Domingo, 27 de junio de 2010
Caminando por la Grand Rue en la vieja Ginebra, la misma donde vino a morir Jorge Luis Borges en el segundo piso de un edificio ocupado en la planta baja por una tienda, doy con el lugar que me han recomendado visitar, la Sociedad de Lectura. Es una de las tantas que se fundaron en la ciudad a comienzos del siglo diecinueve, organizadas por gentes de fortuna con inquietudes intelectuales, que pretendían mantener vivo el espíritu del siglo de las luces, el de Rousseau y Voltaire, cuando nacieron estos cenáculos literarios como lugares de debate y discusión de las ideas.
El hermoso palacete en el número 11 de la calle, donde pernoctó alguna vez Napoleón Bonaparte, aloja una de las mejores bibliotecas de Ginebra, que rivalizó alguna vez en número de libros con la de la universidad, y sus estancias, luminosas y tranquilas con vistas al lago, están destinadas al disfrute de los socios, de los que hay unos mil doscientos. Vienen aquí para leer, y algunos para investigar en cubículos especialmente dispuestos, alejados de toda perturbación. Y hay sesiones de debate, y conferencias y lecturas, destinadas para los socios, todo con el espíritu pluralista con que la sociedad fue creada.
Al llegar a la segunda planta, sobre el marco de la puerta de acceso al mayor de los depósitos de libros, coleccionados a lo largo de casi dos siglos, hay una inscripción de advertencia escrita en latín, que reza: Timeo hominem unius libri, lo que en buen castellano quiere decir, Temo al hombre de un solo libro. Nada más propio para dar la bienvenida a quienes trasponen el umbral de una biblioteca, plural por su naturaleza.
La frase merece una reflexión, en primer lugar porque nos hallamos en la cuna del calvinismo, y ya sabemos que Calvino guió a su rebaño por la senda de un solo libro, la Biblia, con celo intransigente. Pero no hay que olvidar que los fundadores ilustrados de esta sociedad, herederos de la ambición de un pensamiento libre, crítico de las verdades establecidas, y nutrido de tantas fuentes como fuera posible, pretendían todo lo contrario, y en un lugar de uno solo, promover que se leyera la mayor cantidad posible de libros, mientras más contrastados mejor. Por eso fundaron la Sociedad.
Pero tampoco hay que olvidar que al abrir sus puertas en 1818, triunfaba en Europa la restauración conservadora, tras el fin de la era napoleónica que pretendía extender las ideas liberales por todos los confines, y los caballeros que promovieron la Sociedad supieron prevenirse de despertar sospechas, así que la bautizaron como “sociedad literaria”, cuidándose de explicar que no se trataba de una “sociedad política”.
La frase inscrita encima de la puerta, y con la que se da la bienvenida a visitantes y lectores, Temo al hombre de un solo libro, ha sido atribuida a lo largo de los tiempos nada menos que a Santo Tomás de Aquino, algo que la volvía menos sospechosa para los vigilantes de la ortodoxia en la austera Ginebra. Una frase que viniendo de Santo Tomás, despertaría entonces tan poco escozor como si fuera del mismo Calvino, ambos fieles a un solo libro y mismo libro; aunque entre ambos la ventaja la saca con creces Santo Tomás, porque su pensamiento teológico, el tomismo, dominó por siglos la doctrina de la iglesia católica, y fue en ese sentido un pensamiento único, como pocos en la historia de la humanidad, único y monolítico, sólo comparable al de Aristóteles, con el que se enlaza.
Pero regreso a la frase sobre la puerta, tan libertaria y tan plural en todos los sentidos. Aquel que sólo lee en un solo libro, o se ocupa siempre del mismo libro con exclusividad, es de temer. El pensamiento único, con todas sus intransigencias, proviene siempre de la lectura de los libros únicos. Los siglos se oscurecen, el debate crítico, esencial al progreso del género humano, no respira, la duda no crece, y si no existe la duda, y el derecho de dudar es negado por los tribunales que juzgan los pecados de la conciencia, el fanatismo se apodera de las mentes. Recordemos las escuelas islámicas fundamentalistas donde sólo se estudia el Corán hasta aprenderlo de memoria, letra por letra, o a las sectas talmúdicas judaicas, no menos intransigentes y cerradas. Temed a los hombres de un solo libro. Esto lo pudo haber escrito Voltaire, más que Santo Tomás.
Algunos piensan, sin embargo, que Santo Tomás, lejos de promover la lectura múltiple para enriquecer el espíritu, con su frase estaba más bien previniendo que aquellos hombres de un solo libro son de temer porque están mejor armados para el combate en defensa de su fe. Es decir, son de respetar. Lo que vendría a resultar un tributo al pensamiento único, más que una crítica.
No hay duda, sin embargo, que como filósofo de su época, Santo Tomás no fue un hombre de un libro único; leyó todo lo que había que leer para poder criticar el pensamiento ajeno, o decantarlo, y no tendríamos por qué culparlo de que su pensamiento haya pasado a ser inamovible y cerrado por tantos siglos. ¿Podríamos culpar a Marx de haber engendrado sistemas políticos como los llamados del socialismo real, o los del socialismo del siglo veintiuno? Hoy en día, igual que en el pasado, quienes se apoderan de un libro único y lo enarbolan como escudo, y peor si en lugar de un libro se trata de un manual, son los que alegan la potestad de ser dueños del pensamiento único, y niegan a otros el derecho de pensar de manera diferente. La diversidad, la pluralidad, están en la esencia del humanismo proclamado por los próceres libertarios del siglo de las luces. Un solo libro en la cabeza, es la barbarie. De los libros únicos nace el fanatismo, y nacen las hogueras, y los paredones de fusilamiento.
Temamos, entonces, al hombre de un solo libro.
Masatepe, junio 2010.
www.sergioramirez.com
http://www.analitica.com/va/sociedad/articulos/5017883.asp
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