Junio 29, 2010
Cuando un tema de trascendencia es analizado partiendo de un diagnóstico histórico errado, la vía de salida suele ser equivocada también. Y eso nos está ocurriendo, en el terreno del narcotráfico, a los países que servimos de punto de partida o de tránsito para el envío de drogas a otros países.
Por décadas se ha puesto sobre los hombros de las naciones consumidoras la responsabilidad de lo que ocurre en los países donde se cultiva o donde se trafica con sustancias psicoactivas. “Son los países desarrollados, Estados Unidos y Europa en particular, los que al erradicar el consumo de narcóticos desestimularían la siembra y el comercio de sustancias nocivas”, es lo que hemos repetido por años para aligerar la culpa que nos compete como país de tránsito o como centro de cultivo y procesamiento. Es decir, si las grandes naciones dejaran de consumirlas, no habría razón para sembrar ni para producir estas sustancias en países como el nuestro o como Colombia.
Lo que en el pasado hubiera podido tener un sentido, lo ha perdido por entero en la actualidad. El criterio que consistía en dividir la perversa cadena del narcotráfico entre centros de producción, procesamiento y tráfico en contraposición a lugares de consumo masivo, ya no es más válido. A partir del momento en que la industria clandestina del narcotráfico tomó la estratégica decisión de pagar a sus intermediarios no con dinero, sino con drogas, comenzó todo un consistente proceso de contaminación que hace quepaíses como el nuestro ya no sean únicamente puntos de tránsito de la mercancía sino que nuestra población juvenil se ha vuelto crecientemente consumidora de la droga que transporta. No hay sino que observar la relación entre la violencia callejera, el crimen organizado y el consumo de droga para percatarse hasta dónde ha hecho metástasis en Venezuela la perversión consumidora de los puertos de destino. El tema fue tratado en la reunión del G20 a la que invitaron al presidente Álvaro Uribe para que la vivencia colombiana sea aprovechada por los países africanos, que se han convertido en un lugar de tránsito, al igual que Venezuela. Uribe refirió como su país cuenta ya con 300.000 adictos a las drogas 0,5% de su población- cuando en sus inicios Colombia no era sino un productor de hoja de coca.
Lo anterior debe obligarnos a diseñar una política no solo de captura de alijos y de penalización del lavado de dinero, lo que debe seguir ocurriendo. En un país en el que el estrato juvenil es tan importante en número como el nuestro, debe hacerse un esfuerzo singular por salvaguardar a estas generaciones de estos males en lugar de endilgarles la culpa del narcotráfico a quienes son consumidores por fuera de nuestras fronteras. El cáncer está creciendo aquí adentro.
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