Hace ocho días la llamada Mesa de la Unidad Democrática celebró elecciones primarias para seleccionar candidatos de la oposición a las elecciones parlamentarias del 27 de septiembre. Lamentablemente, el mecanismo se aplicó en un reducidísimo número de circuitos electorales.
¿Cortina de humo para disimular el viejo tejemaneje de las cúpulas partidistas? Según Ramón Guillermo Aveledo, secretario ejecutivo de la Mesa, nada de eso. Para él, en realidad, el 25 de abril “se completó la fórmula que garantiza la alianza electoral perfecta”.
No se detuvo a aclarar, sin embargo, de quién es esa alianza electoral que él calificó de perfecta. ¿Unidad del pueblo venezolano o sólo de las cúpulas partidistas? ¿Y por qué perfecta? Sin la menor duda, estas elecciones primarias arrojaron un fruto de gran significación. Por primera vez en la historia electoral venezolana los partidos políticos tradicionales admitieron que los electores ejercieran su derecho de elegir a algunos de sus candidatos parlamentarios. Cierto que la mayoría de los puestos en la lista opositora fueron determinados por el dedo de las cúpulas partidistas en negociaciones que despedían un penetrante y pesado tufillo antidemocrático, pero no puede ocultarse el hecho de que por las causas que fueran se dio un primer paso en la dirección acertada. Por supuesto, quienes acusan a la llamada Mesa de la Unidad Democrática de haber repetido al pie de la letra los vicios del pasado, no exageran. La inmensa mayoría de los candidatos fueron designados por los dirigentes de las franquicias partidistas representadas en la Mesa, quienes se reservaron para ellos mismos, ¡qué bien, caballeros!, los puestos con mayores probabilidades de superar las pruebas que les impondrá Chávez a las aspiraciones electorales de la oposición. A estas alturas, algo distinto hubiera sido demasiado bonito para ser verdad.
No obstante, este no fue el principal desengaño generado por la tradicional manipulación electorera de la dirigencia política de la oposición.
Los ejemplos de Julio Borges y Henrique Salas Römer bastan para comprender los alcances y la magnitud del anacronismo, como si las terribles experiencias de Bolívar y Carabobo en las últimas elecciones regionales no hubieran sucedido jamás. Lo que resulta peor en esta ciega carrera electoralista es pensar y actuar como si en Venezuela el proceso político se desarrollara en el tranquilo marco de la más envidiable normalidad democrática. De ahí que la Mesa como colectivo, sus dirigentes como individuos presuntamente comprometidos con el abrumador porvenir de Venezuela y los candidatos seleccionados en negociaciones o por primarias, no le hayan dedicado ni tres palabras a Chávez, el problema central de la gran crisis nacional, y sólo se hayan ocupado y se ocupen de hablar sobre una supuesta agenda legislativa que, además de no existir, esquiva sistemáticamente la situación del país con el exclusivo propósito de no agitar excesivamente las aguas políticas y sociales del país. ¿Por qué? ¿Por temor a correr la misma triste suerte, pongamos por caso, de Antonio Ledezma? Corolario natural de esta visión torcida del proceso es que la Mesa manipula a su favor la exitosa experiencia de la Concertación opositora en Chile, pero prefiere no mencionar en absoluto que la meta única de aquel gran esfuerzo de los demócratas chilenos fue sacar a Augusto Pinochet del Palacio de la Moneda. De ahí precisamente que lo lograran.
En cambio, aquí, como Chávez califica de golpista a quien pretenda cultivar su soberano derecho democrático y constitucional de tratar de sustituirlo en la Presidencia de la República, pues nada de nada. Hablemos de cualquier otra cosa.
No vaya a ser… aunque todos sepamos que ir a por Chávez, objetivo que paradójicamente sólo menciona el propio Chávez, es la auténtica razón de ser democrática del 27 de septiembre.
Llegado a este punto bajo tales condicionamientos, cabe preguntarse: ¿habrá sido el comportamiento unidimensional de la dirigencia opositora el motivo para borrar de todas las listas posibles la candidatura de Oswaldo Álvarez Paz y de tantos otros demócratas sin pelos en la lengua ni sombras en la conciencia? ¿Será posible entonces que este autoritarismo decimonónico de los jefes partidistas termine auspiciando que personalidades de la envergadura y el coraje de Álvarez Paz puedan y deban presentar sus candidaturas a la Asamblea Nacional por iniciativa propia como fórmula verdaderamente democrática y opositora para abordar sin tapujos la crisis nacional y restaurar la democracia en Venezuela? ¿Será ese el camino?
http://www.noticierodigital.com/2010/05/hacia-el-27-de-septiembre-i/
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