A cuatro meses de las elecciones parlamentarias, la situación se le presenta extremadamente difícil a la oposición y al Gobierno.
En primer lugar, tenemos el carácter amelcochado de tantos dirigentes de la oposición.
La televisión nos brindó hace pocos días imágenes indelebles de esa falta de compromiso político esencial que a lo largo de estos años ha sentenciado las acciones opositoras por enderezar el gran entuerto nacional: risas estruendosas y felices del gobernador Morel Rodríguez en respuesta a supuestos chistes presidenciales, expresión gozosa en el rostro del gobernador Henrique Capriles porque volvía a estrecharle la mano a Hugo Chávez.
Sencillamente, lo nunca visto.
Sobre todo, si le añadimos el regocijo de algunos periodistas y analistas, porque, según ellos, estas actitudes demostraban que al fin Chávez y la oposición se habían puesto a hacer política. ¡Por favor! Esta visión sietemesina de la realidad nacional, aumentada por insólitas ocurrencias, como las disputas internas de Copei o los feroces enfrentamientos de Julio Borges y Enrique Mendoza por un puesto en la lista de candidatos del estado Miranda, pone aún más en evidencia lo que tantísimos venezolanos prefieren no ver.
Mientras Chávez ha ido siempre directamente hacia la meta de cerrar militarmente su círculo totalitario, la dirigencia de esta oposición burocratizada ha preferido siempre mirar hacia otra parte. Exactamente como hicieron Borges y Mendoza aquella terrible madrugada del 16 de agosto de 2004.
Exactamente como hicieron todos cuando las elecciones presidenciales de diciembre de 2006. Exactamente como uno se permite suponer que harán el 26 de septiembre.
Para Chávez, las cosas pintan igualmente mal. O incluso peor. Por una parte, ya no puede seguir disimulando su rotundo fracaso en todos los frentes de batalla abiertos ciegamente por su revolución, ¿de “pacotilla”, como diría él? Y ahora, sin la magia que durante años le consintió el favor de embelesar con sus cantos de sirena a buena parte de la población, ha terminado por perder aquella vieja capacidad de seducción. Ya no hay cuentos ni promesas suficientes para maquillar la terrible verdad que encierran los datos de la inflación durante el pasado mes de abril, ni la menos terrible magnitud de la contracción económica de este primer trimestre, que bien puede alcanzar el escalofriante nivel de 7%, sólo comparable a lo sucedido con el paro petrolero de diciembre 2002-enero 2003. ¿No fue por esta razón que Chávez le ordenó al Banco Central de Venezuela guardar un hermético silencio sobre el tema? En medio de esta crisis sin precedentes en la historia nacional, Chávez ha cometido estos días la locura de escuchar una vez más las recomendaciones de Jorge Giordani y eliminar con un por ahora, cuya duración nadie se atreve siquiera a insinuar, la comercialización del llamado dólar permuta, el instrumento imprescindible para poder importar todo lo que el país necesita, o sea, casi todo.
Para complicar las cosas, esta semana el PPT lanzó oficialmente candidatos propios para el 26 de septiembre. Una tercería que, si bien no tiene mucho futuro dentro de un sistema electoral que le impide a las minorías hasta su derecho al pataleo, ciertamente no favorece al oficialismo ni a la oposición. En todo caso, los circuitos electorales de Lara, Guárico y quizá alguno más, le arrebatarán a Chávez el voto de muchos chavistas insatisfechos con el rumbo del “proceso”, y a la oposición de todo el país el voto de venezolanos apáticos y molestos por circunstancias tan poco estimulantes como el sectarismo y la ceguera de la MUD. En todo caso, no es descabellado pensar que el PPT obtendría, si las elecciones fueran transparentes, entre 7 y 10 diputados, suficientes para atenuar substancialmente las expectativas del régimen y de la oposición.
Estas complejidades del momento actual nos conducen directamente al centro del problema. ¿Qué ocurrirá de veras el 26 de septiembre? Si a pesar de todos los pesares se celebran las elecciones, ¿morderá Chávez el polvo de la derrota y lo reconocerá democráticamente? Y si no hace, ¿qué hará, díganme, la oposición? En esta gran ceremonia de la confusión, una sola cosa parece indiscutible: hace tiempo que Chávez echó sus cartas y, pase lo que pase, con una nueva Asamblea o con un poder comunal legislando en una asamblea revolucionaria del poder popular, a los venezolanos de todas las tendencias no les quedará más remedio que reconocer, el próximo 26 de septiembre, sin tapujos ni pendejadas, la naturaleza de un futuro nacional incierto y dramáticamente inexorable.
http://www.noticierodigital.com/2010/05/hacia-el-26-de-septiembre-y-iii/
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