Venezuela sin agua, sin luz, con muertos, inflación, pareciera no soportar mucho más
Hágase la noche. Al undécimo año se hizo la noche. Por obra de Su Omnipotencia, las luces se apagaron una a una y la oscurana se vino encima como asedio gaseoso. Apenas las sombras vagaban como ánimas en pena en lo que fuera el emporio energético de esta atribulada zona del planeta. De modo imperceptible, los aldeanos de esta provincia dejaron el bullicio en las calles y comercios, en tabernas y ferias, para reducir su espacio existencial a las horas tristes de un tráfico alevoso y a las más gratas del confinamiento con la familia y los amigos.
Nadie sabe cómo fue que a Venezuela se le fue el alborozo de la calle, la extroversión cariñosa con el desconocido, la amiguería improvisada, el estilo confianzudo de la palmada en la espalda al recién llegado. Hasta su verdugo fue recibido con contento, aunque, claro, no se sabía de qué estaba hecho. Ahora los caminantes andan de mírame y no me toques, con el rictus del odio en la mirada, con la nariz engrinchada y alerta, y con las mandíbulas en las vecindades del mordisco.
¿De dónde vino todo esto? La leyenda dorada reza que las hostilidades vinieron con Él. Éramos pacíficos, amorosos, desinteresados, pero Él vino a disolver las uniones, a divorciar las parejas, a estigmatizar a los padres y a procurar el abandono de los hijos. Habría inoculado su veneno sin morder y sin jeringa, apenas prevalido de su facundia emponzoñada. Como el silbido de la serpiente que paraliza y luego clava los colmillos. El Flautista de Hamelín criollo había prometido a las élites llevarse los ratones de la vieja República que invadían la ciudad pero, desencantado porque no le retribuyeron con suficiencia, también se llevó los niños y el gozo.
La leyenda negra dice otra cosa. Venezuela es feroz. En la Guerra de Independencia, la más sangrienta de América Latina, se perdió un cuarto de toda la población. El venezolano, domado por la bonanza y las buenas costumbres que aquélla permitió, no está convencido sino apenas contenido, como los seres feroces que cuando el alineamiento de los astros cambia se comen vivos a sus benefactores. Tenía que venir el Mensajero de la Tiniebla a decir las palabras mágicas que desataran la venganza.
Es posible que no sea ni lo uno ni lo otro; tampoco lo contrario. Sólo una conjunción de hechos fortuitos que produjeron una reacción en cadena ¡En cadena! Acontecimientos sin relación causal que precipitaron la explosión y cada cual se vio lanzado violentamente contra el prójimo. Después vendrían los argumentos a rellenar de racionalidad lo que no era más que un quítate-tú-para-ponerme-yo. En la mejor tradición del General del Pueblo Soberano, Zamora, quien apadrinó el decreto de guerra a muerte contra quienes supieran leer y escribir.
Se revuelca en la cama. El personaje no alcanza a conciliar el sueño. Es la tragedia de los tiranos que nunca dejan de preguntarse quién a su alrededor teje la trama del abandono o de la traición. Y tienen razón. Cuando se lo preguntan, los conspiradores del entorno tienen rato en su labor. Están hastiados. Hay personajes que están al lado, tan cerca que se han quemado con Su resplandor. Saben que Su Majestad los usa, los obliga a comprometerse en el trabajo sucio; como en las pandillas juveniles criminales que obligan al recién llegado a pegarle un tiro a cualquiera para probar su valor y aprisionarlos con el código del silencio.
Anótese allí: la mayoría de los diputados, de los gobernadores y alcaldes, y varios ministros, están saturados del déspota. Su problema es que, encerrados “en Palacio” no encuentran la ruta de escape; temen aproximarse a ella, que esté cerrada y sean observados, y que entonces el humo y el fuego vertidos por Su Alteza Serenísima los convierta en chicharrón. Lo que hizo Henri Falcón lo pudo hacer porque tiene una base política y electoral; es apenas una nueva fase que tiene como pivote la creación del polo alternativo dentro del régimen. Los veteranos del PPT, más otros desencantados que comienzan a agruparse, un alcalde aquí y otro más allá, pueden alcanzar masa crítica. Pasan por una fase inevitable, podría llamarse “la fase infantil del antichavismo”, que es el miedo a que los retraten junto a otros opositores; sin embargo, el ataque que recibirán será tan feroz que más temprano o más tarde entenderán que sólo un frente amplio y diverso le pondrá límites a Él, que no entiende de límites. También tendrán que cuidarse de “la fase senil del antichavismo” que es la que mortifica a opositores veteranos que no quieren admitir a nadie más en lo que piensan es su exclusivo club.
Él, convertido en energúmeno, intenta hacer con los suyos lo mismo que hace con “el pueblo” y con gobernantes extranjeros pedigüeños: sobornarlos. Si no funciona, entonces, amenazarlos. Si hay que apretar más la clavija, reprimirlos. Por esta razón, dar plata o dejar que se la cojan es la táctica inicial, y si no le funciona se pasa al chantaje, para el cual siempre hay un expediente a la mano, un fiscal dispuesto y un juez manso, como paloma roja. El problema del califa barinés es que hay gente que está tan harta que ya no lo quiere ni envuelto en papel de regalo.
El caos. La Venezuela sin luz, sin agua, con centenas de muertos, con escasez de productos y con la inflación imparable, pareciera no estar dispuesta a soportar mucho más. Los partidos de oposición concentrados en las parlamentarias atienden a un departamento necesario, pero no el único ni el más importante para la vida cotidiana de las masas. La hinchazón que experimentan los problemas, la turbulencia que cada uno produce por sí solo, la imposibilidad de adquirir sentido en medio de la tormenta, la sensación de que ningún polo puede dar cuenta del rumbo, generan un estado de caos que podría incrementarse y ser la resultante de este proceso.
En situaciones como esta solo hay contención cuando existen instituciones sólidas, o también cuando hay una dirección política y social estable y creíble en la cual confiar. Estos elementos no están presentes. Las instituciones no se inventan en un santiamén, y una dirección política y social requiere una concertación que no es posible con partidos unidimensionales que no se sienten en capacidad de hacer dos cosas bien al mismo tiempo.
Así como nadie sabe quién fue el que pegó el gritico en Guarenas el 27F de 1989, del cual se esparció la rebelión social que arrasó con tiendas e ilusiones, así también puede ocurrir ahora. Si el Gobierno no propicia el diálogo a través de una agenda común, y si la oposición no dedica esfuerzos, Venezuela se puede encontrar en medio de la nada, en la que el mundo otra vez será de valientes y no de los hombres justos.
twitter@carlosblanco
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