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lunes, 12 de abril de 2010

Carlos Blanco: A los déspotas les encantan las elecciones pues ofrecen una fachada aceptada

¿Equivocados? No

Si usted cree que juega ajedrez pero lo hace con fichas de damas chinas, será derrotado. Si usted cree que está ciego y lo que en realidad ocurre es que es de noche y no se ha dado cuenta, lo tratarán como chiflado. Si usted confunde la gimnasia con la magnesia, puede terminar haciendo aeróbics en medio de un inolvidable cólico miserere.

Hace años hubo quienes aseguraban que Chávez era un demócrata, sólo que bocón y atrabiliario; la incomprensión de su proyecto político llevó a tratarlo como a un exagerado y no como a un déspota, se fortaleció en medio de los desatinos de quienes lo veían como un demócrata maleducado; y allí está. Sí, debilitado, amoratado, con rodillas frágiles, pero allí, hecho el loco, sentado en la silla de Miraflores durante más de 11 años.

Naturalmente, ya las ilusiones sobre el carácter benigno del régimen se han derrumbado. Sólo le queda como credencial que realiza muchas elecciones, eventos que históricamente han servido para fortalecer la democracia y, según los casos, también para debilitarla. A los déspotas les encantan las elecciones porque ofrecen una fachada socialmente aceptable y permiten resolver las contradicciones entre los suyos; así, incorporan a unos y liquidan a otros. Como ejemplo, véase la llorantina de los desplazados por el caudillo en las candidaturas a la Asamblea Nacional.

No entender la naturaleza del extraño bicho que está delante lleva a enfrentarlo con panderetas cuando la criatura se desplaza en el cuadrilátero con un fusil a punto de ráfaga.

Falsos Errores. Sin atribuir a quienes los cometen siniestras intenciones, uno de los traspiés de un sector de la disidencia ha sido suponer las políticas gubernamentales como una colección de equivocaciones que -si los personajes se dieran cuenta- corregirían. Sin embargo, cabe otra aproximación: buena parte de lo que hacen es la realización de lo que en realidad quieren.

Desde luego, no programaron el desastre eléctrico que ha lanzado el país a la oscurana intermitente. Lo que sí está en el código genético rojo es que, si es necesario que los recursos se dirijan hacia sus prioridades políticas, no importa que la sociedad padezca; además, lo revisten de una pátina ideológica: si el comercio capitalista es favorecido por la electricidad, es saludable que disminuya la provisión de energía, se castigue el consumismo y se ampare la templanza y la clausura. Tampoco quisieron acabar con el negocio petrolero; pero fue necesario destruir Pdvsa para lograr la expulsión de las mejores capacidades gerenciales y poder usar la empresa como vaca lechera inauditable, con su útil ubre para el enriquecimiento privado, generosa con los pedigüeños que vienen a pasar raqueta con obsesiva frecuencia.

Lo que es destrucción desde cualquier atalaya sensata es territorio conquistado bajo la mirada bolivariana y, ya se sabe, la conquista implica degüello y sangre.

Cuando las cercanías de Miraflores quedaron sembradas de cadáveres el 4 de febrero de 1992 o el 11 de abril de 2002, esas muertes sólo podían concebirse como crímenes, sin atenuantes; en tanto los próceres las ven como la hemorragia salutífera que riega su epopeya perversa. Esa diferencia de miradas se ve en lo electoral.

Lo Electoral. En un régimen democrático los votos son el criterio de decisión esencial. En un régimen autoritario, no. En Venezuela los que no son partidarios del Gobierno son considerados oligarcas, títeres del imperio, no ciudadanos. Si el Gobierno tiene mayoría, es -piensan- porque los ciudadanos se han hecho conscientes de sus patrióticos deberes; si el Gobierno es minoría como ahora -y ya ha ocurrido varias veces- es debido a la propaganda imperialista y burguesa, que a través de sus lacayos ha confundido a los inocentes. Si el Gobierno es minoría por la acción interesada de sus enemigos el régimen asume que no tendría deber moral o político de respetar los resultados electorales; sólo lo hace si es forzado a hacerlo. Y sólo puede ser forzado a hacerlo si hay poderío para imponerlo. Y sólo se puede imponer si existe el objetivo claro, intransferible, de plasmarlo.

En 2007, cuando varios flaquearon y consideraron “reconocer” la victoria oficial aun a sabiendas de que Chávez había perdido, el movimiento estudiantil y la presión militar -entonces liderada por el general Baduel- impusieron la victoria obtenida en las urnas, aunque al final hubo la negociación para que la victoria fuese por décimas porcentuales y no se dieran los resultados completos; hecho que abrió el camino para imponer la reforma por otras vías.

No ocurrió del mismo modo con el fraude del referéndum de 2004, cuando la dirección opositora no tuvo claro el objetivo y en las horas de confusión Chávez hizo la jugada magistral con el CNE para derrotar al más poderoso movimiento de calle que jamás había existido en Venezuela.

La conclusión es que las elecciones no son, como en una democracia, el mecanismo de evaluación y relevo de los gobiernos, sino un instrumento cuyos resultados el autócrata no acepta si lo desfavorecen y que sólo la resistencia cívico-militar puede imponer. La pregunta es si el descontento opositor, la disidencia chavista, los hastiados, los fastidiados, los oprimidos, los reprimidos, están unificados en una política que es mucho más que una disputa de candidaturas. Una política clara puede reunir fuerza; pero, una fuerza sin política es derrotada sin remedio. Recuérdese el episodio de las gobernaciones perdidas por mezquindades (el caso del estado Bolívar) o por la trampa que no se pudo o quiso desmantelar (el caso del estado Barinas).

El Universal



http://venezuelanoticia.com/2010/04/12/carlos-blanco-a-los-despotas-les-encantan-las-elecciones-pues-ofrecen-una-fachada-aceptada/

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