Por: Ernesto Yamhure | Elespectador.com - Jueves, 23 de junio de 2011
MÁS DESAFORTUNADA NO PUDO ser la intervención del presidente Santos, cuando resolvió hablar de la existencia de unas manos negras de derecha e izquierda.
No tenía necesidad de meterse por un camino del que difícilmente podrá salir. Aseguró que la mano negra de la izquierda es la guerrilla. Fácil y simple. Según el presidente, hay otra mano negra, pero a la diestra. Horrible y nauseabunda que, en palabras suyas, se opone a la Ley de Víctimas mientras hace una desmedida alharaca por cuenta de los rebrotes de violencia que se registran a lo largo y ancho del país.
Sospechosamente, evita decir el nombre de las organizaciones y de las personas que hacen parte de esa inmunda extremidad de la derecha a la que le endilgó, sin más ni más, la autoría de la bomba en el busto del ilustre expresidente Laureano Gómez.
Entonces, en virtud de la nueva diferenciación acuñada por el gobernante ¿el nivel de terror de los actos criminales se graduará dependiendo del lugar que el delincuente ocupe en el espectro ideológico? Alarmante que el presidente Santos esté desempolvando las caducas tesis que sostienen que una acción de izquierda es altruista y una de la derecha es terrorista.
¿Acaso suenan más bonito las bombas de la izquierda, o matan con romanticismo las balas comunistas, mientras que las “otras” sí son nefastas?
Recordemos la terrible frase pronunciada por Carlos Gaviria en un debate en defensa de la existencia de los delitos políticos. En medio de la discusión, el jurista dijo que una cosa es matar para enriquecerse —“crímenes malos”— y otra muy distinta es matar para buscar una vida mejor —“crímenes buenos”—.
Uno de los grandes avances que logró Colombia durante la implementación de la Seguridad Democrática en el gobierno del presidente Uribe fue el de borrarle el color ideológico a la violencia. Los crímenes hay que enfrentarlos sin distingo alguno.
Santos parece estar avergonzado de la naturaleza de su elección. En su obsesiva carrera por posicionarse como un líder mundial capaz de ocupar los más distinguidos cargos en el multilateralismo, ha hecho hasta lo imposible por demarcarse del uribismo, corriente que algunos califican de derecha y que le puso más de 9 millones de votos hace exactamente un año.
Optó por el viejo truco del espejo retrovisor. Puso a la gente a mirar hacia atrás, para evitar que se fijen en su gestión que muy pocos resultados concretos tiene para mostrar.
Esa estrategia despertó el ánimo revanchista de los liberales que están dichosos con el actual gobierno. ¿Cuándo iban a imaginarse los rojos que el comandante en jefe de la venganza contra el uribismo fuera a ser Juan Manuel Santos y que además de hacerles semejante tarea les iba a encimar eso que tanto gusta a los políticos y que conocemos como burocracia?
Para concretar la arremetida, hace una semana sacó el temita de la mano negra para fustigar a quienes creemos que la Ley de Víctimas es un imposible fiscal. Tampoco son del agrado presidencial las críticas que se han hecho como consecuencia del rebrote de violencia que vivimos y que nos obliga a recordar el horrible gobierno del Caguán, cuando los noticieros abrían sus emisiones con las acciones de barbarie que se registraban en todos los rincones del territorio.
Al presidente Santos le molestan los reclamos políticos y reacciona con agresividad cuando alguien no está de acuerdo con su proceder. La intolerancia es la característica que más lo identifica con su nuevo mejor amigo.
Twitter: @eyamhure
Fuente: El Espectador.com.co
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