Junio 8, 2010
Mendoza es un ganador nato a quien no se le pudren los alimentos en los almacén.
A estas altura Chávez se siente todavía tan poderoso que pretende darse el lujo de ungir a sus enemigos como eventuales competidores electorales y aunque parezca mentira uno de ellos, a juzgar por la obsesión con la que lo distingue en sus insultos, es Lorenzo Mendoza, quien encarna la antítesis de todo lo que él representa: joven, capitalista, exitoso y por tanto políticamente vulnerable en un país donde la propiedad es un delito.
A despecho de los triunfos de Piñera en Chile y de Martinelli en Panamá, quienes han logrado desmitificar, en parte, la tesis según la cual los empresarios, explotadores del pueblo, están inhabilitados a perpetuidad para manejar directamente las riendas del poder, Chávez se ha propuesto sacar a su deseado contrincante del ostracismo voluntario en el cual suele permanecer. Lo hostiga, lo amenaza, lo declara enemigo público número uno de la justicia social y le achaca culpas que en realidad son suyas: acaparamiento y escasez de alimentos, corrupción, ineficacia, especulación, conspiración.
La respuesta es una total indiferencia y un silencio absoluto. Mendoza no cae en provocaciones, se mantiene ocupado en sus negocios y entrenando para el próximo maratón de Nueva York, dejando que sean los trabajadores de Polar, los mismos que hace no mucho tiempo fundaron un sindicato chavista, quienes le respondan claro, duro y fuerte al bocón de Miraflores.
Con Mendoza no se trata sólo de quitarle su emporio de 40 empresas porque eso resultaría muy fácil y no le brinda suficiente satisfacciones. En su caso la intención es humillarlo en la diatriba, demostrar como él, el hijo de misia Helena, el propio pata en el suelo surgido de las gargantas de la exclusión y la marginalidad, le atiza tremendo revolcón al hijo de doña Leonor, expresión mejor acabada de la burguesía criolla y del sifrinismo oligárquico.
Mendoza se constituye en arquetipo de todo lo detestado por la doctrina oficial y el propósito manifiesto es transferir a las masas el resentimiento y la envidia que se siente por un ganador nato, alguien a quien no se le pudren los alimentos en los almacenes, que le da de comer a más de medio país con una empresa de apenas 30 mil trabajadores y un capital relativamente pequeño si lo comparamos con la masa monetaria que se maneja desde Miraflores. A Mendoza lo defiendan los trabajadores (¿dónde y cuándo se ha visto a los obreros dar la cara por el patrón?) ante las arremetida de este “gobierno obrerista”, pero también ha desarrollado y expandido su empresa, habla inglés, estudió en una universidad del imperio, es joven y además prolífico padre de familia. ¿No podría alguien así atreverse a romper prejuicios y acometer una empresa que luce imposible? Lo más probable es que no.
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