La verdadera conmemoración de los 200 años del comienzo de nuestra lucha emancipadora
Un hermoso día primaveral aquel 25 de abril de 1974, en el que la bella canción portuguesa, “Grandola Vila Morena”, está a punto de desatar una trepidante historia. Antes de que el día concluya, jóvenes militares portugueses que se veían empantanados en una guerra colonial en África -guerra de presente amargo y con un futuro donde no se distingue luz alguna- han llevado su desafección a la élite continuista hasta un golpe de Estado que rápido recibe el apoyo de la población entera.
Aquel inesperado golpe militar ha cortado bruscamente unas cadenas que se asemejaban, más bien, a un perezoso cordón umbilical. La perdurable dictadura salazarista se ha derrumbado cuando su ancianidad hacía creer que era inmortal. Y es eso lo que sorprende a Europa y asusta a su vecino, el moribundo franquismo español, que comenzará a deslizarse a la tumba sólo quince meses después.
En efecto, la dictadura que en 1926 iniciara un oscuro profesor de Economía, Antonio de Oliveira Salazar y que a su muerte, fuese continuada por sus cachorros, había llegado, silenciosamente, a sus estertores, sin que sus principales beneficiarios se percatasen de ello. Por fortuna.
Catorce años antes, cuando recorrí las petrificadas e impolutas calles de Lisboa, lo menos que podía imaginarme era que, cuando retornase a ella, la encontraría irreconocible. Lisboa era la viva imagen de la dictadura: inmóvil y sin una traza de polvo en sus calles. Era como si el mismísimo Marqués de Pombal, que la reconstruyera después del brutal terremoto del siglo XVIII, la hubiese embrujado. Salazar era su celoso guardián.
Como vivir en el siglo XX y no tener la oportunidad de ver una revolución en pleno desarrollo generaba un sentimiento de orfandad, me propuse aprovechar unas vacaciones para recorrer Portugal. Y eso fue lo que hicimos mi esposa y yo desde julio de 1975. Era mucha la curiosidad por ver a una momia resucitar por obra y gracia de una revolución.
Y allí caímos, en el caos del aeropuerto de Lisboa, al que cientos de refugiados huyendo de la debacle portuguesa en Angola le añadían un particular desasosiego. Allí estábamos, venezolanos del 4,30, perplejos contemplando aquello. Creo que tardamos más en salir del aeropuerto que lo que nos había tomado el viaje desde Maiquetía.
Para ese momento, la agitación continua ya había privado a la revolución del glamour de los primeros días. Ya aparecían la escasez y las luchas en las cúpulas, mientras la angustia -y las acciones- de Europa crecían. La izquierda comunista, como siempre, fascinada por el experimento mandaba autobuses repletos a estudiarla, y disfrutarla.
Recorrimos Portugal de punta a punta. Vimos -y medimos- lo que es una sociedad que ha entrado en revolución. Eso me ha sido de enorme ayuda para descubrir cómo, “algo” que se apropia del nombre, termina siendo nada más que una burda estafa. Entre otras cosas porque, iniciada por militares, rápido abandonaron la conducción de la misma, tan conscientes estaban de que ese no era su papel.
El desarrollo posterior me enseñaría, también, que el entusiasmo de los primeros días lleva a olvidar las resistencias que esa misma revolución genera; y su fuerza. Sería más tarde que la lectura del libro sobre la caída del Sha de Irán, escrito por Kapuscinski, me convencería definitivamente de las razones del estancamiento cruel de una revolución.
Han pasado 36 años, y en otro soleado 25 de abril, ha aflorado la punta de un iceberg, del movimiento de masas más vasto y persistente de América toda (al que sólo se acerca el de los iraníes). Y ese movimiento, terco y machacón, vistió sus mejores galas este domingo 25 para testimoniar su inquebrantable decisión de no flaquear en la defensa de su democracia, ni abandonar la lucha a la que ha sido convocado.
Esta ha sido la verdadera conmemoración de los 200 años del comienzo de nuestra lucha emancipadora. Una vez más, los hijos de aquellos hombres y mujeres acudieron a la convocatoria. Ahora sólo queda la tarea más dura: el remate del 26 de septiembre. Allí estaremos para cerrar con broche de oro la verdadera celebración bicentenaria; será la digna respuesta a esa ternera para sus amigotes que Chávez montó con esmerado deslucimiento el pasado 19.
Pero, en fin, mientras dejamos que “los muertos entierren a sus muertos”, como dice el Evangelio, los venezolanos debemos prepararnos, animosos, para la reconstrucción de un país desolado, al que Chávez ni ve ni siente y con el que perdió todo contacto real, y toda cercanía emocional.
antave38@yahoo.com
El Universal
Un hermoso día primaveral aquel 25 de abril de 1974, en el que la bella canción portuguesa, “Grandola Vila Morena”, está a punto de desatar una trepidante historia. Antes de que el día concluya, jóvenes militares portugueses que se veían empantanados en una guerra colonial en África -guerra de presente amargo y con un futuro donde no se distingue luz alguna- han llevado su desafección a la élite continuista hasta un golpe de Estado que rápido recibe el apoyo de la población entera.
Aquel inesperado golpe militar ha cortado bruscamente unas cadenas que se asemejaban, más bien, a un perezoso cordón umbilical. La perdurable dictadura salazarista se ha derrumbado cuando su ancianidad hacía creer que era inmortal. Y es eso lo que sorprende a Europa y asusta a su vecino, el moribundo franquismo español, que comenzará a deslizarse a la tumba sólo quince meses después.
En efecto, la dictadura que en 1926 iniciara un oscuro profesor de Economía, Antonio de Oliveira Salazar y que a su muerte, fuese continuada por sus cachorros, había llegado, silenciosamente, a sus estertores, sin que sus principales beneficiarios se percatasen de ello. Por fortuna.
Catorce años antes, cuando recorrí las petrificadas e impolutas calles de Lisboa, lo menos que podía imaginarme era que, cuando retornase a ella, la encontraría irreconocible. Lisboa era la viva imagen de la dictadura: inmóvil y sin una traza de polvo en sus calles. Era como si el mismísimo Marqués de Pombal, que la reconstruyera después del brutal terremoto del siglo XVIII, la hubiese embrujado. Salazar era su celoso guardián.
Como vivir en el siglo XX y no tener la oportunidad de ver una revolución en pleno desarrollo generaba un sentimiento de orfandad, me propuse aprovechar unas vacaciones para recorrer Portugal. Y eso fue lo que hicimos mi esposa y yo desde julio de 1975. Era mucha la curiosidad por ver a una momia resucitar por obra y gracia de una revolución.
Y allí caímos, en el caos del aeropuerto de Lisboa, al que cientos de refugiados huyendo de la debacle portuguesa en Angola le añadían un particular desasosiego. Allí estábamos, venezolanos del 4,30, perplejos contemplando aquello. Creo que tardamos más en salir del aeropuerto que lo que nos había tomado el viaje desde Maiquetía.
Para ese momento, la agitación continua ya había privado a la revolución del glamour de los primeros días. Ya aparecían la escasez y las luchas en las cúpulas, mientras la angustia -y las acciones- de Europa crecían. La izquierda comunista, como siempre, fascinada por el experimento mandaba autobuses repletos a estudiarla, y disfrutarla.
Recorrimos Portugal de punta a punta. Vimos -y medimos- lo que es una sociedad que ha entrado en revolución. Eso me ha sido de enorme ayuda para descubrir cómo, “algo” que se apropia del nombre, termina siendo nada más que una burda estafa. Entre otras cosas porque, iniciada por militares, rápido abandonaron la conducción de la misma, tan conscientes estaban de que ese no era su papel.
El desarrollo posterior me enseñaría, también, que el entusiasmo de los primeros días lleva a olvidar las resistencias que esa misma revolución genera; y su fuerza. Sería más tarde que la lectura del libro sobre la caída del Sha de Irán, escrito por Kapuscinski, me convencería definitivamente de las razones del estancamiento cruel de una revolución.
Han pasado 36 años, y en otro soleado 25 de abril, ha aflorado la punta de un iceberg, del movimiento de masas más vasto y persistente de América toda (al que sólo se acerca el de los iraníes). Y ese movimiento, terco y machacón, vistió sus mejores galas este domingo 25 para testimoniar su inquebrantable decisión de no flaquear en la defensa de su democracia, ni abandonar la lucha a la que ha sido convocado.
Esta ha sido la verdadera conmemoración de los 200 años del comienzo de nuestra lucha emancipadora. Una vez más, los hijos de aquellos hombres y mujeres acudieron a la convocatoria. Ahora sólo queda la tarea más dura: el remate del 26 de septiembre. Allí estaremos para cerrar con broche de oro la verdadera celebración bicentenaria; será la digna respuesta a esa ternera para sus amigotes que Chávez montó con esmerado deslucimiento el pasado 19.
Pero, en fin, mientras dejamos que “los muertos entierren a sus muertos”, como dice el Evangelio, los venezolanos debemos prepararnos, animosos, para la reconstrucción de un país desolado, al que Chávez ni ve ni siente y con el que perdió todo contacto real, y toda cercanía emocional.
antave38@yahoo.com
El Universal
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