Para los comunistas la derecha no existe, sólo hay “extrema derecha”. Ellos rechazan las particularidades, los grados, los matices y la complejidad de las sociedades abiertas y de la vida en general. Cuando el debate se calienta, sus adversarios son “nazis”, “fascistas” y “paramilitares”. Esos epítetos infamantes son una de sus armas favoritas en su combate desesperado contra la civilización y la democracia. Ese enfoque es un resultado más del sociologismo ramplón del marxismo. Hacia finales de los años 1940, ellos sometieron a una tercera parte de la humanidad mediante la violencia y el terror y engañaron a millones con su lenguaje falso, sobre todo en Europa, Asia y América Latina. Hoy ese imperio se ha derrumbado y las gesticulaciones de los PC residuales son vistas como lo que son: fraudes, insultos a la inteligencia. ¿Salvo en Colombia?
Los que le aconsejaron al presidente Santos que lanzara, hace unas semanas, el cuento de que había en Colombia una “mano negra de extrema derecha”, comparable y tan belicosa como la “mano negra” opuesta, las Farc, pues ambas quieren “frenar los avances del gobierno, desestabilizar el país y crear una sensación de caos”, por lo cual ambas deben ser “aisladas y marginadas”, como advirtió el presidente Santos en infortunada disertación, buscan manipular miserablemente a la opinión pública.
La verdadera extrema derecha es algo muy particular: ella odia el cristianismo y tiene el mundo pagano como telón de fondo. La extrema derecha es anti liberal y rabiosamente antiamericana, anti atlantista y anti construcción europea. La extrema derecha preconiza el darwinismo social, es anti elitista, xenófoba y, sobre todo, antisemita, anti sionista y anti Israel.
¿Dónde está esa extrema derecha en Colombia? Quien pueda señalarla, con datos objetivos, que lo haga. Digan dónde está, pero pruébenlo con rigor y sin repetir los clisés que los mamertos quieren endilgarles a sus adversarios.
La extrema derecha es una corriente subversiva que milita contra el orden establecido. Ella trata de destruir, por la fuerza y por la propaganda, el sistema democrático para erigir un régimen estatista, antijurídico y antiparlamentario dominado por un jefe providencial, llámese Duce o Führer. Este desmantela todo organismo de representación ciudadana pues nada debe interponerse entre él y el pueblo.
La extrema derecha no es idéntica pero se parece mucho a la extrema izquierda. Ambas combaten el capitalismo, las libertades democráticas y el Estado de derecho. Ambas detestan la noción de individuo y la moral y están convencidas de que arreglarán todos los problemas y crearán la sociedad “perfecta”. Esas corrientes convergen ante ciertas coyunturas. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos fueron saludados en Francia con champagne por jóvenes del Frente Nacional de Jean Marie Le Pen, así como por trotskistas y por Carlos, el terrorista islamista encarcelado. Todos estaban felices de que “el imperialismo, los sionistas y sus aliados” hubieran sido “golpeados en su propia casa”.
Stalin ayudó a Hitler a conquistar el poder al prohibir la alianza de los comunistas con los socialistas alemanes. En 1939, Stalin firmó con Hitler el pacto que desató la segunda guerra mundial. El PCF pidió al ocupante alemán autorización oficial para distribuir L’Humanité desde junio de 1940. Ese año fue creado, con ayuda de trotskistas, el Movimiento Nacional Revolucionario, que le apostó a la victoria total de Alemania. Ellos creían en la edificación de un “nuevo socialismo”, “sin judíos, masones ni jesuitas”. Desorientado por el ataque sorpresa de Hitler a la URSS, Stalin condujo de manera inepta la guerra contra el fascismo hitleriano. Sólo el heroísmo del pueblo y la ayuda de Occidente salvaron a ese país de la esclavitud.
El comunismo y el nazi-fascismo son hermanos gemelos. Esos dos movimientos totalitarios comparten una misma genealogía: la primera guerra mundial y el socialismo. Ni Lenin, ni Hitler, ni Mussolini, ni Stalin, ni Trotsky, ni Mao fueron ni liberales, ni gente “de derecha”. Todos crearon partidos obreros. Los crímenes de esos dos sistemas presentan fuertes analogías. Los comunistas exterminan millones de personas en nombre de la supremacía de una clase y los nazis hicieron lo mismo en nombre de la supremacía de una raza. Los nazis decían lo que iban a hacer. Los comunistas ocultan su programa. “El comunismo es el nazismo más la mentira”, escribió Jean-François Revel.
Los primeros en teorizar, desde 1849, sobre la “limpieza étnica” y la masacre de razas y de naciones enteras, consideradas “sin futuro”, fueron los padres del llamado “socialismo científico”: Marx y Engels.
En Colombia no hay una extrema derecha. ¿Y los paramilitares? ¿Y las Auc de Fidel Castaño y Mancuso? ¿Y las Bacrim? Todas esas bandas cometieron atrocidades idénticas a las de las Farc. En su primera fase hubo una lógica antisubversiva y de autodefensa frente a la expansión fariana. Después, se impuso la lógica mafiosa: barrer a las Farc para preservar el negocio narco-traficante. Pues éstas, desde 1975, querían imponer su hegemonía no solo a las regiones sino al narcotráfico. La cuestión ideológica nunca fue central en ese pleito entre criminales. De hecho, en las bases y entre los jefes y cuadros narcotraficantes y paramilitares hubo y hay de todo, desde liberales “progresistas” (como Pablo Escobar), hasta filo nazis (como Lehder), ex guerrilleros del M-19 (como Diego Viáfara) y miembros de las Farc. El “Negro Vladimir”, jefe paramilitar que cometió más de 800 asesinatos, era un comunista y ex guerrillero de las Farc. ¿Olvidamos acaso que Fidel Castaño y Rodríguez Gacha decían que luchaban “contra el comunismo y la oligarquía”? Hoy esas convergencias continúan, sobre todo entre las Farc y las Bacrim. Éstas últimas, aunque no aspiran a tomar el poder, buscan tener influencia local y expandirse para consolidar su negocio, pero no tienen una visión particular del mundo. Por eso pocos creen que esas bandas son la extrema derecha que denunciara el presidente Santos.
En cambio, desde hace décadas, hay una extrema izquierda identificable, intolerante, subversiva, armada, obtusa y cruel que monopoliza el uso de la ultra violencia contra el pueblo y contra el Estado constitucional y democrático. Esa gente comete salvajadas todos los días contra los civiles y contra militares y policías y se disfraza de “oposición legítima” que lucha contra un “régimen opresivo”. Esa gente atrae a sus redes clandestinas a jóvenes generosos pero incautos y engatusa a partidos y sindicatos rojos y rosados de Europa y Estados Unidos, los cuales, por ceguera ideológica, no ven la verdad.
La izquierda colombiana siempre fue hipócrita ante el tema de los paramilitares. Éstos son, un día, de “extrema derecha” y, al día siguiente, no. “No debe haber negociación con los paras pues son criminales comunes, no delincuentes políticos”, dicen. ¿Cómo justifican entonces su caracterización inicial? Para ella, en cambio, sí se puede negociar con las Farc pues son delincuentes “políticos” de extrema izquierda. Conclusión: el paradigma del mal son los paras, mientras que las Farc (el motor de todas las violencias de la Colombia actual) es un mal menor.
En Colombia no hay una extrema derecha. Lo que sí hay es un frente no declarado, quizás incipiente y desorganizado, por ahora, pero pluralista y cada vez más vasto, contra las Farc. Es un frente anti-comunista pues las Farc son comunistas. Es un frente humanista, legítimo y fecundo, donde hay varias corrientes, que se inscriben, todas, en un marco legal, liberal-conservador, religioso y laico, patriótico y cosmopolita, de derecha, de centro e incluso de izquierda. Es una corriente anti-comunista sin relentes extremistas o “fascistas”. Es un anticomunismo virtuoso, de demócratas, de gente que rechaza todas las “alternativas” armadas, la barbarie de las Farc y la de organismos tipo Auc o Bacrim y que denuncia el narcotráfico.
Es un frente anti-comunista que crece ante los horrores que perpetran todos los días las Farc. Ese frente no es ni “fascista”, ni de “extrema derecha”. Es el bloque de todos aquellos que piden que Colombia vuelva a ser un país normal, sin la amenaza permanente que encarna esa banda.
El invento de “la mano negra de extrema derecha” fue creado por gente que sabe que ese repudio es tan grande que ha generado no sólo manifestaciones masivas contra esos criminales, sino una nueva libertad de tono, de palabra y de análisis, entre periodistas, blogueros, columnistas, estudiosos, activistas y en una parte de la clase política. Ese espíritu ciudadano votó dos veces por Álvaro Uribe, un liberal de centro, y lo apoyó siempre. Y votó por Juan Manuel Santos pues él proponía continuar la política de seguridad democrática. Ese espíritu ciudadano, esa revolución intelectual importante, le exige ahora a Santos un regreso a la vía correcta, al combate sin concesiones, y sin falsos amigos, para ponerle fin al terrorismo, sin lo cual Colombia no alcanzará la prosperidad a la que tiene derecho.
Ello es visto por las Farc y sus aliados “de avanzada” como una amenaza. Pues sus mentiras y amalgamas son cada vez menos eficaces. La gente ya no les traga entero. Por eso quieren fragilizar, desviar y desmantelar ese frente de rechazo anti-Farc, calumniándolo. Pretenden, además, erigir una censura y aumentar la auto censura de la prensa para que la batalla de ideas, y la batalla por la información y por la formación de una opinión pública más alerta, colapse y sólo quede en pié el combo folklórico-sangriento de las Farc y sus ecos detestables en los medios de comunicación, en las universidades y, sobre todo, en el aparato judicial.
El totalitarismo muestra sus orejas no sólo a través de la acción armada de las Farc. Los ataques al constitucionalismo colombiano (contra la separación de poderes, por la preeminencia del poder judicial sobre los otros poderes, el menoscabo de las garantías procesales, la manipulación de pruebas, la idea de que la ideología vale más que la ley y la Constitución, que ésta es sólo una guía de segunda clase, y que por encima están unas misteriosas “normas” y unas “doctrinas” y una “jurisprudencia” internacional), avanzan todos los días sin que el gobierno, ni las élites que lo respaldan, reaccionen contra ese flagelo. Sin embargo, el gobierno de Santos cree que está luchando con gran eficiencia contra las Farc.
En ese contexto surgió la alegación de que había una peligrosa “extrema derecha” que lucha contra el gobierno. Fue una maniobra hábil, temeraria, quizás diabólica, pues sirve, sobre todo y objetivamente, a los planes de Alfonso Cano de llevar a su apogeo la guerra subversiva, la guerra invisible, destinada a paralizar el Ejército desde dentro del Estado. Al crear un paralelismo entre las atrocidades de las Farc y la supuesta “extrema derecha”, se crea un efecto de disculpación de éstas últimas y se le declara tácitamente la guerra al frente civil que rechaza a las Farc.
La táctica de hacer ver a la derecha como de extrema derecha fue utilizada con éxito por un jefe socialista europeo. Durante su primer septenio, el presidente François Mitterrand favoreció el auge del extremista Frente Nacional, mediante un artilugio electoral. Después impuso una rutina: cada crítica que la derecha le lanzaba, cada vez que ésta discutía temas como la seguridad, la inmigración, la educación nacional, la prensa adicta transformaba eso en acto de colaboración, o casi, con el “fascismo”. Ese truco sigue siendo utilizado hoy, aunque ha perdido fuerza.
La seguridad democrática demostró que la mejor vía para desmantelar a las Farc es el combate legítimo del Estado y de sus Fuerzas Armadas, con el apoyo moral e intelectual de la sociedad civil. La vía anterior, bastarda, auspiciada por gobiernos ineptos, que creyeron que con “conversaciones de paz” las Farc serian aplacadas, condujo al auge de éstas y de los paramilitares, lo que agravó la tragedia nacional. Volver al modelo anterior y dividir a la sociedad civil que repudia el terrorismo en todas sus formas, es prolongar esa agonía.
Lo genial de quien impulsa en Colombia la campaña sobre la existencia de una “mano negra de extrema derecha” es haber puesto esa línea en boca del presidente Santos. Al aceptar esa patraña, el primer mandatario se metió en la trampa. Esperamos que algún día salga de ella.
25 de julio de 2011
Fuente: http://www.periodismosinfronteras.com/
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