Urge encontrar el “hilo de Ariadna” que ate y movilice hacia un propósito común a las localidades
El esfuerzo de la oposición para salvar del hundimiento nuestros espacios de libertad y otra vez desasirnos de la tutela militar que nos acompaña desde los albores de la República, logra un eslabón importante en los “acuerdos” de la Mesa de la Unidad Democrática, a propósito de los comicios parlamentarios del venidero 26 de septiembre.
Queda el sabor amargo, no obstante, del secuestro de la participación popular por los partidos integrantes de la MUD al momento de seleccionar los candidatos a diputados quienes se opondrán al régimen militar y populista de Esteban, el innombrable. El asunto no es baladí. No es cosa del pasado, ni sacrílego señalarlo ahora, sobre todo por quienes creemos en la perfectibilidad de la experiencia democrática con vistas al inmediato porvenir.
Al hablar de secuestro subrayamos lo evidente, como lo es la decisión adoptada por las autoridades de las respectivas organizaciones partidarias opositoras arrogándose como propia la selección conveniente de la mayoría de los aspirantes a la Asamblea Nacional. El mecanismo de las primarias es visto, en medio de su ejemplaridad, como marginal.
Los argumentos de la MUD, empero, tienen validez. Media como necesidad que la experiencia política se sobreponga al voluntarismo opositor silvestre, en esta hora decisiva. A la par, los recursos económicos son magros para el desarrollo de unas primarias generales y mejor cabe disponerlos, eficazmente, para la campaña electoral pendiente, frente a un Régimen corruptor. En suma, lo perfecto es enemigo de lo bueno.
Pero insistimos en la cuestión, pues si bien es cierto que la opinión pública considera milagroso que los integrantes de la citada Mesa se hayan avenido en cuanto a los candidatos a diputados y ello le gana una justa reputación a los artesanos de la unidad -Ramón Guillermo Aveledo y Ramón José Medina- en otro orden, lo alcanzado, no significa una mejora en la poca estima que el venezolano común le profesa a la institución de los partidos y a los dueños de sus franquicias.
La diatriba escenificada entre los líderes del otrora Copei, partido social cristiano, hoy llamado Partido Popular, muestra los porqués y contribuye en no poco grado a la anterior percepción. Y antes, el juego adelantado de los jefes de Primero Justicia, quienes le aportan la frescura de sus rostros al debate, es resentido como un resabio de ese antaño quehacer que marca el fin de la República de partidos.
La regla a cuyo tenor las organizaciones de las que son miembros los gobernadores y alcaldes de oposición tienen preferencia para decidir, unilateralmente, quienes son candidatos en sus respectivas jurisdicciones estadales o municipales de dominio, en teoría es incontrovertible. Pero la verdad es otra. Media una ausencia de correlación entre la legitimidad de las actuales autoridades regionales y municipales opositoras, quienes cuentan con aprecio popular, y la falta de legitimidad que acusan sus partidos de militancia.
Es una máxima de la experiencia, que bien explica la crisis contemporánea de los partidos políticos, que esa sociedad nacional que nace y se recrea dentro de los cuarteles y más tarde adquiere contextura “ciudadana” dentro de los partidos, a finales del siglo XX se fractura y le hace espacio a miríadas de nichos o retículas en las que cada hombre y mujer prefiere mirarse en el espejo de sus intereses inmediatos. Asumen como válida una cosmovisión casera de la ciudadanía y de la política. Les interesa el todo sólo desde su perspectiva primaria o local, la comunal, la indígena, la religiosa, la ambiental, la urbana, la estudiantil, la de género, y se niegan a lo que es inherente a los partidos, la agregación del interés general y superior a las partes.
En fin, en una sociedad que deja de ser tal y mal se aviene con las viejas formas de realización de la vida política, mal cabe repetir, como lo hace la MUD, la práctica que signa la muerte de los partidos desde finales de los años ‘80 y hace posible la ilusión que ahora deriva en tragedia para el conjunto de los venezolanos: la “demoautocracia” caudillista y militar que representa Esteban y da al traste con una generación de políticos de fuste, formados a lo largo de la democracia.
No basta, pues, la unidad desde arriba -copia del pasado- para el cometido superior pendiente y la restitución de la democracia. Urge encontrar el “hilo de Ariadna” que ate y movilice hacia un propósito común a las “localidades” en que se divide el país de abajo, que mira a la MUD con ojo escrutador y asume como milagro su quehacer, justamente porque no cree en su estilo de hacer política.
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