Mi madre me contaba, que allá por Ocumare de la Costa, a finales de los años 20 del siglo pasado, había una casa llamada “La Orapía” a donde los esbirros del General Juan Vicente Gomez, trataban de llevar las muchachas más bonitas del pueblo para que el dictador, cuando iba de visita, escogiera las que más le gustaban y se divirtiera con ellas. En esas ocasiones, a mi tía Maria Luisa, al igual que a otras jóvenes vecinas, sus padres la escondían, para protegerla de los antojos del General.
La historia la recuerdo a propósito de los arrebatos estatizadores del régimen. Estos arrebatos tienen múltiples orígenes que incluyen entre otros, la ideología socialista que alimenta al régimen y que se plantea la liquidación de todo el sector privado; la búsqueda del control total del país, para lo cual necesitan eliminar todo actor económico o político que sea independiente; la venganza política contra los adversarios y, hasta los caprichos del jefe de la revolución, que no son pocos. Pero, en algunos casos, la decisión de ir contra una determinada hacienda, empresa o activo en particular, parece estar motivada por el interés de algunos individuos o grupos oficialistas, en apoderarse de esos activos. Estos individuos o grupos saben que están en un ambiente estatizador y buscan pescar en rio revuelto.
El proceso de decisión en este caso, sigue una secuencia opuesta a la que uno se imaginaría en un gobierno medianamente bien estructurado y sería así: un individuo o grupo se enamora de una hacienda o empresa y empieza a fantasear y a planear cómo apoderarse de ella. ¡Cuántos oficialistas no estarán soñando hoy con ser el presidente del grupo Polar; con administrar sus recursos, sus contratos, su personal! A partir de allí comienza una campaña hacia dentro y fuera del gobierno para establecer la necesidad de su estatización. Vienen las intimidaciones, las acusaciones, los expedientes contra la empresa. Un interés privado, particular, se transforma en una política pública, en una acción de gobierno.
A mi tía Maria Luisa la podían ocultar cada vez que el dictador venía de visita a Ocumare de la Costa. En cambio, las empresas privadas venezolanas no tienen manera de esconderse, mucho menos cuando se trata de las más vistosas y atractivas del país, y cuando no es uno, sino unos cuantos dentro del régimen los que las desean. Por esa razón, lo que queda es pelear, luchar, resistir. Movilizarnos en su defensa. Entender que la defensa de cada empresa privada es la defensa de nuestra propia libertad y futuro.
gerver@liderazgoyvisión
http://www.noticierodigital.com/2010/05/maria-luisa-y-la-polar/
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