Cola di Rienzo gobernó en Roma en la primera parte del siglo XIV. Cuando joven era atractivo y se expresaba con un discurso populista alto persuasivo. Sus lecturas atropelladas proveyeron su mente con una extraña confusión de misticismo y de gloria nacional. Fue amigo de Petrarca quien lo recomendó al Papa para que le nombrara notario apostólico de Roma. En esa posición comenzó su carrera política. Se hacía llamar el tribuno de los pobres, las viudas y los huérfanos. En un discurso que pronunció en el balcón del Campidoglio se dedicó a enfatizar las pasadas glorias de los romanos y la urgente necesidad de un gobierno fuerte. El populacho lo aprobó con un rugido. Entonces preguntó que a quién querían como cabeza del Estado; y el populacho le respondió al unísono “¡A ti!”. Fue una encuesta rápida y determinante. Allí mismo tomó el poder y anunció que su primer acto de gobierno sería unir a su país en una gran federación bajo su mando; era un fanático federalista. Aún sin una fuerza capaz de vencer a los que él creía sus enemigos y los de su pueblo, retó públicamente a todo el mundo, incluyendo al Papa. Fue tal su engreimiento que no contento con el poder recién conquistado, una posición más alta que la del Papa y del Emperador, enloquecido se atrevió a compararse con Jesucristo: en otro discurso que pronunció se refirió a su propia edad, 33 años, la edad del Salvador en su muerte, alegando que aquel era un signo premonitorio de su futura grandeza. Tal era su ebriedad de poder que no toleraba la crítica; encarcelaba a quienes le cuestionaban. Así y todo gobernó a su país, gracias al error de su pueblo al ungirlo como jefe del Gobierno. Entonces, en la Roma del siglo XIV, el pueblo se equivocó (como le ha pasado y puede pasarle otra vez al de la Venezuela del siglo XX). Al final ese mismo pueblo romano echó a Cola de su trono, cansado de su locura y megalomanía, hastiado de su ineptitud, su elocuencia vacía y su ignorancia de las cuestiones básicas de Estado. Una virtud tuvo Cola di Rienzo: era sincero y anunciaba con anticipación lo que se proponía. Una noche, en la casa de Giovanni Colonna, antes de hacerse con el poder, le espetó a sus circundantes, señalándolos uno por uno: “Un día seré un gran Señor o Emperador. Y a ti te encarcelaré, a ti te decapitaré, a ti te exiliaré, a ti te torturaré y a ti te colgaré.” Al poco tiempo lo cumplió aunque cuando lo dijo no le hicieron caso. Murió ajusticiado por su pueblo y terminó colgado de los talones. Como Mussolini.
Mussolini fue también como Cola di Rienzo. Demagogo, populista, añorante de pasadas glorias, dictador y déspota, militarista inepto y filósofo de pacotilla. Pero, como Cola, también anunció, secundado por sus camisas negras de fascistas, lo que se proponía. Tampoco le hicieron caso creyendo que no era posible que hablara en serio. Pero, como Cola, inexplicablemente disfrutó de la aclamación de su pueblo y accedió al poder, para desgracia suya, de su país y del resto del mundo. Llegó a decir, envanecido: “Un día haré temblar la tierra.” Lo logró; con la ayuda de Adolfo Hitler quien lo admiraba y compartía sus ideas y sus aberraciones.
Hitler fue otro que gustaba de anunciar lo que iba a hacer. Lo hizo y tampoco le hicieron caso. Después del fallido putsch que instrumentó a partir de la cervecería muniquesa Buergerbräukeller, cuando y donde sus secuaces probaron ser tan incapaces e ineptos como él, fue encarcelado. Luego fue perdonado por el bueno de Hindenburg, jefe del gobierno y representante de los poderes que Hitler había pretendido desconocer por la fuerza; pero en la cárcel puso por escrito sus planes en un libraco aterrador que tituló Mein Kampf (Mi lucha). En su texto estaba claramente expuesta la alocada filosofía y el programa inhumano de aquel monstruo que se convirtió en el asesino de la humanidad. Monstruo y todo no se le puede acusar de haber sido insincero. Si acaso se podrán calificar de desprevenidos e irresponsables a quienes leyeron Mein Kampf y no le hicieron caso a Hitler; que si lo hubieran hecho el mundo se hubiera ahorrado la más profunda y terrible de todas sus desgracias.
La historia posee un indiscutible poder pedagógico (especialmente porque ella tiende a repetirse), pero sólo para quienes la escudriñan y aprenden de ella. Abyectos personajes como Cola di Rienzo, Mussolini y Hitler, aprovechadores de las justificadas angustias del pueblo, charlatanes de la politiquería, pueden repetirse en cualquier parte; de hecho ya ha sucedido muchas veces. Mucho cuidado con quien a guisa de curiosa plataforma electoral ha pregonado públicamente que si llega a ser Presidente disolverá el Congreso, sustituirá la Corte Suprema y revocará la Constitución, desconociendo así la voluntad del pueblo. Después no digan.
http://www.analitica.com/va/internacionales/opinion/6738224.asp
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