».
Manuel Fraga, durante su intervención en la primera jornada del X Congreso del PP
El que con los años sería cuarto presidente de la democracia aterriza en Sevilla con un único objetivo: ser alternativa verosímil al socialismo gobernante, zaherido por la corrupción que, por entonces, tiene un nombre propio: Juan Guerra. La mayoría absoluta de Galicia; el mayor voto popular de Aznar sobre González en las generales de 1989 en Madrid; el reflujo a la baja del apoyo socialista en las ciudades..., todo contribuye a conceder credibilidad a la hipótesis de que el centro-derecha puede gobernar España. «No nos conformábamos con perder por menos —rememora Aznar— porque creíamos que si ganábamos, al país le iría mucho mejor. De ahí venía nuestra ambición de Gobierno». Tanto es así que en la propia ponencia del congreso hispalense se marca como parámetro la superación del 30 por ciento de votos, «sin el cual es impensable cualquier forma de alternancia». Seis años después, los populares cosecharían un 38,79 de los votos y por primera vez un partido de centro-derecha democrático gobernaría España.
Pero el relato del ex presidente se ha parado en una foto-fija: la del equipo que le acompañó en aquel desafío de desalojar al PSOE después de un decenio de Gobierno.
«La ilusión progresista es un error que los países pagan muy caro, y ahora nos ha tocado a nosotros pagarla. España tiene su futuro en sus manos, aunque es un futuro complicado»
—Éramos personas que no habíamos hecho la Transición, pero que nos sentíamos plenamente identificadas con ella.
Esas personas a las que se refiere el presidente de FAES son las mismos que, al correr de seis años, se sentarían en el Consejo de Ministros de España: Federico Trillo, Rodrigo Rato, Celia Villalobos, Francisco Álvarez Cascos, Juan José Lucas... y hoy forman parte de la ilustre y joven nómina de «ex» de la política nacional, que encabezan José María Aznar, que se convirtió en ex presidente a los 51 años, y Felipe González, que dejó Moncloa con 54, después de escuchar en 1994 un «váyase señor González» con sabor a hiel de labios del interlocutor de ABC. «Ese alegato fue de viveza parlamentaria», explica el que fuera jefe del Gobierno popular, que añade:
—Creíamos que el socialismo era una opción legítima dentro del sistema, pero nada más que eso. Y como creíamos que era una mala opción, tratamos de proponer una mejor. Así lo entendió la inmensa mayoría de los españoles.
Tanto es así que en 2000, Aznar consigue elevar aquel inalcanzable 30 por ciento hasta un 44,5 por ciento de apoyo electoral. «Tenaz, Aznar es muy tenaz», le describe García-Escudero. Quizá su excelente forma física, que tantas páginas ocupa en los colorines de los periódicos, no sea más que un trasunto de esa constancia, de ese espíritu de «fondista»:
—Se decía que no había más que una política económica, pero les decíamos que no. Y que España estaba condenada a perder el tren europeo, y nos negábamos a aceptarlo.
Aznar es un joven abuelo de tres nietos (uno de ellos juguetea con él en la imagen)
España venía de doce años de Gobierno socialista, marcado por una nómina estremecedora: Banco de España, Cesid, Gal... La corrupción se convirtió en categoría. «Teníamos una ambición nueva para nuestro país —recuerda—, creíamos en él, y eso les sorprendió, porque el país creyó en nosotros y dejó de creer en ellos».
Pero Aznar también es objeto de insultos en aquella época. En los cenáculos madrileños no sienta demasiado bien la ascensión a los cielos de un casi imberbe líder con ganas de sacar a la derecha del desván de la historia y situarla en el centro. El «fuego amigo», aunque residual, intentó acabar con la carrera del nuevo presidente. «Pero cuando alguno se pasaba de la raya, con un manotazo las cosas se arreglaban», cuenta un diputado. ¿Cómo es Aznar en las distancias cortas? ¿Es simpático aquel al que la izquierda última le ha transformado casi en un dóberman? Para García-Escudero una cosa es la imagen pública y otra el «tú a tú»: «Él siempre da una cara seria, bastante reservada para los demás. Las decisiones siempre las toma él solo. Pero en la corta distancia gana en simpatía. Es mucho más cercano».
La renovación del PP
Curioso que quien pasa por ser el mayor renovador generacional del PP en la década de los noventa sea ahora baqueteado por representar el inmovilismo más recalcitrante. El portavoz en el Senado recuerda el rejuvenecimiento generacional que su partido experimentó:
—Ese año 90, en el que se desarrolla el Congreso de Sevilla empieza la renovación generacional, con la salida del primer plano del propio Fraga. En 1994 el cambio llega a las estructuras regionales para concluir en la barrida de 1995 y la victoria definitiva de 1996.
España, un futuro complicado
Hoy Aznar recuerda los dos debates con Felipe González, primeros de la democracia. El primero lo ganó y, el segundo, como en el fútbol, salió a mantener el resultado y perdió. Aznar no vive del recuerdo de lo acontecido hace veinte años. Cómo habría de hacerlo aquel que decidió voluntariamente dejar la segunda magistratura del Estado para engrosar la joven nómina de ex presidentes que produce una joven democracia como la española, a la que augura, pese a todo, un esperanzador horizonte.
—Mire, la suerte de los países no está fijada de antemano. Ni para bien ni para mal. La ilusión progresista es un error que los países pagan muy caro, y ahora nos ha tocado a nosotros pagarla. España tiene su futuro en sus manos, aunque cada vez es un futuro más complicado.