Me refiero a los pueblos ubicados al sur del Río Grande. Excluimos Estados Unidos y Canadá por el alto grado de desarrollo alcanzado con envidiables niveles de democracia y un ejercicio sostenido de la libertad responsable. Son naciones ejemplares. Merecen el reconocimiento universal, especialmente de países como los nuestros, impredecibles, inciertos, con altas y bajas que, en general, nos mantienen moviéndonos en círculo sin avanzar. Hemos tenido en la región gobiernos muy buenos, buenos, regulares, malos y malísimos. El problema es que se pasa de unos a otros con relativa facilidad, normalmente usando coartadas ideológicas que terminan siendo fraudulentas con relación al progreso. Es tiempo de sincerar la situación de esta parte del mundo, deslastrarnos de complejos históricos o de pesadas cargas derivadas de pasadas confrontaciones políticas o de viejas ideas hoy incompatibles con cualquier acción positiva, para enfrentar los enormes retos de un futuro que debe construirse desde el presente.
Los diagnósticos están hechos. Es innecesario repetirlos. En America Latina, igual que en el mundo entero, hay cosas que funcionan y cosas que probadamente no funcionan. Agotarnos en el desteñido debate sobre izquierdas y derechas, capitalismo o socialismo o la simple utopía de terceras vías incoloras e insípidas hacia el desarrollo, es mantener secuestrada la esperanza de los pobres y desamparados de un mañana mejor. Se hace necesario un pronto encuentro internacional entre dirigentes políticos, económicos y sociales del continente para definir políticas e iniciar conjuntamente la exploración de caminos posibles de superación de la crisis permanente que nos afecta.
La mejor política social que puede tener cualquier país, es una economía que funcione. Se trata del ejercicio pleno de la libertad de trabajo y de la libertad de empresa. El mercado no es una invención del capitalismo, sino producto de la civilización, insustituido instrumento para generar y distribuir riqueza. No excluye la intervención del estado-gobierno. Por el contrario, la necesita pero no de manera arbitraria y caprichosa, sino sometida a normas sabias y estables dictadas por el propio estado, a las cuales deben someterse todos los actores del proceso económico, principalmente, el propio estado. Cuando los gobiernos y los empresarios, por oportunismo o cobardía, se alejan de estos conceptos fundamentales quedan condenados al fracaso. Ejemplos sobran.
Viernes, 11de junio de 2010
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