Lamentable espectáculo que todos sufrimos llenos de asombro. No vale la pena, pues, repetir sus patéticos detalles. Sí me parece oportuno destacar, sin embargo, tres hechos que le imprimieron a esta octava celebración del 13 de abril un carácter definitorio.
El primero fue la tosca tergiversación de la verdad del 11 de abril. Según la nueva versión que leyó el locutor oficial del acto, la matanza ocurrida esa tarde en Puente Llaguno, suceso que precisamente le sirvió de argumento al entonces general en jefe Lucas Rincón Romero para solicitarle a Hugo Chávez su renuncia a la Presidencia de la República, “la cual él aceptó”, no fue el brutal ejercicio de tiro a blancos humanos en las calles de Caracas a plena luz del día que todos vimos en vivo y en directo por televisión, sino el sacrificio heroico (y supongo voluntario) de un grupo de venezolanos que dio la vida para defender la revolución. El propio Chávez reiteró minutos más tarde la monstruosidad de esta mentira: aquellos muertos y heridos formaban una línea de defensa en la avenida Baralt encargada de detener la turba contrarrevolucionaria que marchaba hacia Miraflores con la intención de asesinar al comandante-presidente.
Esta grave falta de respeto a la inteligencia y la sensibilidad de los venezolanos la aprovechó Chávez para inmediatamente después convocar a los suyos a la guerra civil. Poco importa que la obsesión por la paz se haya venido imponiendo en la conciencia civilizada de un mundo harto de las sangrientas guerras en la antigua Yugoslavia, de las escalofriantes matanzas tribales en África, de las dos guerras de Irak, de los conflictos sin fin en Afganistán y en el Medio Oriente, del terrorismo. ¡Qué importa que el repudio a la guerra y la violencia sea universal! En Venezuela somos distintos.
Lo nuestro es glorificar Puente Llaguno y la eventualidad de una guerra que de ningún modo será contra feroces enemigos extranjeros, sino contra los venezolanos que sencillamente se atrevan a disentir del pensamiento único encarnado en la voluntad del jefe máximo de la revolución llamada bolivariana.
En todo caso, de nada más habló Chávez en su larga perorata del pasado 13 de abril. De la exaltación de la muerte por la patria y de la guerra contra lo que él llama la “burguesía”, es decir, contra quienes no somos chavistas de alma y corazón hasta la victoria siempre, y a quienes el pueblo en armas debe “barrer” sin piedad de la faz de la Tierra. También se trata de abrir un áspero frente de batalla donde el pueblo unido, fusiles de asalto AK 103 en mano, se dedique a combatir a todos los fantasmas habidos y por haber en la fantasía de Chávez. Etapa gloriosa y al parecer imprescindible para poder conquistar algún día la meta del poder total.
El tercer suceso lo protagonizó nuestro inefable ministro de Educación, cuando exhortó a los niños y adolescentes de la patria, lectura de cartilla de adoctrinamiento cubana mediante, a ir a las escuelas para aprender a usar las armas de la revolución para “hacerle daño” al enemigo contrarrevolucionario. Un proyecto perverso encaminado a inculcarles a nuestros hijos y nietos más del mismo odio de los discursos presidenciales, más de la misma rabia, más de la misma urgencia de exterminar al otro por cometer el delito imperdonable de pensar diferente.
Esta es la enseñanza que nos dejó el acto celebrado para recordar la restauración de Chávez en Miraflores, y no precisamente por obra de 6 millones de venezolanos alzados contra los golpistas, sino gracias a las decisivas maniobras dirigidas por el general Isaías Baduel desde Maracay, leal a Chávez entonces, ahora también enemigo, encerrado en una celda de Ramo Verde.
Múltiple lección ésta, que a su vez es anticipo de lo que puede depararnos el día de hoy en el Paseo de los Próceres. Lo nunca visto, excepto por el desconcertante silencio con que ha reaccionado la oposición organizada en la Mesa de la Unidad Democrática ante desafueros que, incluso, ponen en indiscutible alto riesgo las elecciones del 26 de septiembre. ¿O será que yo soy tonto y lo que pasó el 13 de abril y lo que pase hoy, 19 de abril, sólo fueron nuevos e inofensivos trapos rojos lanzados al viento sólo para distraer nuestra atención? Por favor, caballeros, seamos serios. Dejemos de negar la realidad tal como es. No sigamos actuando, por las razones que sean, como si en Venezuela reinara la más plácida normalidad democrática. En definitiva, en esto consiste el gran dilema nacional. Emprender un vuelvan caras renovador, o aceptar tranquilamente el papel que pretende adjudicarnos Chávez en esta novela del eterno retorno de la misma y terrorífica pesadilla.
http://www.noticierodigital.com/2010/04/otra-vez-guerra-y-pesadilla/
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