José Álvarez Cornett
(@chegoyo en Twitter)
CARACAS (infoCIUDADANO)
08/Mayo/2010
Este fascinante relato, en tres partes, cuenta cómo desde Iberia, con la suavidad y delicadeza de la lana, la dureza y flexibilidad del filoso acero y la precisión del compás del navegante, los venezolanos de hoy, hablamos, no ningún otro idioma peninsular, sino la lengua del mismísimo Cervantes.
PRIMERA PARTE: El mestizaje de la lengua
SEGUNDA PARTE: Más y más lana
La segunda parte de este ensayo explicó como la reconquista y el “poder blando” del comercio y la industria de la lana hizo del castellano, un pequeño dialecto cantábrico, una lengua muy popular en la península Ibérica que todos querían hablar. Una merina y lanuda historia que ya hemos narrado, ahora nos queda el tema del viaje. Para transmitirnos el idioma castellano, los conquistadores tuvieron primero que viajar hasta esta Tierra de Gracia. ¿Cómo lo hicieron, es decir, que clase de tecnología usaron y cómo la adquirieron?
Este es el tema a tratar en la tercera y última parte de este ensayo.
TERCERA PARTE
El compás, y más y más (3).
Este ensayo viene encabezado por una ilustración, repetida aquí para una mayor comodidad, la cual es una composición de dos obras:
El buen pastor, 1660 (a la derecha), un óleo sobre lienzo de Bartolomé Esteban Murillo — un pintor que nació en Sevilla, España, en 1617, ciudad donde fundó una escuela de arte y en donde vivió hasta su muerte en 1682. Mientras que en el lado izquierdo de la ilustración se muestra un grabado que aparece como frontispicio del libro, Milicia y descripción de las Indias , de 1559 cuyo autor es el capitán Don Bernardo de Vargas Machuca —nacido en Simancas, Castilla la Vieja, fue vecino de Santa Fe de Bogotá, luchó contra los indios del río Magdalena, viajó a España a escribir y regresó luego como gobernador de Portobelo en Panamá (1602-08) y de la isla de Margarita (1609-1614), viajó desde México hasta Chile, regresó a España para continuar escribiendo y murió Madrid en 1622—, el frontispicio de su libro, Milicia y descripción de las Indias, muestra al conquistador portando una espada, y con su compás sobre un globo terráqueo, y, hacia abajo, se puede leer el lema:
”A la espada y el compas , Mas y mas y mas y mas.”
Aquí el compás es una metáfora de tecnología. Al igual que es difícil imaginar a los norteamericanos viajando por el espacio para conquistar la Luna sin la tecnología alemana de los cohetes y la ingeniería y creatividad del ingeniero alemán, Wernher von Braun, resulta imposible imaginarse los viajes de los españoles por el océano Atlántico hasta llegar a Tierra Firme, para transmitirnos a nosotros su lengua castellana, sin haber contado con un manejo sólido de la tecnología necesaria para la navegación oceánica. Pero, y ¿cómo obtuvieron los españoles esta tecnología?
El “arte de navegar” renacentista estuvo integrado por varias prácticas de nivel empírico y con tres fundamentos de carácter técnico: el uso de la brújula, las cartas marinas o de marear y la observación astronómica. La tradiciones cosmográficas y de navegación ibérica —Portugal y España— emergieron de una transformación de la astronomía teórica árabe en conocimiento práctico y del intercambio entre este conocimiento y los intereses económicos y religiosos.
Los portugueses fueron los primeros en explorar el océano Atlántico en un intento por romper las rutas de las especies (pimienta, canela y clavo de olor) que controlaban los árabes, para lo cual escogieron hacer rutas de navegación en la dirección del África occidental.
Los viajes renacentistas a las costas africanas había sido organizadas por el príncipe portugués, Enrique, El Navegante, cuyos navíos para 1434 había llegado al cabo Bojador(costa norte del Sahara Occidental) y, anteriormente, a otros lugares como las islas Madeira, Canarias y Azores (ubicadas en medio del océano Atlántico a 1.500 kilómetros de Lisboa).
Los portugueses, luego de doblar el Cabo de Buena Esperanza, eventualmente llegarían a la verdadera India —viaje de Vasco de Gama Vasco de Gama (1497). Sin embargo, es el rey Juan II de Portugal (reinado 1481-1495) quien tiene el mérito de haber sabido, antes que cualquier otro estado, como organizar la explotación técnica de los conocimientos teóricos para la navegación.
Los esfuerzos portugueses de navegación el mar quedaron inmortalizados en un poema, Mar Portugués, de Fernando Pessoa (1888-1935).
Las embarcaciones de la época se agrupan en dos grandes categorías: las de origen mediterráneo y las de procedencia atlántica. La primera eran las galeras que usaban remos como fuente de propulsión y que hacían imposible los viajes por el Atlántico. Pero la tradición mediterránea aportó a la navegación atlántica el uso de las brújulas y cartas de marear. Las segundas fueron desarrolladas por los portugueses durante el siglo XV.
Los portugueses desarrollaron el conocimiento tecnológico más importante para hacer más seguros los viajes por mar abierto, y esto incluía a sus “naves espaciales” del siglo XV y XVI, las ligeras carabelas—embarcación portuguesa a vela muy ligera de hasta 30 metros de largo, con tres mástiles y capaz de desarrollar una velocidad de unos 10 km/hr o 5,8 nudos.
¿Se recuerdan de La Pinta y La Niña? Eran carabelas, que no la Santa María, propiedad de Juan de la Cosa, que era una nao —la diferencia entre carabela y nao reside en la eslora, que es mayor en la nao, lo que le da una mayor capacidad de carga.
Ahora bien, los portugueses obviamente no nacían estudiados en la artes náuticas. Por una parte, ellos tuvieron que aprender de su propia experiencia práctica en la navegación y, por la otra, tuvieron la suerte de tener como maestros, entre otros, a eruditos que los castellanos ya no querían como residentes en su reino y señoríos, me refiero a los judíos hispánicos.
No siempre fue así. Durante la segunda mitad del siglo XIII, en la corte del rey Alfonso X, el sabio, los eruditos (cristianos, musulmanes y judíos) trabajaron juntos en la gran Escuela de Traductores de Toledo para verter al latín, desde el árabe o de la lengua vulgar del judío (el ladino o judeoespañol— lengua que todavía hablan los sefardí de hoy), los textos astronómicos y médicos creados en la Península Ibérica por musulmanes y judíos en Al-Andalus que fue en el siglo X la civilización más avanzada de Occidente— Al-Andalus, recordemos, es el nombre que durante la Edad Media se da al territorio de la Península Ibérica que está bajo poder musulmán.
En Europa, como sabemos, la mayoría de todo el conocimiento de los griegos se había perdido, y sólo los árabes lo conservaban —dicho esto, quien aquí escribe reconoce que los pocos textos de autores latinos existentes para la época, y que aún existen, se debe a los esfuerzos civilizadores del Emperador Carlomagno (742-814) quien por medio de Alcuino de York coleccionó libros y los hizo copiar.
En la Escuela de Traductores de Toledo, se traduce el Almagesto de Tolomeo, y las críticas árabes de este texto, como las de Jabir ibn Aflah. Estos textos traducidos sobreviven en los llamados, Libros de Astronomía, de Alfonso X que contienen conocimiento cosmográfico como la determinación de latitudes basados en la distancia al sol del horizonte, indicaciones de cómo construir astrolabios planos y esféricos (unos instrumentos astronómicos usados en la antigüedad para predecir las posiciones del sol, luna, planetas, estrellas y para determinar la hora local), cuadrantes, relojes y tabla astronómicas.
Dichos textos explicaban como determinar la latitud de un determinado lugar cualquiera, sin embargo, estos textos no decían como se usaban las latitudes para navegar. Para poder determinar la posición de un lugar (hoy se hace muy fácil con un lector GPS), se necesitan dos coordenadas: latitud y longitud.
Para la época, el problema de encontrar la longitud era un asunto complicado y no se resolvió satisfactoriamente sino hasta 1736, gracias a los esfuerzos del británico, John Harris, y al interés de la corona inglesa en financiar la investigación científica y tecnológica necesaria para resolver este problema de gran importancia para el comercio y la guerra naval. Como ya dijimos, el sistema capitalista de la sociedad inglesa, con su comercio e industria sofisticada, le otorgó a los británicos en el siglo XVIII grandes ventajas sobre los europeos continentales que permitieron, entre otras cosas, saber como determinar la longitud en alta mar.
Como los viajes iniciales de los portugueses seguían a lo largo de la costa africana en una dirección, básicamente, norte-sur, la coordenada crítica no era la longitud sino la latitud. En Lisboa, los portugueses enseñaron a sus navegantes en la Casa de Mina e da India (1501) (que tiene como antecesora a la Casa da Guine e da Mina, 1482). Esta institución, además de ser centro de enseñanza para navegantes, mantenía el monopolio real en el comercio de las especies y administraba todo el comercio marítimo de ultramar. Este modelo sería más tarde adoptado por los castellanos en 1503 para fundar la Casa de Contratación de Indias en Sevilla.
A Lisboa llega, Abraham Zacuto, un judío hispánico, nacido en Salamanca en 1452, quien recibió una educación tradicional judía con especial hincapié en la religión, las leyes judías y la mística, pero que desde joven mostró también interés por las matemáticas y la astronomía llegando a dominarlas hasta ser capaz de predecir eclipses. En Salamanca, Zacuto enseña a grupos de eruditos, pero no en la universidad, en donde no se le permitía enseñar, sino en los confines de la ciudad. Luego de la expulsión de los judíos de Castilla, Zacuto se exilia en Lisboa.
Zacuto introduce en su libro, Almanach perpetuum, un método novedoso para determinar latitudes a partir de las observaciones solares(en 1478, Zacuto publicó en hebreo su primer libro astronómico, Ha-Hibbur ha-gadol (La Compilación Magna), el cual fue traducido al castellano por el mismo junto con Juan de Salaya. En 1496, su discípulo portugués, José Vizinho lo traduce al latín y lo publica en Leiria como Almanach Perpetuum).
Para determinar la latitud durante la noche, como no hay sol que guíe, se debe usar la estrella polar. Los portugueses recurrieron entonces al judío mallorquín, Abraham Cresque, y a su hijo, Jefuda Cresque, para que les enseñaran como usar las estrellas para determinar la latitud.
Aquí no es el lugar para dar explicaciones técnicas de cómo se determina la latitud, lo importante es señalar que los cosmógrafos portugueses, con la información y métodos de los hispanojudíos, crearon posteriormente unas tablas de navegación que les permitían saber su latitud comparando la altitud de un cuerpo celestial (sol o estrella) en el punto de partida con la posición del mismo cuerpo celestial en un punto, bien al norte o al sur, de su viaje náutico.
Los navegantes españoles aprenden todo este conocimiento tecnológico de los portugueses, empezando por el mismo Cristóbal Colón quien usa los nuevos tipos de barcos portugueses (naos y carabelas) y en su viajes lleva consigo, y con anotaciones, una traducción al castellano del Almanach de Zacuto.
Por cierto, ya en el siglo XVII, por estas tierras americanas, en México (astillero Realejo) y en Guayaquil, aparece una industria naval importante que construye navíos que formaron parte de la flota de Indias, distinción que, a decir de José María López Piñero, no lograron los barcos de Sevilla, donde hubo una construcción naval de segundo rango. Construir fuera de Castilla, pienso yo, era también conveniente para los castellanos que así preservaban más sus pocas zonas de bosques.
La Casa de Contratación de Indias en Sevilla fue, sin duda, creada para regular el comercio, pero, además, fue también una verdadera cámara de conocimiento donde se estudiaban los saberes teóricos y donde se fijaron las reglas para el manejo de los saberes prácticos: las prácticas de recolección, organización y diseminación de la información del mundo natural de las Indias (me viene a la mente los trabajos del Dr. Francisco Hernández que viajó a México en 1570, por orden del rey Felipe II y, en siete años, recolectó y clasificó más de 3.000 plantas, estudió las medicinas de los indígenas y describió sus estudios en el libro, Historia Natural de Nueva España, un voluminoso libro de 6 folios de texto y 10 folios de dibujos ilustrando plantas y animales).
Este ha sido un viaje apasionante por la historia. Aquí, esencialmente, culmina la saga de la lana y el compás, la conquista y la lengua, una historia de la cual somos legítimos herederos. Recapitulando lo narrado:
Conquista, Lana y Lengua: los castellanos, con sus alianzas con otros reinos cristianos, logran en varios siglos de lucha arrancar del dominio moro grandes porciones de la Península Ibérica expandiendo así su dominio territorial (que aún no es cultural) por casi toda la península. Las guerras, pestes y hambrunas dejan libres grandes extensiones en los campos conquistados y, luego, estas zonas, libres de campesinos, son utilizadas por los castellanos para producir más ganado ovino y mayor lana cruda. El comercio con la lana, una especie de petróleo medieval, multiplica las influencias comerciales y políticas de los castellanos, y ahora todos en la península están interesados en hablar castellano para poder integrarse a tan lucrativa red económica, y este “poder blando” actuando, por décadas tras décadas, hace que el castellano se convierta en la lengua dominante en la península y pase a ser el idioma de la mayoría de los conquistadores que vinieron a Tierra Firme en sus naos y carabelas.
Compás, Conquista y Lengua: Por otra parte, los ibéricos de la costa (catalanes, valencianos, andaluces) sabían como navegar en el mar Mediterráneo y, según pudimos ver, los vascos y los marinos mercantes del Cantábrico, al tener que hacer viajes más largos a puertos flamencos y franceses tuvieron que reconvertir su actividad pesquera y mercantil de corto alcance para hacer viajes más largos por el mar Cantábrico—un mar litoral del océano Atlántico— y de esta forma los españoles obtuvieron alguna experiencia en el arte de navegar por el Atlántico. No obstante, ese conocimiento aún no era suficiente para hacer largas travesías atlánticas.
Pero, los españoles obtienen de los portugueses la ciencia y tecnología de navegación requerida para cruzar el Atlántico: El hardware, fundamentalmente, las naos y carabelas—otros equipos como las brújulas, astrolabios y cuadrantes ya eran del conocimiento de los navegantes castellanos. El software: los métodos de navegación y cálculo de latitudes y estimados de longitudes que los portugueses desarrollaron a partir de (i) el conocimiento en astronomía, creado por los musulmanes—quienes usaron la astronomía de los griegos en los textos traducidos al árabe—, y (ii) con la información y métodos de la astronomía de los hispanojudíos expulsados de Castilla. Es con estos aportes tecnológicos que los españoles están en capacidad de navegar por el Atlántico para llegar a esta tierra de gracia llamada, Venezuela, y a través de un arduo y doloroso proceso de conquista y mestizaje transmitirnos la hermosa lengua de Cervantes con la que se expresa quien esto escribe.
No me está todavía permitido terminar este ensayo. Quedan, a mi modo de ver, ciertas “injusticias históricas” las cuales deben ser enmendadas. De forma que, antes de dar el punto final, debo primero tapar ciertos huecos históricos.
Remiendos históricos
La historiografía de la ciencia ha sido, hasta hace muy poco, considerablemente injusta con los aportes de Iberia a la revolución científica. Me imagino que las razones estriban en que la historia de la ciencia, como fue en sus orígenes principalmente investigada, redactada y difundida por historiadores anglosajones, protestantes y franceses cuyos sentimientos anticastellanos eran innegables, describe sólo los progresos de los protestantes en desmedro de los progresos técnicos y científicos de los católicos ibéricos. Pero la historia de la ciencia, si se restringe a los éxitos científicos de la sociedad protestante, es incompleta.
Lo cierto es que las primeras organizaciones científico-técnicas fueron creadas por las Coronas de Portugal y España para promover la navegación comercial, por lo que estas tenía un carácter aplicado. En sitios como la Casa de Contratación de Indias se desarrolló una tradición empírica donde los mercaderes, cosmógrafos, artesanos y pintores crearon métodos para recabar información de las India (ej. las órdenes de la Corona a cada localidad de responder, llenar y enviar a España los cuestionarios con las relaciones geográficas del lugar), y donde se arbitraron disputas, y otorgaron los créditos por los desarrollos tecnológicos (nuevas medicinas partir de plantas de las Indias, instrumentos para pescar ostras y rescatar objetos en aguas profundas, instrumentos de navegación, bombas para achicar agua de los barcos, pozos y minas etc.) y se promulgaron las patentes respectivas.
Sin embargo, los estudios de los historiadores anglosajones y protestantes de la ciencia nunca consideraron la institucionalización de las prácticas empíricas de los ibéricos como un aporte vital a la ciencia. Hoy podemos afirmar que la revolución científica no empezó con Nicolás Copérnico y sus ideas heliocéntricas (su opus magnus De revolutionibus orbium coelestium es de 1543) sino que existió una revolución científica temprana que empezó hacia 1520 en la Casa de Contratación donde se llevó a cabo la institucionalización de éstas prácticas empíricas, noticias de las cuales llegaron a Inglaterra, junto a los libros de textos escritos por los españoles(menciono sólo a Chronographia o Repertorio de los tiempos, 1548, de Jerónimo de Chaves; Compendio del Arte de Navegar,1581, y Cronologia y repertorio de la razón de los tiempos, 1585, ambos de Rodrigo Zamorano), en donde Francis Bacon, continuaría desarrollando estos temas en su muy famoso programa empírico de la Royal Society of London.
El aporte ibérico no estuvo en el desarrollo teórico de la ciencia, sino en la institucionalización de las prácticas empíricas y en haber sido los primeros en Europa en haber confrontado a los textos antiguos, y expresar, por primera vez, que los antiguos estaban errados, y que en España los modernos habían triunfado sobre los antiguos dejando atrás la escolástica y la autoridad de los textos antiguos (como método de trabajo intelectual la escolástica proclamaba que todo pensamiento debía someterse al principio de autoridad—Magister dixit—, lo dijo el Maestro).
La razón para esto era muy sencilla, a la casas de Indias llegan las noticias de nuevos mundos descubiertos: el Océano Índico no era un mar interno como decía Tolomeo, los patrones de los vientos y corrientes marinas no están en los textos antiguos, hay nuevas plantas, olores y sabores, nuevas gente sobre los que los textos antiguos no decían nada. Lamentablemente, más tarde, como la mayor parte de los reformadores protestantes se declararon decididos adversarios del escolasticismo. Los pensadores católicos, así en España como en Italia, tomaron durante la Contrarreforma la defensa del escolasticismo decadente. Pero eso es otro tema que aquí no nos ocupa.
Y, ahora que hablamos de Francis Bacon, el frontispicio de su libro, Instauratio magna, Londres, 1620, para significar el viaje de descubrimiento empírico y experimental de los secretos de la naturaleza después de haber dejado atrás la escolástica y la autoridad de los textos antiguos, es decir, para significar el triunfo de los modernos sobre los antiguos, muestra a un barco navegando a través de los pilares de Hércules. Este es un libro que más tarde los historiadores de la ciencia van a asociar primero con las narrativas de modernidad y, más tarde, con el gran “Enlightenment” protestante pero su uso de esta forma oscurece la “Ilustración” Ibérica y la contribución de la Iberia católica a la revolución científica.
Pero, pregunto, ¿no se parece mucho el frontispicio del libro de Bacon al frontispicio del libro de, Andrés García de Céspedes, Regimiento de Navegación, Madrid, 1606?
Fue en España donde por primera vez los intelectuales lograron sentir que los modernos habían superado a los antiguos, y la verdad es que en esos tiempos los ingleses reconocían la superioridad técnica de los portugueses y españoles y, en lo que respecta a las artes y ciencia de la navegación, buscaban traducir los tratados de los cosmógrafos ibéricos, los ingleses admiraban el papel que los matemáticos, astrónomos, cosmógrafos, metalúrgicos, hidrógrafos y navegantes españoles jugaban en el desarrollo del imperio. Un celoso Richard Hakluyt en su libro, Principal Navigation of the English Nation (1589) reconocía esta superioridad y urgía la lectura de los tratados de Jerónimo Chaves y Rodrigo Zamorano. De forma que no es alocado pensar que Bacon tenía en mente el libro de Andrés García de Céspedes, Regimiento de Navegación, cuando escribió su Instauratio magna.
Y, para terminar con este punto, ¿no es otra gran casualidad que en el libro Nova Atlantis (1623), de Francis Bacon—libro que resume toda una vida de trabajos de Bacon desarrollando nuevas epistemologías—, los habitantes de la utópica isla, adonde llegan unos navegantes europeos, estén organizados alredor del uso práctico, utilitario y experimental de los recursos naturales (la isla hasta tiene su propia Casa de Salomón ¿o de Indias? que administra los desarrollos científicos del reino), y los habitantes convivan en “generosity and enlightenment, dignity and splendour, piety and public spirit”, y que la isla se encuentre ubicada costa afuera del Perú y que sus habitantes hablen español?
No reconocer los aportes de la cultura Ibérica a la revolución de la ciencias, no sólo es injusto, es errado. Enseñar, en nuestras escuelas y universidades, estos aportes es nuestro deber y, en Venezuela, hoy día, lamentablemente esto no se está haciendo.
Una última parada obligatoria para referirme a otro tema de justicia histórica. He relatado ésta historia náutica desde un punto de vista netamente hispano-europeo, pero no podemos olvidar que los portugueses y los españoles nunca hubieran, podido navegar por el Atlántico sin el timón ni la brújula que son invenciones de los chinos.
Los historiadores occidentales rara vez indican, ¿será que les da pena? , que la nación más importante del mundo— si medimos “importancia” como el número de años mostrando los mayores avances tecnológicos— ha sido China, que tiene 6.000 años de historia y 3.000 años mostrando avances científicos y tecnológicos; que la civilización china haya detenido su progreso en el siglo XVII es otro tema que acá no discutiremos. Tampoco voy hacer aquí una relación detallada de los avances tecnológicos de los chinos, ya que me llevarían muchos días y páginas, pero sí indicaré varios de estos avances, diciéndoles de paso que el proyecto de Joseph Needham de la Universidad de Cambridge, Ciencia y Civilización en China (http://www.nri.org.uk/science.html ), ya lleva 24 tomos publicados con los descubrimientos chinos en la antigüedad.
Aquí, sólo les dejo con una pequeña lista:
• Uso del álgebra en la geometría (siglo 3 d. C., los árabes se enteran de esto cuando Al’Khwarizmi fue enviado (842-847 d. C) por el califa de turno como embajador en Khazaria , un territorio en la ruta de la seda. En Occidente, en 1220, Leonardo Fibonacci, los usa por primera vez en su libro Practica Geometriae),
• Brújula (siglo IV a. C), y timón (siglo I a. C),
• Mástiles y velas (muy superiores a las velas de lienzo occidentales, las chinas usaban bambú, ver foto arriba),
• Compartimientos impermeables en los barcos (siglo 2 a. C, la idea compartimiento impermeables fue llevada a Europa por, Sir Samuel Bentham, 1757-1831, quien la implemento en varios barcos del Almirantazgo Real Británico en 1795),
• Instrumentos astronómicos ecuatoriales (Siglo XIII d. C),
• Descubrimiento de la declinación del campo magnético terrestre (Siglo 9 d. C. Es en 1450 cuando los alemanes conocen sobre la declinación magnética con un atraso de 650 años),
• Pólvora (Siglo IX d. C), papel (siglo II a. C) e imprenta( Siglo VIII y XI a.c),
• Cartografía cuantitativa (siglo II d. C),
• Descubrimiento de las manchas solares y el viento solar,
• Sismógrafo(siglo II d. C),,
• Hierro fundido y acero a partir del hierro fundido.
Y, ya que Venezuela es un país petrolero, permítanme añadir a esta lista otros dos temas: el primero es la geología “moderna” del británico, John Hutton (1726-97)— bueno, esta ya había sido descrita por los chinos en el año 1086 mostrando los estratos deformados por la tectónica y describiendo los procesos de depositación de los sedimentos—y el segundo, la perforación profunda de pozos de gas natural: ya el Siglo I de nuestra era, los chinos con sus métodos tradicionales de perforación que usaban cables de bambú y fuerza humana era capaces de perforar hasta una profundidad de 4800 pies(~1460 metros). La profundidad de los pozos promedios eran entre 600 y 3000 pies de profundidad (180 – 915 metros). Hay registro de un edicto del año 1089 que, en la provincia de Chengdu, limitaba el número de pozos a 160; los chinos encontraron gas metano porque buscaban producir salmuera (aguas muy salobres que luego calentaba en planchas de hierro con el gas natural que producían para obtener la sal).
La historia de cómo la tecnología china de perforación llegó a la Oil Creek de Pensilvania en 1859 está documentada. A modo de referencia, el pozo Zumaque I, el primer pozo productor de petróleo en Venezuela, se activó en julio de 1914 y tuvo una profundidad de 135 metros.
Hasta aquí mi relato, ahora mi mente regresa al presente, mis largas e intensas lecturas de Semana Santa quedaron atrás, y me vuelvo a preguntar, entre tanta angustia y sobresaltos, cuántos de nosotros, los que podemos, buscamos entender las verdades profundas de lo que hoy nos azota en Venezuela.
Entre tanta miseria, hambre e incultura, las mayorías sólo se rebuscan, pero entre los que pueden buscar, muchos, se quedan solo con la superficialidad de los hechos, en la inmediatez, y generan más capas de hechos que, al deponerse, entierran a las capas de hechos ya sucedidos, y todo cambia, pero todo sigue igual.
¿Por qué somos así?
La me pregunta me abrasa. De pronto, me doy cuenta de que ya estoy de devuelta en “La piedra que no llega”, y mi drama continúa.
Descargue el eDoc “Lana y compás, conquista y lengua” completo.
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(3) Para la redacción de esta tercera parte me apoyé en los libros Experiencing Nature (University of Texas Press ,2006) de Antonio Barrera-Osorio; Nature Empire and Nation de Jorge Cañizares-Esguerra (Stanford University Press, 2006); El arte de navegar en la España de Renacimiento, (Editorial Labor, 1979 )de José María López Piñero y en un libro resumen del megaproyecto de John Needham escrito por Robert Temple, The Genius of China: 3000 years of science, discovery and invention , Simon and Schuster, 1986.
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