El secuestro de Oswaldo Álvarez Paz me impone una doble tarea. En primer lugar, hacer pública mi solidaridad personal con el amigo, ahora más amigo que nunca, por ser víctima de brutales abusos y bajezas oficiales. En segundo lugar, la obligación política de señalar que esta decisión presidencial de castigar con la persecución y la cárcel el derecho de los ciudadanos a expresar su opinión constituye un punto de inflexión revelador en el controversial desarrollo del actual proceso político venezolano.
Cruje el muro de caña. Así, con esta frase brillante, el pasado 2 de abril, en el diario español El País, el ex comandante guerrillero salvadoreño Joaquín Villalobos resume su visión de la nueva situación cubana, creada a raíz de la muerte de Orlando Zapata Tamayo. Luego nos explica por qué: “Fidel Castro se preparó para enfrentar una invasión estadounidense, derrotar rebeliones contrarrevolucionarias, evadir atentados contra su vida y resistir el embargo comercial, pero no se preparó para pelear contra hombres dispuestos a dar la vida en una huelga de hambre, ni para enfrentar a un puñado de mujeres que protestan pacíficamente, ni para lidiar con grupos musicales que, con el más subversivo de los mensajes, le cantarían a cientos de miles de cubanos `que la normalidad no es pecado’ “.
Algo similar le ocurre ahora a Hugo Chávez. Con una sola diferencia. Chávez no ha tenido que enfrentar invasiones militares, el acoso de una constante acción subversiva contrarrevolucionaria ni verdaderos intentos de magnicidio. Mucho menos el altísimo costo de un embargo comercial de medio siglo. Sin épica revolucionaria capaz de seducir al imaginario colectivo, tuvo sin embargo la astucia de recurrir a su fantasía para construir ante los ojos de los venezolanos más incautos, y de una comunidad internacional por lo general complaciente, un conmovedor papel de víctima, siempre inocente por supuesto, de la ferocidad del imperio.
No obstante, en estos tiempos que corren, quizá por la notable influencia que ejercen en la conciencia del mundo Internet y sus redes sociales, todos parecemos estar más alertas y ser más sensibles cuando en cualquier parte del mundo se violentan los irrenunciables derechos del hombre. De ahí que los hermanos Castro, encerrados en las penumbras de su viejo y anacrónico artefacto revolucionario, se hayan visto de pronto obligados a comprobar cómo sus indefensos adversarios, sin violencia pero con firmeza heroica, han logrado dinamitar el falso baluarte moral que todavía representaba para muchos la experiencia cubana. De ahí también que en Venezuela haya comenzado a ocurrir otro tanto.
Chávez, autor exclusivo de su propio fracaso de gobernante, lo sabe. Un conocimiento que hoy en día comparten con él la mayoría de los venezolanos.
Tanto, que su imagen de antaño se desvanece sin remedio aparente en los fuegos de la inseguridad personal, del colapso de todos los servicios públicos, de la contracción económica, del desempleo y de la inflación. Vaya, que tal como lo señalan los más diversos sondeos de opinión, la magia de su discurso se agota. Y que a fin de cuentas, de la noche a la mañana, Chávez se ha quedado sin mentiras que venderle por verdades a los venezolanos.
Esta es la verdadera razón del secuestro de Álvarez Paz. El súbito temor de Chávez a sus pacíficos y democráticos adversarios del momento. Una decisión impuesta por la muy cruda e inflexible realidad de los números, que para infortunio del Comandante-Presidente despoja a su régimen de los siete velos del disimulo y lo muestra tal como es. A la luz implacable del derrumbe de su popularidad, del estallido de la disidencia dentro de sus propias filas y del malestar profundo de los excluidos de siempre porque hoy por hoy comprenden que han sido objeto del peor de los engaños.
Durante los quietos días de Semana Santa, cayó en mis manos El cerebro de Kennedy, novela del estupendo narrador sueco Henning Mankell.
En ella, uno de los personajes sostiene lo siguiente: “Cada uno debe constituir su propio movimiento de resistencia. No hay que esperar que lo hagan los demás. Este mundo horrible exige que cada uno preste su propia contribución. Cuando se produce un incendio, nadie pregunta de dónde va a salir el agua. Simplemente hay que apagar el fuego”.
Este es el valor que debemos atribuirle al ejemplo diario que nos ofrece Álvarez Paz como promotor de su propio movimiento de resistencia. ¿Estaremos los demás a la exacta altura de esta rigurosa exigencia ética, seguiremos preguntándonos dónde está el camino para salir del laberinto, o en cambio, simple y finalmente, nos dispondremos a apagar el fuego?
http://www.noticierodigital.com/2010/04/oswaldo-alvarez-paz-2/
No hay comentarios:
Publicar un comentario