12 Junio, 2011
Fue realmente desesperado el cuidado que se tomó Ollanta Humala para distanciarse de Hugo Chávez durante la campaña electoral que lo llevó a la presidencia del Perú, y más todavía, la insistencia en establecer que su modelo a seguir como jefe de Estado está en el Palacio de Planalto en Brasilia y no en el de Miraflores en Caracas.
Cambio de 180 grados con relación al Humala del etnocacerismo, promotor del ALBA, de la retroizquierda y de una futura guerra con Chile que debe atribuirse, primero, a los dos períodos de gobiernos democráticos que en 10 años colocaron al Perú en el mapa del siglo XXI, y segundo, a la bancarrota que en todos los órdenes sufren los cuatro países de la región que cayeron en la trampa del recetario chavista.
Y que no pudo venir sino del propio Lula Da Silva, a través del principal asesor de la campaña de Humala, el publicista brasileño, Joao Santana, quien ha hecho nombre, fama y fortuna como “creador” de la imagen política del expresidente y del cual dicen los cariocas en tono de sorna le aconsejó a Dilma Rousseff durante su campaña una fórmula parecida: que se distanciara de Lula.
De modo que algo de maquiavelismo manejan estos zorros del subimperialismo brasileño, que no solo se ve interesado en que los próximos presidentes de América del Sur mantengan a raya el control que tradicionalmente venía con la marca made in USA, sino también el de los nuevos, ya sea que tengan su origen en Caracas o en La Habana.
Pero principalmente de los últimos, ya que a Lula y a Joao Santana no podía escapárseles lo especialmente dañino para la campaña de Humala que resultaría que los votantes peruanos lo asociaran a los dos nombres que son sinónimos de fracaso en el continente: Fidel Castro y Hugo Chávez.
El primero, cabeza de una dictadura que a nombre del marxismo, del leninismo y del stalinismo ha reducido a polvo la que otrora fue una de las sociedades más prósperas de la región, y el segundo, promotor de su restauración 10 años después de la caída del Muro de Berlín y causa eficiente de que ahora, no solo Cuba, sino también Nicaragua, Venezuela, Ecuador y Bolivia estén poniéndose al cuello la soga de la servidumbre, el caudillaje, la destrucción y el terror.
Y Venezuela, primero que ninguno, con todos los recursos, condiciones y oportunidades para colocarse a la vanguardia del desarrollo regional y suprarregional, y convertido por obra y gracia de Chávez y su “socialismo del siglo XXI” en una economía insana, con déficit de más de 5 puntos del PIB, crecimiento económico casi cero, inflación del 30 por ciento y una deuda pública interna y externa que ya se acerca a los 150 mil millones de dólares.
O sea, que el mito de que el socialismo había fracasado porque se había implementado en países pobres, tercermundistas, casi agrarios y carentes de los recursos monetarios para encarar los déficits naturales que se originan en el cambio de un sistema a otro, también acaba de fracasar, quedando solo como un pretexto para que dictadores totalitarios inicien sus monarquías vitalicias de partido y pensamiento únicos, de vocación dinástica y violaciones masivas de los derechos humanos.
Venezuela, en efecto, recibió en los últimos seis años a raíz del último ciclo alcista de los precios del petróleo (2003- 2005) mucho más ingresos de cuantos había percibido en todo su historia (tanto como UN BILLÓN DE DÓLARES) pero solo para verlos quemados en la hoguera del delirio chavista de crear en la América del Sur una base para la restauración del comunismo stalinista y fidelista, regresar a la Guerra Fría con Venezuela sustituyendo a la Unión Soviética y a él mismo como émulo de Lenin, Stalin, Mao y Fidel Castro.
Desfase de origen perfectamente psicopático que tiene a Venezuela en ruinas, postrada a niveles de prerrevolución industrial, desarticulada en su
conexión a la revolución científico-tecnológica que sacude el mundo y repitiendo dogmas que por anacrónicos ya no encuentran significación en el lenguaje del hombre de la calle.
Perú, Chile y Brasil, por el contrario, sin desdeñar los enormes retos de combatir y reducir la pobreza, avanzar en la igualdad, y corregir los desequilibrios sociales, se han unido a la ola de modernización de la economía que es también democracia, competitividad, independencia de los poderes, pluralidad y globalización, ubicándose a la cabeza de la región en los índices de crecimiento, inflación casi cero, empleo formal y manejo calculado y controlado de sus déficits y deudas.
De modo que, ejemplos no le faltaban al Humala del 2011 para decidir cuál sería el mensaje de su campaña y el modelo de país que ofrecería a los electores peruanos, teniendo en frente la estatocracia que practica, promueve y financia Hugo Chávez con los petrodólares que recibe en pago del millón de barriles diarios de crudos que exporta a los Estados Unidos, y el modelo de economía abierta, competitiva, y de mercado que reduce la pobreza y diversifica la economía que implementan Brasil, Chile y el mismo Perú.
Bien es verdad que los líderes políticos son proclives a cambiar y que, en el caso del Perú, no se trata solo de Humala sino de los grupos radicales y retroizquierdosos que no tardarán en tomar la calle para llamarlo “traidor” y exigirle un retroceso que lo adscriba a las tesis castristas y chavistas, pero más
allá de vaivenes y ambigüedades, es evidente que en la campaña electoral peruana y la elección presidencial quedó algo claro:
Chávez y su maestro, Fidel Castro, están absolutamente aislados, sin otra prueba para demostrar la vigencia del modelo socialista que la destrucción de Cuba y el proceso en el cual Venezuela, siendo un país con los ingresos más abultados de su historia, rueda por la pendiente de un empobrecimiento atroz, una desigualdad creciente y la vergüenza de exhibir casi cuatro millones de venezolanos sin un techo donde vivir.
Igualmente, que tal sucedió en Cuba a comienzos de los años 60 del siglo pasado, el sistema eléctrico venezolano que era uno de los más desarrollados y eficientes del subcontinente, se está apagando, dejando de existir, con cortes de luz que se aplican a cualquier hora del día y de la noche, con duración que puede extenderse hasta por 24 horas, y la paralización, no solo de importantes servicios públicos en salud y educación, sino también del sistema productivo nacional que por los ceses intempestivos de energía pierde cifras colosales en maquinaria, equipos, herramientas y horas de trabajo.
De modo que, solo los sátrapas y sus sistemas cerrados, excluyentes, elitescos y de mentalidad feudal y aun esclavista, deja este intento de salvar a la humanidad y construirle el reino de Dios en la tierra, en tanto que los países democráticos que adoptaron sistemas de economía competitiva, abierta y de mercado vuelan con alas de la tecnología de punta, se hacen estaciones en el ciberspacio, y a través de los derechos humanos de cuarta generación (de los
cuales el acceso a Internet es el último en ser decretado por la ONU) se adentran en el mapa del siglo XXI.
O sea, en todo lo que los gobiernos de Alejandro Toledo y Alan García dejaron como herencia en Perú y que ojalá Ollanta Humala no tenga la malhadada idea ni siquiera de maquillar.
Fuente: Noticiero Digital
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