Varios movimientos tectónicos de la última semana están replanteando el tablero político de América latina. Y no precisamente la ruidosa y disputada elección en Perú del domingo pasado, en stand-by hasta la segunda vuelta del 5 de junio, sino un reacomodamiento más silencioso, articulado y de proyección más abarcativa: la redefinición del liderazgo en América latina, que de estar concentrado en Brasil durante los 8 años de Lula presidente, aparece hoy compartido con Colombia.
Liderazgo convertido ahora en una dirección bifronte, en la que Dilma Rousseff -en estos momentos en una gira histórica por China- retendría el cetro económico para Brasil como punta de lanza para atraer inversiones hacia la región, mientras que desde Colombia, el gobierno de Juan Manuel Santos - en el poder desde agosto 2010- llevaría la delantera en la articulación y armonización política, que hasta fines del año pasado encaró Lula. Quizás la prueba más contundente de esta división actual de las tareas “intra-latinoamericanas” pueda comprobarse en la concordancia tripartita de Cartagena, Colombia, del sábado 9.
Allí los presidentes Hugo Chávez y Juan Manuel Santos -ante la presencia de su par hondureño Porfirio “Pepe” Lobo- prometieron gestionar juntos la reintegración de Honduras ante la OEA e intermediar un acercamiento entre ese mandatario y su antecesor en el cargo, Manuel Zelaya. Honduras fue suspendida por la OEA en julio de 2009, luego de que un “golpe” encarado por miembros de la Corte Suprema, el Legislativo y las Fuerzas Armadas, depusiera al entonces presidente Manuel Zelaya.
Fue en ese cuadro de situación que el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva dio una zancada hacia América Central -históricamente una zona bajo la égida de Washington-, repudió el golpe y dio albergue durante cuatro meses al depuesto Zelaya en su embajada en Tegucigalpa (el actual hospedaje del hondureño está en República Dominicana). Pero, mientras que Brasil -junto con Bolivia, Ecuador, Venezuela y Argentina- quedó estancado en un no reconocimiento hacia el gobierno de Lobo (hace algunos días la presidente Dilma dijo sólo se haría una vez que el actual mandatario diera amnistía plena a Zelaya y sus seguidores), la maquinaria diplomática colombiana (encabezada por su canciller María Ángela Holguín, y mucho condimento, dicen, también por parte del propio presidente Santos) se dedicó a limar las asperezas del caso.
“Con Chávez y los cancilleres de Venezuela, Nicolás Maduro, y Colombia, María Ángela Holguín, hemos venido haciendo diplomacia discreta para tratar de normalizar la situación de Honduras en el continente y que pueda reintegrarse a la Organización de Estados Americanos (OEA)”, dijo Santos en Cartagena. Relató después que el itinerante Zelaya, en ese momento en Caracas, había cruzado propuestas de acercamiento con Lobo. El probable arreglo de la situación política de Honduras (interna y hacia la OEA) que no logró Brasil (¿lo intentó?) se dio, además, en un momento en que tanto Caracas como Bogotá están, a su vez, reacomodando sus propias fichas en el tablero continental. Por un lado, el acuerdo entre ambos países para alternarse en la Secretaria General de la Unasur (luego de que Argentina, dicen, propusiera la variable rotativa), donde colocaron a dos representantes de fuste: la ex canciller colombiana Maria Emma Mejía y el actual ministro de Electricidad venezolano Ali Rodríguez Araque).
Por el otro, un revival en la relación con la potencia del Norte: el nuevamente aceitado TLC entre Colombia y EE.UU. (dormido durante cinco años en Capitol Hill y ahora reimpulsado por el senador Richard Lugar). Esta movida no provocó ni un comentario por parte de Venezuela (aunque sí de su acólita Ecuador), que este 22 de abril se retirará de la CAN (Comunidad Andina de Naciones, que durante 40 años reunió a Venezuela, Perú, Bolivia, Colombia y Ecuador). Tanto Quito como Caracas decidieron bajarse de ese club cuando en 2006 Lima y Bogotá anunciaron el inicio de negociaciones con Washington para sendos TLC. Tampoco el bolivariano le echó más combustible, como hubiera sido esperable, sobre la ardiente situación entre Quito y Washington, que a raíz de un cable de wikileaks retiraron sus respectivos embajadores. Indicaría que Chávez está siendo tutoreado, con mejor éxito que por Brasil en años anteriores, en buenos modales por la vecina Colombia. (Y además, claro, está bajando los decibeles de cara a las presidenciales de 2012).
En cuanto al Brasil, la presidencia de Dilma Rousseff ya recoge los frutos de la diplomacia presidencial (y millaje en viajes) sembrada por Lula. Su impronta es mucho mas técnica y organizada que la de su antecesor y su interés político se centraría solamente en el tema Derechos Humanos (con lo cual, atrás podría quedar la “paciencia estratégica” de Brasilia e Itamaraty para con sus vecinos imprevisibles, como la Argentina de las licencias no automáticas, la Venezuela deudora en proyectos binacionales de infraestructura, o el Paraguay insaciable (para los ojos brasileños) a la hora de reformular contratos de energía. Por eso es que la gira de Dilma de cinco días por China (su tercer viaje presidencial, siendo Argentina el primero y Portugal el segundo), junto con 300 empresarios muestra no sólo la envergadura de Brasil sino su indiscutido liderazgo económico en lo regional y en lo global. Pruebas al canto: de los 20 acuerdos económicos que firmará con el gobierno de Hu Jintao, quizás el que mejor refleje la visión estratégica desde su liderazgo es el contrato por USD 12 billones para producir el I-Pad en Brasil y derramarlo en la región.
Con un crecimiento pronosticado para 2011 de 4.5%, el FMI acaba de ponderar la “importancia sistémica” del gigante sudamericano, especialmente para Argentina, cuyo “crecimiento se debe en buena parte a la demanda brasileña”. Aunque también advierte que un “desaceleramiento de la economia brasileña pondría en riesgo a las otras en la región”. Gajes del oficio, cuando se es líder.
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