Quieren tener el monopolio de la información.
Paradójicamente, los tan revolucionarios y tan socialistas pretenden privatizar a cada rato la verdad
Vivimos en un país donde el Ejército interviene militarmente una prisión y el Gobierno de inmediato se dedica a denunciar a periodistas, a activistas de ONG o a políticos de la oposición. Es un extravío insólito. Un absurdo doloroso. Mientras pudieron, intentaron evitar reconocer claramente lo que estaba ocurriendo. Se empeñaron en minimizar el conflicto. La primera reacción del poder ante la crisis de Rodeo fue actuar como si Rodeo no existiera. El Gobierno cree que la realidad sólo es un simulacro.
Quieren tener el monopolio absoluto de la información.
Paradójicamente, los tan revolucionarios y tan socialistas pretenden privatizar a cada rato la verdad. No toleran que existan distintas versiones, distintos puntos de vista. No soportan que todos los medios de comunicación no tengan la misma parcialidad. Peor aún: la diversidad les parece un delito. Por eso, antes que investigar los hechos, antes que interpelar al ministro El Aissami, salen corriendo a despojar al diputado William Ojeda de su inmunidad parlamentaria. La persecución y la censura parece ser su misión.
Nuevamente, la defensa del Gobierno se convierte en la prioridad automática del Estado y de las instituciones. Para eso existen. Incluso el llamado Poder Moral se muestra elusivo, lleno de matices, más dispuesto a hablar de la actuación de la Guardia Nacional que de las familias de los prisioneros. Prestos a aplaudir el comportamiento oportuno y veraz de los medios estatales y a sembrar suspicacias sobre cualquiera que piense o diga algo distinto a la voz oficial.
Pase lo que pase, parecen actuar siempre ciegamente, en defensa del Gobierno. Han convertido la paranoia en una función pública.
Son un ejército. Su incapacidad de gerenciar la diversidad los define. Confunden la ética con la devoción. Todo está teñido por este ánimo. Basta ver los dos programas de opinión emblemáticos de VTV. Sus nombres los delatan: Dando y dando y Contragolpe. Aluden a esa misma pulsión reactiva. Nada en el lenguaje es azaroso. Sólo entienden lo que ocurre desde la dinámica antagónica. Sólo miran y piensan el país desde esa esquina, desde el contraataque, desde la convicción de que no hay nada ni nadie inocente. Por eso los presos, o sus familiares, no son los protagonistas de la noticia o del debate. El poder no les da la palabra.
El poder siempre desea contar otra historia.
Quieren gobernar en diferido.
No le hablan al país de hoy sino a una Venezuela que ya no existe. Cada vez que necesitan justificarse apelan a los cuarenta años de “seudodemocracia”.
El Gobierno envejece a paso de vencedores. Le habla a la mayoría de los venezolanos de una república que la mayoría de los venezolanos no vivió, no recuerda. Para explicar sus errores invocan la antigüedad. Como si la masacre de El Amparo o el caso Yumare pudieran justificar los desmanes del presente. Como si la corrupción del pasado les diera permiso para ser corruptos hoy. Como si doce años de seudorrevolución millonaria no fueran suficientes, ni siquiera, para ordenar una cárcel.
Siguen actuando como si lo que nos ocurre fuera un cataclismo tan natural como inesperado. Hoy las prisiones amanecieron con hacinamiento. No salga sin paraguas.
Frente a lo sucedido en Rodeo, la retórica oficial cruje, deja ver todas sus costuras. Resulta francamente ridículo ese empeño en llamar “privados de libertad” a unos ciudadanos que están doble o triplemente presos, doble o triplemente jodidos, sometidos a la delincuencia interior en los reclusorios, a la delincuencia exterior en los tribunales, a la brutal negligencia del Estado.
Llamarlos así también es una forma de violencia. Es parte del adorno inútil, de la estupidez publicitaria de este Gobierno. Los presos tienen derecho a un nombre tan crudo como su propia realidad.
Hace casi un año, el ex guerrillero salvadoreño Joaquín Villalobos reflexionaba en el periódico El País sobre nuestra situación. “Lo que en realidad puede desarrollarse escribía es un conflicto interno que enfrente a un Estado debilitado con los diversos grupos armados que terminarán convertidos en crimen organizado. El debilitamiento del Estado y la multiplicidad de poderes armados informales (…) abren la posibilidad a un nuevo tipo de conflicto en el que se mezclarían bandidos con militares, policías y rebeldes corrompidos”.
Vivimos en un país dominado por mafias, por grupos de poder que pelean entre sí, que usan o enfrentan a un Estado que, cada vez, tiene menos forma y es más estallido. Esta es la guerra tantas veces prometida. Ya está aquí.
abarrera60@gmail.com
Fuente: Noticiero Digitel
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