Estamos recorriendo a Venezuela por tierra. Catorce estados, bastantes municipios y pueblos incluidos, son testigos de nuestra presencia. No es la primera vez. Conocemos integralmente a este país insólito. Grandezas y miserias materiales y humanas, hermosos parajes y trágicas visiones, están grabadas en lo más profundo de nuestro ser. Pero la destrucción actual no tiene precedentes. La planta física, en general, y específicamente la vialidad urbana, agrícola, inter-urbana y autopistas está en el último estado del deterioro. El efecto sobre los seres humanos es tremendo. Una especie de complejo de inferioridad, de resignación pesimista, se mezcla con cierta dosis de indignación y resentimiento que se convierte en rabia creciente a la espera de coyunturas favorables para la protesta y el cambio. El último estado visitado fue Mérida. Los medios han dado cuenta de aquella realidad.
En foros públicos, debates abiertos, entrevistas, conversaciones personales y emplazamientos de la gente en la calle somos abordados con la misma pregunta: ¿Hasta cuando? ¿Cuándo saldremos de esto? El problema está en que todos comentan esperando que otros u otro resuelva, que un tercero haga lo que le corresponde hacer a cada uno individualmente. Más que amargura hay depresión. La gente no ve o no quiere ver aquello que pueda detener la destrucción. Quizás por comodidad, pero también es posible que tengan razón. Aún no perciben el cómo para salir de la tragedia. Sin embargo, todos saben que tendremos que enfrentar un temporal, asumir la responsabilidad de una dura confrontación inevitable.
La mayoría de los dirigentes políticos partidistas tienen formación parlamentaria. Están hechos para el diálogo y la negociación. Prefieren ese camino a la confrontación abierta, sobre todo, si corre peligro el formalismo democrático. A veces parecieran no entender que esa rutina terminó hace rato y que el liderazgo tiene que estar a la altura. Imposible seguir confundiendo democracia con elecciones, agotándonos exclusivamente en el tema electoral, mientras toleramos la creación de poderes inconstitucionales y el ejercicio ilegítimo de todas las ramas del poder público.
El régimen actual no tiene capacidad de rectificación, ni propósito de enmienda. Quien lo dirige no es un demócrata. En consecuencia, de aquí en adelante todo será para peor. Cualquier solución empieza con el cambio de Presidente para darle paso a una transición civilista, alejada de todo mesianismo, bien dirigida, con poder de convocatoria y mucha credibilidad nacional e internacional. Debe tener ascendiente para reinstitucionalizar nuestra Fuerza Armada, establecer y mantener el orden público y borrar los obstáculos neutralizando potenciales enemigos. En Venezuela hay ideas, planes y proyectos suficientes. También la gente para llevarlos adelante Los problemas son primarios y las soluciones existen. Ojala y no falle el coraje indispensable para convertirla en nación puntera del continente. Es posible.
oalvarezpaz@gmail.com Lunes, 23 de mayo de 2011
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