Por Ricardo Puentes Melo
A pesar de los consejos de mis amigos para que denunciara ante el mundo, siempre he soportado con estoicismo las múltiples amenazas contra mi vida y la de mi familia, que me llegan religiosamente desde hace varios años, y Dios sabe que entre mis confidentes pocos las han escuchado. Esta reserva se debe a que no me gusta la vocación de mártir ni tampoco he querido dar oportunidad para que algún demente –de esos que pululan en nuestra sociedad- aproveche amenazas ajenas y ajuste cuentas conmigo o, lo que es peor, con mi familia.
Pero finalmente he entendido que denunciar abiertamente, no sólo las amenazas sino también la negativa del gobierno Santos para brindarme protección, es la mejor manera de exponer ante la opinión pública la situación de indefensión de quienes nos ocupamos en revelar lo que los corruptos y otros mafiosos luchan por esconder.
La decisión que tomo hoy es, ni más ni menos, definitiva en mi vida y en la mi familia, que es la que se ha llevado la mayor cuota de sacrificio en este ministerio que escogí sin que fuera decisión ni de mi esposa ni de mis pequeños hijos cargar con la cruz que les he obligado a llevar durante estos años.
Cuando empecé a publicar sobre las relaciones del Polo Democrático con las FARC, sobre los contratistas guerrilleros durante la alcaldía de Lucho Garzón y sobre la corrupción enorme en el Concejo de Bogotá, siempre aliado de los atracos al presupuesto de la ciudad, no tardó mucho para que empezara a recibir llamadas y correos amenazantes. A nada de eso le presté mucha atención, y hasta me divertía la torpeza de los “anónimos” porque investigué algunas llamadas y mensajes encontrando que provenían directamente de la administración distrital.
Lo que cambió dramáticamente mi vida, fue el secuestro de mi hijo, de escasos tres años de edad en ese entonces, justo después de una llamada que pude descubrir que se había hecho desde unas cabinas telefónicas en la esquina del lugar donde mi hijo fue raptado.
Quienes son padres pueden imaginarse el grado extremo de angustia y dolor que experimentamos con mi esposa. No hay palabras para describirlo.
En esa ocasión llamé a la Policía, a pesar de que tiempo atrás doce hampones de esos intentaron asesinarme debido a las denuncias que hice ante la Dirección General por corrupción de varios agentes y su superior, un Mayor de apellido Castañeda que comandaba la estación Segunda de Policía en esa época. Tuve que llamar a la policía a pesar, también, de que en sus bases de datos habían colocado mi número de cédula con el nombre de un peligrosísimo criminal que estaba siendo buscado por homicidio y no sé qué más cosas. Obviamente, con el propósito de que quien me solicitara documentos en cualquier lugar, tuviera licencia para dispararme.
Confié en la policía por pura necesidad. Pero ellos me dijeron que no podían hacer nada para recuperar a mi hijo hasta después de 72 horas. Con horror les supliqué que hicieran algo de inmediato… les dije que en 72 horas mi hijo podría ser violado, descuartizado, quemado o lanzado en cualquier basurero después de ser asesinado. Pero mis ruegos no obtuvieron respuesta de quien atendía en la línea 112.
Por fortuna, la acción solidaria de la ciudadanía logró que pudiéramos recuperar a nuestro hijo sano y salvo. Aunque sin acción alguna de las autoridades.
Ese día entendí que estaban hablando en serio.
Las amenazas se extendieron a mis otros hijos. Una llamada que recibió mi esposa, haciéndole saber que conocían la ruta al colegio de Irene, mi hija de 5 años, así como todo el itinerario de nuestros días, nos obligó a sacarla del colegio y a encerrarla junto a sus hermanitos entre cuatro paredes. Así han estado desde hace ya seis años.
Desde ese momento, mi esposa y yo iniciamos un viacrucis, trasteándonos como gitanos de un lugar a otro, sometidos también por la encerrona financiera que ejercían mis detractores cancelándome contratos, haciendo presión para que “recapacitara” y abandonara mis investigaciones periodísticas, enviándome amigos y conocidos para que intentaran razonar conmigo dejándome ver que si yo continuaba ese derrotero, mi esposa e hijos sufrirían las consecuencias.
Hablé con mi esposa y ella decidió apoyarme en mi decisión, a sabiendas de que tiempos peores se avecinaban.
Efectivamente, en estos últimos años hemos perdido todo, menos la dignidad. Nos han seguido a cada lugar que nos trasteamos, me han propinado golpizas, me siguen llamando, me siguen escribiendo amenazas, me han apuñaleado, me han cercado –junto a mi hijo mayor- para matarnos a machete y bala, y ni aún así la policía ha tomado cartas en el asunto.
En esa ocasión, cuando un grupo de hampones (que manejan el negocio de las drogas en un lugar del centro de Bogotá) nos iban a dar machete y bala acusándome de “estar calentando el parche” y de burlarse de mí cuando yo estaba llamando a la policía por teléfono (me dijeron: “no sea huevón, si esos pirobos son nuestros”) la respuesta de los agentes de policía a quienes llamé, fue: “tranquilo, no ponga denuncia que nosotros arreglamos eso”. No sé si arreglarían o no, pero en dos ocasiones se entraron a mi casa con el evidente deseo de hacernos daño, y una tercera ocasión se estaban entrando por el techo. Mi única explicación para que no nos haya sucedido nada, es que Dios nos cuida.
Por supuesto, coloqué denuncios en la Fiscalía General de la Nación, anexando cientos de correos con direcciones IP, con remitentes conocidos públicamente, de guerrilleros amnistiados, de miembros del Partido Comunista, etc. Pero la Fiscalía archivó el caso a los pocos días sin darme ninguna explicación. Pero yo tengo la explicación: complicidad. ¿Qué otra explicación puede haber cuando, en vez de recibir protección, hemos sido objeto de allanamientos policivos..?
He tocado todas las puertas posibles. Incluso acudí a la FLIP, en ese entonces dirigida por un sujeto llamado Orlando quien poco después pasó al portal “La Silla Vacía” desde donde me acusaron de pertenecer a la extrema derecha que atacaba ‘infamemente’ a Juan Manuel Santos. Sobra decir que “extrema derecha” o “derecha dura” son términos para referirse a una facción extremista que usa la violencia, el terrorismo y el asesinato como recursos válidos para imponer una causa.
La FLIP no ha dudado en publicar boletines de prensa denunciando cuando un soldado impide el ingreso a zona restringida de un periodista de Telesur, pero nada de lo que me ha sucedido ha ameritado siquiera una línea de ellos. Luego de que se fue el tal Orlando de la dirección de la FLIP, llegó Andrés Morales, con quien me entrevisté. Morales se ha mostrado muy amable conmigo, y parece que entiende la situación. Pero sigo sin comprender por qué razón mi caso no ha merecido una nota de protesta de la FLIP.
Sarah e Irene... han tenido que sufrir persecución sin entender por qué. También están en la mira de los bandidos. Y el gobierno no hace nada para protegernos
Acudí también a la Sociedad Interamericana de Prensa, SIP. Allí contacté a Ricardo Trotti quien perdió el interés cuando descubrió que la familia Santos era objeto de mis editoriales. Y puedo entenderlo ya que el señor Trotti es amigo personal de Enrique Santos, hermano del presidente, y quien fuera presidente de la SIP. Varias veces Trotti, fingiendo no recordar mi solicitud de apoyo, me pedía que se la enviara nuevamente. Cuantas veces la solicitó, igual de veces se la envié… Hasta que se cansó de decirme lo mismo y dejó de contestarme.
Escribí a la OEA, a la ONU, a ACNUR, Amnistía Internacional, a “Reporteros Sin Fronteras”… pero pronto descubriría que todas estas –y las anteriores- estaban en manos de la izquierda y que no les interesa nada que muestre como víctimas a sus opositores.
Hasta El Espectador publicó un editorial donde se me acusó de propagandista negro, a sueldo de quién sabe qué intereses malignos.
Pensé que en el Ejército Nacional encontraría solidaridad, ya que es la institución que defiendo de tiempo completo. Pero allí no encontré el esperado apoyo. Es más, en sus tiempos, el general Suárez Bustamante me quería encontrar pero para castigarme por las denuncias que hice en su contra; y ahora el general Vargas Briceño, quien me califica de “ese hijueputa no sabe con quién se metió”, es el segundo comandante del ejército. Así que tampoco hay esperanza por esos lados.
Cuando se conoció mi petición de protección en el Ministerio del Interior y de Justicia, una fuente de mucha credibilidad, que me aprecia y estaba presente en ese momento, me cuenta que en plena reunión entre el ministro Vargas Lleras, su viceministro Samper y unos altos mandos militares, se dijo, refiriéndose a mi llamado de auxilio: “Que coma mierda ese hijueputa..!”.
La única entidad que inclinó su oído ante mi situación, fue la “CPJ’s Americas Program”, una organización de protección a periodistas seria y sin prejuicios políticos.
La CPJ se comunicó con el ministerio y con la FLIP, y por esa razón me llamaron de nuevo desde la Dirección de Derechos Humanos del Ministerio del Interior y de Justicia. La Dra. Paulina Riveros, quien creo que de verdad está interesada en ayudar, no ha podido concretar sus promesas para protegernos.
En Derechos Humanos del Ministerio me mienten respecto al desarrollo de mi caso. Me dicen que los estudios de seguridad de la policía no han llegado –cuando sé perfectamente que han llegado desde hace varias semanas- que hay que esperar a que se reuna el Comité, que están de viaje, que están almorzando, que llame después… en fin…
Debo reconocer, eso sí, que durante el ministerio de Valencia Cossio se me envió a Villavicencio, lugar al que fui ingenuamente. Por fortuna, un querido amigo me alertó sobre la intención de atentar contra mí y mi familia, así que regresé de inmediato a Bogotá.
También, en este gobierno, se me dio un chaleco antibalas que me salvó de un apuñalamiento a plena luz de día en Bogotá. Tenía dos días de estrenado. Ojalá no me obliguen a pagarlo.
Yo entiendo perfectamente que ni la Policía Nacional ni el ministro Vargas, ni el presidente Santos estén ansiosos por proteger mi vida. Al revés.
Qué va a querer protegerme una entidad como la Policía Nacional, a la que le reconozco que aún posee personal honesto y entregado, pero cuyo Director, el general Oscar Naranjo fue desenmascarado por este servidor como un fraude que se montó junto al ministro de Defensa y al presidente Santos, al anunciar mentirosamente que había sido condecorado internacionalmente como el mejor Policía del mundo…?
¿Será qué va a protegerme la Fiscalía general de la Nación, a la que he denunciado como infestada por mafiosos que compran testigos y acusan falsamente a los militares que defienden la patria..?
¿Será que va a defenderme el ministro Vargas Lleras, de quien he solicitado explicación ante las denuncias que han hecho mafiosos diciendo que ellos financiaron su campaña política…?
¿Será que va a protegerme la Corte Suprema de Justicia, que he denunciado por sus nexos con narcotraficantes y guerrilleros…?
¿Será que va a protegerme el ministro de Defensa, a quien le he reclamado por su desidia ante las injusticias que se cometen con nuestros héroes militares..?
¿Será que a este gobierno, amangualado con la guerrilla, le va a interesar proteger a quien descubrió que el principal acusador contra los militares por el caso de la Toma del Palacio de Justicia, René Guarín Cortés, que fingía ser un honesto defensor de Derechos Humanos, no era más que un secuestrador, un guerrillero de la misma cuadrilla de quienes asaltaron el Palacio, y que gracias a ese descubrimiento salió del país por temor de ser arrestado por ese delito de secuestro que aún no ha pagado…? ¿Será que me van a proteger cuando, gracias a ese descubrimiento, tuvo que salir de la Fiscalía la prevaricadora Ángela María Buitrago?
¿Será que este gobierno está interesado en proteger a quien descubrió que no existen desaparecidos del Palacio de Justicia sino que los cadáveres están escondidos por la misma Fiscalía General de la Nación..? ¿Será que le interesa protegerme cuando el mismo presidente Santos acude a homenajes a favor de unos desaparecidos que no lo están, al lado del guerrillero Guarín, su anfitrión..?
¿Será que a este gobierno le interesa proteger a quien denunció con más denuedo al general Suárez, al guerrillero amnistiado Carlos Franco y al mismo Juan Manuel Santos por el montaje de los falsos positivos con el cual empezaron a asestar golpes mortales al gloriosos Ejército Nacional..?
¿Será que a este gobierno le interesa proteger a quien denuncia que desde las mismas entrañas del ejército hay traidores que buscan poner tras las rejas a oficiales honestos para quitar del camino la talanquera que protesta por la traición hacia 9 millones de colombianos que se vieron arrinconados cuando Santos anunció que su nuevo mejor amigo es aquel que financia el terrorismo en Colombia…?
¿Será que a este gobierno le interesa proteger a quien denunció que el comandante de las FARC, Cano, fue sacado del Cañón de las Hermosas para protegerlo de las operaciones militares..?
¿Será que a este gobierno le interesa proteger a quien primero lo denunció como el caballo de Troya del socialismo bolivariano en Colombia, y quien publicó que ya la agenda para las conversaciones de paz con las FARC estaba lista y preparada a espaldas del país, traicionándonos…?
No… No soy tan tonto para creer que este gobierno y sus entes de justicia e investigación querrán hacer algo para proteger mi vida y la de mi familia.
Y no lo soy porque hasta el curita Giraldo, célebre por mandar a mejor vida a los destinatarios de sus editoriales, me dedicó uno a mí, colocándome de inmediato como objetivo de las FARC. Ejemplo que siguieron el Colectivo de Abogados Alvear Restrepo y la FIDH, quienes enviaron una carta al presidente Santos acusándonos a Eduardo Mackenzie y a mí de estar en una especia de conspiración terrorista contra los usufructuadores del negocio de las víctimas; carta ante la que protestamos pero que no valió sino una lapidaria respuesta presidencial de que en este gobierno se respetaban por encima de todo a las ONG (sin importarle que la ONG del cura Giraldo está acusada de decenas de asesinatos de líderes negros)
Pero como ciudadano colombiano tengo derecho a que se me proteja. No veo por qué un guerrillero amnistiado, un terrorista sanguinario como Gustavo Petro posea medio centenar de escoltas, armas, autos blindados y más. Y yo, que jamás he sido terrorista ni he planeado asesinar magistrados, ni secuestros ni masacres, merezca apenas insultos de quienes constitucionalmente están obligados a protegerme.
Nunca he sido editorialista a sueldo, ni he figurado en las listas de cocteles de los poderosos ni de dueños de los medios. No conozco el Palacio de Nariño por dentro, ni jamás he recibido tarjetas de navidad de los gobiernos de turno. No tengo deudas con anunciantes en la revista digital que dirijo, ni tampoco nuestros colaboradores han pedido salario que ni yo tengo.
Las paredes de mi casa jamás han escuchado de mis labios frases como “Sí, doctor… sí, presidente; sí, alcalde… lo que ustedes ordenen… Paguen y yo callo…”
Sé que mi independencia de opinión, y la firmeza de mis convicciones me han hecho merecedor de amigos leales en el ejército, en la Policía Nacional y hasta en ciertos sectores del gobierno. Me quieren también varios colombianos, patriotas, personas que me honran con su amistad y que me convencen de que vale la pena hacer lo que hago.
Pero esas mismas razones me han granjeado enemigos poderosísimos que se mueven en la oscuridad para obligarme a torcer mi camino y que, al no lograrlo, no dudan en atentar contra mi vida y la de mi familia.
Hoy, al responder la llamada telefónica que me hicieron desde el Ministerio del Interior y de Justicia adiviné lo que efectivamente me dijeron: Que el estudio del nivel de riesgo que había hecho la Policía Nacional de mí y mi familia, indicaba que un vendedor de zapatos tenía más peligro de ser asesinado que yo.
Por mi familia, por la vida de mis hijos y de mi esposa, es que decido contar esta tragedia. Que todos se enteren de que si algo más me sucede, o algo más le sucede a mis seres queridos, los culpables pueden ubicarlos tanto en los escondites de las guerrillas, como en los edificios gubernamentales de este régimen.
Y, abusando de quienes me aprecian, les solicito que den a conocer este artículo a quienes más puedan, para testimonio de lo que nos suceda.
Por mi parte, lamento tener que decirles a los camaradas del gobierno, del partido y de la guerrilla, que mientras tenga aliento seguiré poniendo al servicio de mi país mis afectos, mi pluma y mi voto.
Al camarada Santos: Gracias por la lápida… Desde que su gobierno no toque a mi familia, la cargaré con gusto.
Junio 09 de 2011
Fuente: http://www.
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