El penoso tartamudo será simplemente un traidor que devolvió al país a las peores épocas y echó a perder la ilusión del progreso por mucho tiempo. El mejor amigo de Chávez, amigo también, ya se sabrá hasta qué punto, de Fidel Castro, socio de Ernesto Samper, etc., es un completo paradigma de ineptitud, corrupción, mendacidad, cinismo y latrocinio. Ya puede el señor Santos ir descabalgando de su ensueño. Sus delirios de grandeza son menos justificados aún que los de un Mobutu, que al menos salió de la nada, y por mucho que la prensa local lo presente como un gran estadista lo que ha hecho ha sido aliarse con los traficantes de cocaína de las repúblicas bolivarianas y con sus representantes locales, fomentar el prevaricato judicial más escandaloso, favorecer una persecución infame que sólo resulta válida para los ignorantes, los fanáticos y los canallas más desaprensivos, resucitar a las bandas terroristas para tener con quien negociar un acuerdo de paz que no llegará ni siquiera convirtiendo a Alfonso Cano en el sucesor de León Valencia en el cobro de las masacres de la tropa remanente, hacer inviable el país con leyes inicuas cuyo único sentido es proveer recursos a los parásitos que viven de cebar clientelas, multiplicar el parasitismo estatal con nuevos entusiastas pagados, envilecer la prensa con campañas repugnantes de calumnias y amenazas e impedir para mucho tiempo la firma del TLC con Estados Unidos, pues los republicanos, que eran los únicos interesados, no tendrán muchas ganas de resultar amigos de una "narcodemocracia" aliada de los socios de Ahmadineyad y Gadafi. Cuando uno mira su estilo, su disposición, sus inclinaciones, y sobre todo lo que ha hecho en el gobierno, el hecho de que Santos lea biografías de grandes estadistas y crea emularlos parece una prueba de lo remota e insignificante que es Colombia en el conjunto de la humanidad. Santos aprovechó su nombramiento en Londres para acercarse a personajes importantes de la política británica. Eso y las biografías de Roosevelt, Churchill y algún otro lo convencieron de estar llamado a ser un estadista de gran estilo que cambiaría el país, aunque por puro sentido práctico lo que ha hecho es precisamente encarnar los peores vicios de la política local.
2 de septiembre de 2011
El ensueño del patán
Por Jaime Ruiz
Uno de los datos relacionados con Colombia que más deprimen es el hecho de que el actual presidente sea un lector de biografías y de obras históricas y pretenda de alguna manera emular a grandes gobernantes de otros países. Cuando uno mira su estilo, su disposición, sus inclinaciones, y sobre todo lo que ha hecho en el gobierno, el hecho de que Santos lea biografías de grandes estadistas y crea emularlos parece una prueba de lo remota e insignificante que es Colombia en el conjunto de la humanidad.
Santos y su ministro de Defensa Rodrigo Rivera celebran un éxito de la selección Colombia el día siguiente a una arremetida de las FARC que dejó varios muertos y 63 heridos.
Antes de seguir conviene dejar claro que al evaluar al personaje no pretendo de ninguna manera condenar los privilegios que le permitieron llegar a ser presidente. Lo peor, sin la menor duda lo más repugnante de la vida colombiana, es la manía del espíritu de equidad que comparten todas las personas parasitarias que reciben decenas de veces el ingreso medio y se ponen ese gratuito adorno justiciero mientras intrigan a ver cómo despojan más a quienes trabajan y a quienes están excluidos. El rencor por los privilegios ajenos es el nombre mismo de la maldad, y en Colombia es un rasgo que convive en el intelectual típico ("mamerto") con la arrogancia derivada de los privilegios a que alcanza.
Muy bien pues que el señor Santos fuera alto funcionario desde muy pronto y accediera a universidades de prestigio. Tampoco debería tener objeción que su familia poseyera un periódico y su tío abuelo fuera presidente. La moral de la chusma (moral colombiana) pretende que sería preferible que el padre mismo fuera analfabeto, mendigo y contrahecho. Mi punto está en lo que concibe el señor Santos y el papel histórico que espera tener. ¡Dios mío, difícil concebir un despropósito mayor!
Como buen colombiano, Santos aprovechó su nombramiento en Londres para acercarse a personajes importantes de la política británica. Eso y las biografías de Roosevelt, Churchill y algún otro lo convencieron de estar llamado a ser un estadista de gran estilo que cambiaría el país, aunque por puro sentido práctico lo que ha hecho es precisamente encarnar los peores vicios de la política local.
Tal vez lo que hace que la realización de los sueños del señor Santos sea tan patéticamente horrible es el medio en que ocurre. El servilismo, el rasgo más característico de los colombianos de todos los rangos sociales, hace que la prensa esté automáticamente dispuesta a halagar de todas las maneras al dueño del periódico y que los políticos y jueces sean grotescamente venales. La "ingeniería del prócer" no tiene quién la evalúe con rigor y, al carecer de control de calidad, da un figurón lamentable.
Ya puede el señor Santos ir descabalgando de su ensueño. Sus delirios de grandeza son menos justificados aún que los de un Mobutu, que al menos salió de la nada, y por mucho que la prensa local lo presente como un gran estadista lo que ha hecho ha sido aliarse con los traficantes de cocaína de las repúblicas bolivarianas y con sus representantes locales, fomentar el prevaricato judicial más escandaloso, favorecer una persecución infame que sólo resulta válida para los ignorantes, los fanáticos y los canallas más desaprensivos, resucitar a las bandas terroristas para tener con quien negociar un acuerdo de paz que no llegará ni siquiera convirtiendo a Alfonso Cano en el sucesor de León Valencia en el cobro de las masacres de la tropa remanente, hacer inviable el país con leyes inicuas cuyo único sentido es proveer recursos a los parásitos que viven de cebar clientelas, multiplicar el parasitismo estatal con nuevos entusiastas pagados, envilecer la prensa con campañas repugnantes de calumnias y amenazas e impedir para mucho tiempo la firma del TLC con Estados Unidos, pues los republicanos, que eran los únicos interesados, no tendrán muchas ganas de resultar amigos de una "narcodemocracia" aliada de los socios de Ahmadineyad y Gadafi.
El gobierno de Santos quedará en la historia como el de cualquier otro sátrapa tropical. Para la gente que lo eligió, cuando vaya entendiendo que su aspiración era una sociedad organizada y próspera y no sólo complacer al caudillo que sigue protegiendo a Santos, el penoso tartamudo será simplemente un traidor que devolvió al país a las peores épocas y echó a perder la ilusión del progreso por mucho tiempo. El mejor amigo de Chávez, amigo también, ya se sabrá hasta qué punto, de Fidel Castro, socio de Ernesto Samper, etc., es un completo paradigma de ineptitud, corrupción, mendacidad, cinismo y latrocinio.
En Balas sobre Broadway un gánster intenta a toda costa convertir a su querida en actriz. Así es el esfuerzo de la camarilla oligárquica con el gran estadista, aunque con resultados peores que en dicha película. Ya pueden agotarse los lambones calumniando al anterior gobierno y defendiendo al sátrapa, la historia lo absolverá mientras siga absolviendo al estadista que convirtió a Cuba, el país más desarrollado de Hispanoamérica en 1958, en el náufrago gemelo de Haití.
Fuente: Atrabilioso.blogspot.com
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