Ahora, como pronosticó Heberto Padilla, no se ponen en pie cuando entran los comandantes.
En artículo publicado en El País de Madrid, Zoe Valdés termina citando a Heberto Padilla, el poeta condenado en La Habana por contrarrevolucionario en 1971. Lo metieron en la cárcel por letras como las que recordó hace poco la escritora: “Protégete de los vacilantes, / porque un día sabrán lo que no quieren. / Protégete de los balbucientes, / de Juan-el-gago, Pedro-el-mudo, / porque descubrirán un día su voz fuerte. / Protégete de los tímidos y los apabullados, / porque un día dejarán de ponerse en pie cuando entres”. La memoria de esta suerte de pronóstico tropical de bienaventuranzas sucede cuando, en lugar de pelear con aguerridas huestes, en lugar de derramar la sangre ante las legiones infernales del imperialismo estadounidense, los hermanos Castro contemplan el despertar anunciado por un precursor de la disidencia cuarenta años atrás.
No podía Heberto Padilla, en la víspera de su encarcelamiento, señalar los nombres propios de los vacilantes que en el futuro abandonarían la pesadilla de su vacilación. Sin embargo, adelantaba la hazaña de hombres y mujeres que hoy suenan en nuestros oídos y provocan nuestra admiración, como Franklin Pelegrino y Guillermo Fariñas. O como la madre de Orlando Zapata Tamayo, Reina Luisa Tamayo Danger, quien fue salvajemente apaleada por los gendarmes mientras marchaba hacia el templo a orar por el alma de su hijo que prefirió la muerte por hambre a la complicidad con la opresión. O como el niño Pedro Luis Boitel Rivera, quien a los cinco años de su edad fue atacado en Santa Clara por simpatizar con la disidencia. O como las Damas de Blanco, que han preferido cobijarse en el regazo colectivo de su aflicción sin buscar la celebridad de cada una. Son Juan-el-gago y Pedro-el-mudo, convertidos en implacables adversarios de la tiranía porque no los mueve sino la tragedia particular necesariamente vinculada con las penurias del prójimo. Sin recursos materiales, sin medios de comunicación que no sean los que su propia desesperación les facilita, ahora muestran ante el mundo una altivez sin tartamudeos. Ahora, como pronosticó Heberto Padilla, no se ponen en pie cuando entran los comandantes.
Uno de ellos, Raúl Castro, el más opaco de la parentela, el menos afortunado en las lides de la retórica, el segundón proverbial, les ha contestado con la lengua de la guerra. Como resulta cuesta arriba vincularlos con los yanquis, habla de una conjura en cuya vanguardia se encuentra la Unión Europea. Anuncia rifles, emboscadas y parapetos contra una nueva escalada del colonialismo que se fragua en los parlamentos del Viejo Mundo para imponer, de nuevo, las reglas de un avasallamiento que había desaparecido de la faz de la tierra, pero que ha resucitado tras el único empeño de apoderarse de una isla “libre y soberana”. Antes del anuncio, exhibe la imagen del único aliado famoso que puede ventilar, o que puede llamar la atención desde el punto de vista mediático: Elián González, el célebre niño balsero que regresó al paraíso para convertirse, después de la bienandanza de su retorno, en miembro uniformado de la Juventud Comunista. Pretende oponer la imagen del mozalbete pacientemente adoctrinado, a la valentía de unos personajes genuinamente populares que se cansaron del silencio y de la pasividad para jugarse la apuesta suprema de su existencia. Debido a la orfandad de argumentos y a la insistencia en un tono bélico que no ha dejado de sonar desde los años sesenta hasta perder cada vez más audiencia, la retórica del segundón llega a la redondez de la inocuidad, según Zoe Valdés, con el vano propósito de ocultar el paisaje de desolación que han descubierto Juan-el-gago y Pedro-el-mudo sin que la cabeza del Ejército Rebelde atine en un combate para el cual no está ni estará preparado. A menos que la emprenda contra todos los Juan-el-gago y los Pedro-el-mudo que habitan la isla.
Es una situación que nos incumbe, no sólo porque destaca en sí misma como una tragedia de la humanidad toda, sino especialmente por la complicidad del presidente Chávez con las tropelías del régimen cubano cada vez más cubierto de vergüenzas, por el empeño que ha puesto en convertirse en su soporte y en tomarlo como modelo. De allí la obligación de observar con atención el pugilato que conmueve a La Habana, de hacer vigilia con la prometedora disidencia, aunque no fuera sino por la cautela de poner las barbas en remojo.
http://www.noticierodigital.com/2010/04/juan-el-gago-y-pedro-el-mudo-de-cuba/
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