París, Francia
Los movimientos sectarios y extremistas, tanto de derecha como de izquierda, los fundamentalismos, así como las ideologías reduccionistas, de pensamiento único, parcelan la visión del mundo del individuo que ha sido captado para sus respectivas causas, sean nacionalismos, guerras santas o utopías revolucionarias. Éstas prometen a sus seguidores el espacio social y el poder de los cuales se sienten excluidos por sus propias carencias, deficiencias o frustraciones. Estos hombres y mujeres, generalmente jóvenes con una baja autoestima o inseguros, encuentran al fin un sentido de pertenencia en el grupo que los soporta y que, a través de técnicas de persuasión los reafirman, borrándoles la capacidad de juicio moral, perdiendo todo vestigio de criterio y capacidad de reflexión. Ya fanatizados y entrenados, se les brinda un escenario y un motivo para morir, diluyéndolos en escuadrones y bandas asesinas, en la invisibilidad del terrorista de una mitológica Jihad, en el anonimato de un hombre-bomba o el de un francotirador que dispara sobre una multitud. Su leitmotiv no es otro que el odio a la vida. Los medios que difunden la Jihad islámica exhiben como parte de su propaganda de horror, a sus “brigadas de mártires” o bombas humanas, compuestas por niños y adolescentes.
Glucksmann afirma que el terrorista, sea un Estado, un grupo o un individuo, se considera eximido por principio de cualquier regla: “Al desencadenar una violencia de la que nadie se libra, el terrorismo se revela como una agresión contra la vida”.
Nos engañamos pensando que este fenómeno tiene su origen en los trastornados cerebros de los fundamentalistas islámicos. La voz que exclamaba:“¡Jamás capitularemos, no, jamás! Nos pueden destruir, pero si lo hacen sepultaremos con nosotros al mundo, a un mundo en llamas”, “El terror de las bombas no perdonará las casas de los ricos ni de los pobres, las últimas barreras entre clases desaparecerán. Los últimos obstáculos para la realización de nuestra misión revolucionaria caen junto a los monumentos de la civilización”, estas arengas no están tomadas de un video de Bin Laden, de Ahmadinejad o de un dirigente de Hamas o de Hezbollah, eran los gritos de Hitler dirigiéndose a los niños y jóvenes de las Hitler Jugend, quienes a coro contestaban: “Digan que para servirle y morir somos los Hitler-Jungen”. Este vaciamiento de conciencia tiene sus antecedentes cercanos en el nazismo y los experimentos fascistas que se dieron en la Europa del siglo XX.
El hombre nuevo
En su discurso del Reichsparteitag en 1935, en una tribuna en forma de altar, colocada en medio del templo virtual que conformaban las columnas de luz de 150 reflectores apuntando al cielo, Hitler declaró que el Estado Nacional Socialista (es decir, él) se haría cargo de la patria potestad y de la educación de los niños: “De ahora en adelante, el hombre alemán, desde niño se educará progresivamente de escuela en escuela. Lo formaremos a nuestro cargo desde muy pequeño para ya no dejarlo hasta la edad de jubilación. Nadie podrá decir que hubo un período en su vida en que haya estado abandonado a sí mismo”.
A partir de los diez años, las niñas entraban en el Jungmädelbund y los varones en el Jungwolk. A los catorce a la Hitler Jugend, donde recibían una formación escolar y una intensa formación física y paramilitar hasta los dieciocho años, centrada en sus aptitudes y temeridad, aquellos que no pasaban las duras pruebas físicas de arrojo y valentía eran descartados, los restantes ingresaban a la Wehrmacht según fuera su inclinación hacia el ejército, la marina, la Lufwaffe y los más implacables, a las feroces Walfen-S.S.
El nazismo propuso la búsqueda espiritual del “hombre nuevo”, el cual resultó en el reclutamiento y militarización de jóvenes, adolescentes y niños que fueron fanatizados, adiestrados para matar y morir, para no dar valor a la vida y entregar las suyas en sacrificio al Führer o Líder. Estos niños fueron convertidos en nihilistas que consumaron atrocidades y crímenes. Al final de la guerra fueron utilizados como “carne de cañón” para resistir al avance ruso sobre Berlín, donde miles de ellos murieron, dando tiempo a muchos de los jerarcas nazis de escapar o pactar con el invasor, mientras su Führer mataba a su mujer y a su perro, antes de suicidarse.
Un Pueblo, un Estado, un Conductor
La propaganda nazi, jugó un papel fundamental. Slogans como: “Ein Volk, ein Reich, ein Führer: un Pueblo, un Estado, un Conductor”, ayudaron al sometimiento total al caudillo nazi, "encarnación viva del pueblo, de la nación y del Estado”, ante quien las multitudes de jóvenes nazis vociferaban: "Führer ordenad, nosotros os seguimos", y a quienes la filosofía del fascismo les subrayaba las virtudes de la guerra: “La vida como guerra permanente. Se vive para la lucha”, "Nada ha sido alcanzado jamás sin derramamiento de sangre", "la guerra es la forma más simple de consolidar la vida".
Los fascismos clásicos tuvieron un carácter religioso y necrófilo, al inducir a sus niños y jóvenes a sacrificarse y morir en “nombre de la patria”, de la "raza superior", del “hombre nuevo”, “por el Führer”, este último era el acto de entrega más sublime. Esta macabra ofrenda alcanzó su máxima expresión con la puesta en marcha y organización de la “Solución Final”. Sus campos de exterminio fueron la exaltación del “culto a la muerte”. Es una tragedia que la juventud alemana haya seguido a un líder necrófilo y encontrado un propósito en el nazismo, su organización y terrible eficiencia estadística para el exterminio.
Los aspectos esquizofrénicos (schizo, "división" o "escisión" y phrenos, psique) notorios en Hitler, Stalin y otros déspotas totalitarios militaristas y fascistas, así como en esta nueva camada de necrófilos que amenazan a la democracia y a la cultura occidental, se caracterizan por la búsqueda de una total escisión entre la razón y la voluntad de sus seguidores. De allí que veamos con horror la reedición de estas practicas en regímenes y grupos terroristas en diversos países. Alimentar el corazón de niños y jóvenes fomentando el odio, la división y la exclusión, así como su uso en organizaciones paramilitares para ayudar a sostener un Estado totalitario, un gobierno, un grupo o facción, es considerado por todas las leyes y protocolos internacionales del presente como un crimen contra la humanidad.
http://www.analitica.com/va/internacionales/opinion/9934422.asp
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