Los primeros que han quedado en posición no muy airosa han sido los ministros y diputados chavistas que negaron la enfermedad de Chávez. Es evidente que ninguno estaba informado, pero aún así se atrevieron a aumentar el descrédito de su palabra. Ahora justificarán sus mentiras con otras mentiras. No puede endilgárseles toda la responsabilidad porque su jefe no les había informado. Tres semanas sin su palabra es un tiempo muy largo para quienes sólo gozan de cierta independencia o iniciativa a la hora de meter mano en los dineros públicos.
Toda la palabrería de los medios oficialistas cae ahora en el basurero de la obsecuencia. Al final, Chávez les enmendó la plana y de nada sirvió la competencia de elogios, no exentos de ridiculez, en la que cayeron. En los medios independientes el tema ha sido tratado con extrema prudencia. Globovisión el primero. Por ello, ahora a este canal se le abre un expediente por otro motivo: se le acusa de crear zozobra con el caso del Rodeo, al haberle dado la palabra a los familiares de los presos. Una verdadera ironía.
Que Chávez haya guardado silencio por tanto tiempo constituye una novedad. Pero no menos impresionante y novedoso es que Chávez haya leído su mensaje. Por primera vez se atiene a un texto escrito y lo lee. Por primera vez no improvisa para contar chistes, insultar a los adversarios o enviar saludos, ni hacer extensas digresiones que hablen de sus recuerdos de infancia o de cuando la democracia le permitió entrar en la Academia Militar y no castigó sus afanes conspirativos. Debe estar muy mal, de verdad, Chávez para haber dejado de lado su garrulería irresponsable y tener que leer línea a línea las hojas que tenía enfrente. Aunque, en general, haya mantenido su estilo y las referencias al amor que utiliza cuando lo cree conveniente.
El discurso fue transmitido en diferido. Haberlo grabado con anterioridad a su transmisión es otra novedad en la carrera televisiva de Chávez, quien ha abusado de las cadenas en vivo para su show “Aló, Presidente” y para la transmisión de cualquier acto, por nimio que sea. Aquí debe haberse impuesto, una vez más, el consejo de los hermanos Castro. Para que no se saliera del libreto. Y quién sabe si el mismo discurso fue expurgado por los cubanos. En ese semi-secuestro en el que está Chávez está en manos del gobierno cubano: no es un paciente de un hospital privado sino de una institución del Estado comunista a la que sólo tienen acceso ciertos privilegiados cubanos y selectos extranjeros.
Y es que ese es un aspecto que no hay que dejar de subrayar, por más que se haya dicho: la dependencia afectiva e intelectual de Chávez de Fidel Castro. Es Castro el que le dice “tú estás mal” y es el mismo Fidel Castro el que le informa que tiene cáncer. No deja de asombrar esa servil admiración de Chávez por Castro. Hasta en la situación de una enfermedad tan grave se pone a la disposición de su mentor comunista, lejos de su patria. Y el perverso Castro con ese gesto reafirma el poder que tiene sobre la voluntad de Chávez. Después de convencerlo de que en cualquier momento puede ser asesinado si no es protegido por los agentes del G-2 cubano, ahora lo convence de que sólo se puede curar en Cuba y con los procedimientos que él, el sátrapa del Caribe, ordene y coordine, como máximo sabelotodo. Parece que el régimen castrista no se ha conformado con los miles de millones de dólares que nos ha quitado. Quién sabe que otros regalos prepara el convaleciente. Ahora más que nunca Chávez es un rehén de la dictadura cubana.
Demás está decir que la conducta de Chávez constituye un desprecio a todos los venezolanos. En primer lugar, por desconocer la Constitución al no declarar su falta temporal y dejar en el cargo al Vicepresidente. Ha despreciado igualmente a los ciudadanos al no informarles oportuna y extensamente de su enfermedad y mantenerlos en la incertidumbre por semanas. También su actitud es un desprecio a la medicina y a los médicos venezolanos. Una humillación más, agregada a la invasión de cubanos paramédicos y practicantes ilegales de la Medicina de Barrio Adentro.
Nunca antes un gobierno hizo tanto para entregarse a un poder extranjero. En la historia venezolana no se recuerda nada parecido. Aun los más irresponsables, como Cipriano Castro quien con sus errores casi logra en 1902 la invasión del país por potencias europeas, guardaron las formas.
Si este fuera un país serio, ya la Asamblea Nacional y el Tribunal Supremo de Justicia habrían hecho lo posible para que Hugo Chávez, mientras ocupe la Presidencia, venga a convalecer de su enfermedad en el territorio nacional. Lástimas aparte.
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