Nada hay más seguro para un ser humano que la enfermedad -o como también la llamamos por estas tierras: el mal- pero tampoco hay nada más sorprendente. Y no sólo porque creemos que nuestro estado natural es el “estar sanos”, sino porque la enfermedad, sobre todo la “seria”, es odiosamente excluyente. No tolera nada ni nadie que compita con ella, que tenga legítimo derecho a nuestra atención, a nuestros cuidados y desvelos.
Y esa pretensión a la absoluta exclusividad, ¿es sostenible? Pues por lo que parece, sí. En primer lugar porque tu cuerpo deja de funcionar como acostumbraba, y eso es un recuerdo incesante. No hay modo de escapar de ese recordatorio. Y eso -todo el que ha padecido una enfermedad seria lo sabe- inmediatamente repercute en la psique. La mente no logra apartarla de un manotazo definitivo y prescindir de ella. No hay modo.
NOTICIA COMPLETA: Antonio Cova Maduro: Cuando llega el mal
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