No es el primero ni será el último caso de un deslave electoral provocado por un súbito encantamiento con uno de los candidatos emergentes para hacerle frente a una situación política compleja. ¿Regresión a los caprichos de la infancia o salto al vacío? El primero de esta serie de desastres recientes ocurrió en Perú, en donde un ingeniero agrónomo de origen japonés, hasta poco antes de su emergencia absolutamente desconocido de la ciudadanía, un tanto excéntrico y voluntarioso, montado en un tractor y sin mayores antecedentes creció súbita y violentamente en las encuestas hasta tener la fuerza de respaldo social suficiente como para derrotar en las urnas a uno de los peruanos más brillantes y preparados de su historia contemporánea: el gran intelectual y novelista Mario Vargas Llosa. Nos referimos a Alberto Fujimori. Hoy, después de un gobierno aterrador y las mayores corruptelas y violaciones a los derechos humanos provocados por su gobierno neo dictatorial, está encarcelado. No por azar junto a su enemigo jurado, el líder de Sendero Luminoso.
El segundo de los casos lo protagonizó un golpista redomado que se salvó de cumplir condena por la debilidad de un anciano que se montara por segunda vez en la presidencia de la república gracias al desafuero del teniente coronel de marras y ocurrió en una sociedad absolutamente desorientada, caprichosa e inmadura, que rechazó poner su parte de sacrificio en la estabilización de su país y siguió como embrujada el espejismo del caudillo salvador hasta dar en la peor crisis existencial de la historia republicana. Nos referimos a los venezolanos. Nos referimos a Hugo Chávez.
En ambos casos, el factor detonante de esos suicidios consumados no fueron los sectores populares. Fueron las clases medias, volátiles, desmemoriadas y prontas a disfrutar de las tortillas pero dispuestas a rechazar escandalizadas la quiebra de los huevos que las hicieran posibles. Peor aún: inclinadas a patear al cocinero a la primera de cambio y repudiar lo que ayer adoraran, según el orden de los cambios climáticos. Para terminar siendo las primeras y principales víctimas de esos partos contra natura.
Innecesario, aunque inmensamente útil, recordar ambas nefastas ocurrencias ante el deslave electoral que parece estar en curso en la hermana república de Colombia. Conveniente hacerlo, para ver si a última hora la sociedad colombiana, que puede permitirse el lujo de este amor a primera vista con Antanas Mockus gracias al sistemático trabajo de seguridad democrática realizado por sus fuerzas armadas y la lucidez del liderazgo de Álvaro Uribe y su ministro de defensa Juan Manuel Santos, logra reaccionar a tiempo como lo hiciera muy recientemente la sociedad chilena. Que fuera sorprendida con otra avalancha mediática – la del joven Marco Enríquez-Ominami – que pudo terminar en muerte súbita de su laboriosa democracia si no hubiera sido por la madurez política de un país que ya no cree en brujas – o brujos – voladoras. Optó por la sensatez, decidió por Sebastián Piñera y se enrumba a ser el primero de nuestros países en integrarse al privilegiado concierto de naciones del Primer Mundo.
Poco importa si los pescadores en el río revuelto de las veleidades mediáticas sean de los dientes afuera de derechas, de centro o de izquierdas. Quiéranlo o no, todos terminan siendo tontos útiles del totalitarismo. Pues no es su ideología la que los convierte en espejismos electorales. Es la promesa especular de aliviar la carga de las responsabilidades colectivas, echársela a los hombros de los antiguos gobernantes y asegurar que cumplirán con los anhelos más profundos de las mayorías desencantadas. Sobre todo del mal de males que está en vías de superarse: la guerra contra el causante de la guerra. Por eso la comparación con el berrinche infantil que exige la reparación de culpas – ilusorias o reales, poco importa – y el borrón y cuenta nueva. Como si en política fuera posible hacer tabula rasa con nuestra propia identidad, nuestras luchas y nuestros combates.
Fujimori prometió erradicar la violencia. Implantó una dictadura. Chávez, terminar con la corrupción. Ha dilapidado novecientos cincuenta mil millones de dólares. Y ha establecido una neo dictadura infinitamente más grave que la de Fujimori, pues además de totalitaria es expansiva e imperial. Si no ha logrado su propósito de controlar el Pacífico bolivariano se debe no sólo a la oposición interna, que se ha jugado la vida por hacerle frente. Sino porque su principal aliado en dicho proyecto – las FARC – y su principal estrategia – hacerse con el poder político de Colombia tras el sueño bolivariano de la Gran Colombia – fue enfrentado exitosamente por el binomio Uribe – Santos.
Esa tarea no ha concluido. América Latina se encuentra frente a la encrucijada entre dictadura o democracia. Chávez está a las puertas de un gran colapso. La democracia activa y combatiente está a punto de ganar la partida. Ya lo hizo en Honduras, en Panamá, en Costa Rica, en Chile. Lo hará en Argentina y Brasil. Sería un error gravísimo que la sociedad colombiana, encandilada por el espejismo de una paz inconclusa, le hiciera caso a los cantos de sirena y pateara el tablero que tanta sangre, sudor y lágrimas costó construir. Sería un gravísimo error que los colombianos interrumpieran la política de seguridad democrática y le tendieran la mano al tirano que amenaza armado hasta los dientes desde el vecindario. ¿O es que el síndrome de Estocolmo terminó por quebrar el temple de un combate ejemplar? Provoca recordar el refranero venezolano que refleja con insólita perspicacia la situación que podría llevar a la retirada que representa Antanas Mockus: los colombianos “mataron al tigre y le tuvieron miedo al cuero”. El tiempo tiene la respuesta.
El segundo de los casos lo protagonizó un golpista redomado que se salvó de cumplir condena por la debilidad de un anciano que se montara por segunda vez en la presidencia de la república gracias al desafuero del teniente coronel de marras y ocurrió en una sociedad absolutamente desorientada, caprichosa e inmadura, que rechazó poner su parte de sacrificio en la estabilización de su país y siguió como embrujada el espejismo del caudillo salvador hasta dar en la peor crisis existencial de la historia republicana. Nos referimos a los venezolanos. Nos referimos a Hugo Chávez.
En ambos casos, el factor detonante de esos suicidios consumados no fueron los sectores populares. Fueron las clases medias, volátiles, desmemoriadas y prontas a disfrutar de las tortillas pero dispuestas a rechazar escandalizadas la quiebra de los huevos que las hicieran posibles. Peor aún: inclinadas a patear al cocinero a la primera de cambio y repudiar lo que ayer adoraran, según el orden de los cambios climáticos. Para terminar siendo las primeras y principales víctimas de esos partos contra natura.
Innecesario, aunque inmensamente útil, recordar ambas nefastas ocurrencias ante el deslave electoral que parece estar en curso en la hermana república de Colombia. Conveniente hacerlo, para ver si a última hora la sociedad colombiana, que puede permitirse el lujo de este amor a primera vista con Antanas Mockus gracias al sistemático trabajo de seguridad democrática realizado por sus fuerzas armadas y la lucidez del liderazgo de Álvaro Uribe y su ministro de defensa Juan Manuel Santos, logra reaccionar a tiempo como lo hiciera muy recientemente la sociedad chilena. Que fuera sorprendida con otra avalancha mediática – la del joven Marco Enríquez-Ominami – que pudo terminar en muerte súbita de su laboriosa democracia si no hubiera sido por la madurez política de un país que ya no cree en brujas – o brujos – voladoras. Optó por la sensatez, decidió por Sebastián Piñera y se enrumba a ser el primero de nuestros países en integrarse al privilegiado concierto de naciones del Primer Mundo.
Poco importa si los pescadores en el río revuelto de las veleidades mediáticas sean de los dientes afuera de derechas, de centro o de izquierdas. Quiéranlo o no, todos terminan siendo tontos útiles del totalitarismo. Pues no es su ideología la que los convierte en espejismos electorales. Es la promesa especular de aliviar la carga de las responsabilidades colectivas, echársela a los hombros de los antiguos gobernantes y asegurar que cumplirán con los anhelos más profundos de las mayorías desencantadas. Sobre todo del mal de males que está en vías de superarse: la guerra contra el causante de la guerra. Por eso la comparación con el berrinche infantil que exige la reparación de culpas – ilusorias o reales, poco importa – y el borrón y cuenta nueva. Como si en política fuera posible hacer tabula rasa con nuestra propia identidad, nuestras luchas y nuestros combates.
Fujimori prometió erradicar la violencia. Implantó una dictadura. Chávez, terminar con la corrupción. Ha dilapidado novecientos cincuenta mil millones de dólares. Y ha establecido una neo dictadura infinitamente más grave que la de Fujimori, pues además de totalitaria es expansiva e imperial. Si no ha logrado su propósito de controlar el Pacífico bolivariano se debe no sólo a la oposición interna, que se ha jugado la vida por hacerle frente. Sino porque su principal aliado en dicho proyecto – las FARC – y su principal estrategia – hacerse con el poder político de Colombia tras el sueño bolivariano de la Gran Colombia – fue enfrentado exitosamente por el binomio Uribe – Santos.
Esa tarea no ha concluido. América Latina se encuentra frente a la encrucijada entre dictadura o democracia. Chávez está a las puertas de un gran colapso. La democracia activa y combatiente está a punto de ganar la partida. Ya lo hizo en Honduras, en Panamá, en Costa Rica, en Chile. Lo hará en Argentina y Brasil. Sería un error gravísimo que la sociedad colombiana, encandilada por el espejismo de una paz inconclusa, le hiciera caso a los cantos de sirena y pateara el tablero que tanta sangre, sudor y lágrimas costó construir. Sería un gravísimo error que los colombianos interrumpieran la política de seguridad democrática y le tendieran la mano al tirano que amenaza armado hasta los dientes desde el vecindario. ¿O es que el síndrome de Estocolmo terminó por quebrar el temple de un combate ejemplar? Provoca recordar el refranero venezolano que refleja con insólita perspicacia la situación que podría llevar a la retirada que representa Antanas Mockus: los colombianos “mataron al tigre y le tuvieron miedo al cuero”. El tiempo tiene la respuesta.
http://www.noticierodigital.com/2010/04/antanas-mockus-%C2%BFotra-avalancha-hacia-la-tragedia/
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