Las declaraciones de Juan Manuel Santos contienen un cinismo aterrador: "Me acusan de querer la paz. Esa acusación me honra. Cualquier persona tiene que estar mentalmente enferma si no quiere la paz".
Lo último que le faltaba a Santos era retroceder a los años ochenta y noventa del siglo pasado, cuando los candidatos presidenciales se presentaban, sin excepción, como los portadores de la llave de la paz. De hecho, no puedo dejar de recordar a Ernesto Samper, ya en la Presidencia de la República, cuando ofrecía desmilitarizar La Uribe, en el Meta, como punto de partida para una negociación de paz con las FARC. Es más: Samper dijo, en aquel momento, que nadie podía dudar de la voluntad que animaba a su gobierno, al tiempo que sostenía que la paz era prioridad nacional.
¡Qué similitud en el discurso! Santos se siente honrado por las críticas de querer "buscar la paz", mientras que Samper anunciaba con entusiasmo, la voluntad de paz como una prioridad nacional.
Un año más tarde, en 1995, el mismo Ernesto Samper les pidió a las FARC una muestra real de paz, tal y como lo hizo, 16 años después, el ministro del Interior Germán Vargas Lleras, al solicitarles a los terroristas que liberaran a los secuestrados o hicieran cualquier gesto que generara confianza en la ciudadanía.
Ya sabemos en qué terminó la prioridad de la paz a cualquier precio: 42 mil kilómetros despejados en los que las FARC no sólo delinquieron, sino que aseguraron el control territorial como requisito indispensable para el reconocimiento de la beligerancia.
Ahora el samperista presidente colombiano —¡qué cosas, el golpista ahora tiene como consejero insigne a quien quería derrocar!— retrocede a los tiempos pre-caguaneros, repitiendo los mismos pasos de Samper y de Pastrana.
Dice Santos que cualquiera que no quiera la paz, tiene que estar demente... ¿será cierto? Comencemos por lo básico: ¿cuál es la paz que propone Juan Manuel Santos, con la jauría de ex presidentes favorables al terrorismo? Por lo visto hasta el momento, es una paz vindicativa en la que se extermina física o moralmente a todo aquel que pueda ser vinculado con Álvaro Uribe, cuya popularidad sigue siendo un obstáculo para las aspiraciones del triunvirato que gobierna.
La paz santista incluye silenciar a quien no apruebe o celebre las ocurrencias pacifistas y cleptocráticas del Presidente, como las leyes de víctimas y de tierras y la anunciada ley de paz, que ha venido a liderar el cuestionado Baltasar Garzón.
De igual forma, la paz versión Juan Manuel Santos, neutraliza la acción militar, mediante el apoyo solapado a la persecución judicial a la que vienen sometiendo a los soldados y policías de Colombia. Lo anterior no sólo posibilita que las FARC puedan recuperar algunos territorios, a costa de la vida de uniformados y civiles, sino que permite que la ciudadanía esté indefensa ante el accionar terrorista.
Esto, como ocurre en cualquier proyecto autoritario impulsado por el Foro de Sao Paulo, tiene el propósito de arraigar la vulnerabilidad para que la ciudadanía apoye cualquier propuesta de paz, por disparatada que sea: eso ya pasó, cuando Pastrana fue elegido por una nación desesperada por el accionar terrorista y vio en la foto con 'Tirofijo', una oportunidad para alcanzar la paz a cualquier precio: tres mil secuestros por año, miles de uniformados asesinados o multilados, expansión del narcotráfico como negocio alternativo de las FARC, alcaldes gobernando desde las capitales de departamentos, intentos del terrorismo por dinamitar hidroeléctricas como El Guavio y muchas atrocidades más... ¡Ésa es la paz que quiere Santos!
Así mismo, la paz santista incluye la entronización de la dictadura de los jueces, quienes vienen aplicando la ley interpretativa, como fórmula para justificar el régimen inquisitorial, sesgado y político que han implantado en el país: mientras que los computadores de alias 'Jorge 40' no requirieron protocolo alguno, ni se detuvieron en detalles mínimos como la cadena de custodia de esos aparatos; las certificaciones de la policía de policías, Interpol, no son suficientes para validar la información contenida en los computadores de 'Raúl Reyes'.
Pero lo más importante: esa paz santista incluye la negociación de las leyes con los representantes del terrorismo, ajustando la Constitución de Pablo Escobar a los intereses de la izquierda latinoamericana (en lo internacional) y de los Colombianos por la Paz, en lo nacional.
Lo grave para Santos, es que en Colombia somos millones los locos que nos negamos enfáticamente a semejante propuesta de "paz", pues tal adefesio es una deformación total del concepto y una puerta al infierno del socialismo totalitario, que padecen por desgracia, varios pueblos latinoamericanos.
Es más: somos muchos colombianos que anhelamos la verdadera paz, es decir, la de la rendición de los delincuentes y terroristas, con una cláusula de inhabilidad política permanente. A muchos no les preocupa que paguen sólo cinco años de cárcel por todos sus crímenes, pues la verdadera paz se alcanzaría si se les despoja del poder que están a punto de conseguir por la "tercera vía" santista.
Lo cierto es que estamos locos, pues millones consideramos que los terroristas no son criminales altruistas, ni mucho menos sujetos políticos a los que se les deba premiar, acordando con ellos las leyes y una reforma constitucional.
En retrospectiva, viendo la tragedia del secuestro, el sufrimiento ocasionado por el terrorismo a miles de familias, por el asesinato de sus seres queridos; los miles de civiles y uniformados discapacitados por obra y gracia de las minas antipersona y el estado de postración en el que estaba el país en 2002; uno se pregunta: ¿será que quien propone la paz, versión Santos, Samper y Pastrana; no es un orate que requiere atención prioritaria en un sanatorio mental?
Parece que otro cambio en la Casa de Nariño, éste sí indispensable, debe ser la especialidad del médico que atiende a Santos: la aromaterapia debe abrirle paso a la psiquiatría, pues la paz de Juan Manuel Santos es sólo un síntoma más de la dolencia mental de aquel que ha renunciado a aplicar la voluntad de sus votantes.
Fuente: http://atrabilioso.blogspot.com/
Lo último que le faltaba a Santos era retroceder a los años ochenta y noventa del siglo pasado, cuando los candidatos presidenciales se presentaban, sin excepción, como los portadores de la llave de la paz. De hecho, no puedo dejar de recordar a Ernesto Samper, ya en la Presidencia de la República, cuando ofrecía desmilitarizar La Uribe, en el Meta, como punto de partida para una negociación de paz con las FARC. Es más: Samper dijo, en aquel momento, que nadie podía dudar de la voluntad que animaba a su gobierno, al tiempo que sostenía que la paz era prioridad nacional.
¡Qué similitud en el discurso! Santos se siente honrado por las críticas de querer "buscar la paz", mientras que Samper anunciaba con entusiasmo, la voluntad de paz como una prioridad nacional.
Un año más tarde, en 1995, el mismo Ernesto Samper les pidió a las FARC una muestra real de paz, tal y como lo hizo, 16 años después, el ministro del Interior Germán Vargas Lleras, al solicitarles a los terroristas que liberaran a los secuestrados o hicieran cualquier gesto que generara confianza en la ciudadanía.
Ya sabemos en qué terminó la prioridad de la paz a cualquier precio: 42 mil kilómetros despejados en los que las FARC no sólo delinquieron, sino que aseguraron el control territorial como requisito indispensable para el reconocimiento de la beligerancia.
Ahora el samperista presidente colombiano —¡qué cosas, el golpista ahora tiene como consejero insigne a quien quería derrocar!— retrocede a los tiempos pre-caguaneros, repitiendo los mismos pasos de Samper y de Pastrana.
Dice Santos que cualquiera que no quiera la paz, tiene que estar demente... ¿será cierto? Comencemos por lo básico: ¿cuál es la paz que propone Juan Manuel Santos, con la jauría de ex presidentes favorables al terrorismo? Por lo visto hasta el momento, es una paz vindicativa en la que se extermina física o moralmente a todo aquel que pueda ser vinculado con Álvaro Uribe, cuya popularidad sigue siendo un obstáculo para las aspiraciones del triunvirato que gobierna.
La paz santista incluye silenciar a quien no apruebe o celebre las ocurrencias pacifistas y cleptocráticas del Presidente, como las leyes de víctimas y de tierras y la anunciada ley de paz, que ha venido a liderar el cuestionado Baltasar Garzón.
De igual forma, la paz versión Juan Manuel Santos, neutraliza la acción militar, mediante el apoyo solapado a la persecución judicial a la que vienen sometiendo a los soldados y policías de Colombia. Lo anterior no sólo posibilita que las FARC puedan recuperar algunos territorios, a costa de la vida de uniformados y civiles, sino que permite que la ciudadanía esté indefensa ante el accionar terrorista.
Esto, como ocurre en cualquier proyecto autoritario impulsado por el Foro de Sao Paulo, tiene el propósito de arraigar la vulnerabilidad para que la ciudadanía apoye cualquier propuesta de paz, por disparatada que sea: eso ya pasó, cuando Pastrana fue elegido por una nación desesperada por el accionar terrorista y vio en la foto con 'Tirofijo', una oportunidad para alcanzar la paz a cualquier precio: tres mil secuestros por año, miles de uniformados asesinados o multilados, expansión del narcotráfico como negocio alternativo de las FARC, alcaldes gobernando desde las capitales de departamentos, intentos del terrorismo por dinamitar hidroeléctricas como El Guavio y muchas atrocidades más... ¡Ésa es la paz que quiere Santos!
Así mismo, la paz santista incluye la entronización de la dictadura de los jueces, quienes vienen aplicando la ley interpretativa, como fórmula para justificar el régimen inquisitorial, sesgado y político que han implantado en el país: mientras que los computadores de alias 'Jorge 40' no requirieron protocolo alguno, ni se detuvieron en detalles mínimos como la cadena de custodia de esos aparatos; las certificaciones de la policía de policías, Interpol, no son suficientes para validar la información contenida en los computadores de 'Raúl Reyes'.
Pero lo más importante: esa paz santista incluye la negociación de las leyes con los representantes del terrorismo, ajustando la Constitución de Pablo Escobar a los intereses de la izquierda latinoamericana (en lo internacional) y de los Colombianos por la Paz, en lo nacional.
Lo grave para Santos, es que en Colombia somos millones los locos que nos negamos enfáticamente a semejante propuesta de "paz", pues tal adefesio es una deformación total del concepto y una puerta al infierno del socialismo totalitario, que padecen por desgracia, varios pueblos latinoamericanos.
Es más: somos muchos colombianos que anhelamos la verdadera paz, es decir, la de la rendición de los delincuentes y terroristas, con una cláusula de inhabilidad política permanente. A muchos no les preocupa que paguen sólo cinco años de cárcel por todos sus crímenes, pues la verdadera paz se alcanzaría si se les despoja del poder que están a punto de conseguir por la "tercera vía" santista.
Lo cierto es que estamos locos, pues millones consideramos que los terroristas no son criminales altruistas, ni mucho menos sujetos políticos a los que se les deba premiar, acordando con ellos las leyes y una reforma constitucional.
En retrospectiva, viendo la tragedia del secuestro, el sufrimiento ocasionado por el terrorismo a miles de familias, por el asesinato de sus seres queridos; los miles de civiles y uniformados discapacitados por obra y gracia de las minas antipersona y el estado de postración en el que estaba el país en 2002; uno se pregunta: ¿será que quien propone la paz, versión Santos, Samper y Pastrana; no es un orate que requiere atención prioritaria en un sanatorio mental?
Parece que otro cambio en la Casa de Nariño, éste sí indispensable, debe ser la especialidad del médico que atiende a Santos: la aromaterapia debe abrirle paso a la psiquiatría, pues la paz de Juan Manuel Santos es sólo un síntoma más de la dolencia mental de aquel que ha renunciado a aplicar la voluntad de sus votantes.
Fuente: http://atrabilioso.blogspot.com/
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