Raúl Castro resumió los alcances de su reciente visita en una frase: “Cuba y Venezuela son la misma cosa”. Con el saludo de despedida, Chávez agregó: “Somos la misma patria”. La afirmación parece exagerada. En las encuestas realizadas por Globovisión durante el día, 92% de los consultados opinó que no es cierto.
No obstante, es innegable que entre los dos gobiernos funciona una alianza demasiado estrecha. Existe identificación ideológica y afectiva entre sus mandatarios, además de un intercambio anual que se declara en 5 millardos de dólares y que en los hechos es mucho mayor porque parte del petróleo que se le ofrece a Cuba es reexportado por ésta, y porque la isla se ha convertido en un centro de triangulación de las importaciones de otros países.
La sola cifra de 60.000 cubanos (en su gran mayoría activistas del fidelismo) ya es suficiente para hablar de una invasión, pero más aún si ella ocupa áreas estratégicas del Estado.
Es cierto que entrenadores deportivos y personal médico cubano presta servicios en otros países para suplir carencias sociales; pero salvo en naciones ocupadas militarmente, como en África, Grenada y Nicaragua, no hay antecedentes de una nación que por iniciativa de sus gobernantes facilite la penetración en espacios sensibles como la seguridad presidencial, la inteligencia militar, la cedulación y el control de los ciudadanos.
La ocupación fidelista ha sido pacífica y por ello no suscita la resistencia activa de la población vulnerada en su soberanía.
Más que intervención abierta se trata de una modalidad de coordinación de políticas entre dos naciones sobre la base de una propuesta ideológica común. De alguna manera se repite la experiencia de la República Árabe Unida entre Egipto y Siria en los años sesenta.
Pero más que eso, en el fondo se trata de un intercambio que ya resulta vital para Chávez y Castro: Cuba ofrece un eficiente y comprobado sistema de inteligencia y seguridad, y Venezuela asegura los recursos para el funcionamiento de un Estado dramáticamente improductivo. Por esta vía se consolida una relación simbiótica que, como es lógico, cada día se hace más necesaria y apremiante para ambos. Fidel Castro, mucho antes, había definido el asunto: “La seguridad del Estado (obviamente en sentido policial) es el máximo poder de una revolución socialista”.
Por allí van los tiros.
http://www.noticierodigital.com/2010/04/la-misma-cosa/
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