Junio 25, 2010
Necesitamos respondernos una importante pregunta: ¿qué haremos después de votar?
No sólo el gobierno es un fiasco. El sistema, del que forma parte, también está hundido en el estiércol. Todas las instituciones que lo conforman representan una muestra del fracaso revolucionario. Ninguna de ellas le cumple al ciudadano de a pie: es cierto que sus actuaciones le responden a Chávez; pero, sobre todo, al viscoso entramado de corrupción que se ha levantado entre sus propias sombras.
La fortaleza que exhibe el comandante -aun en medio de este desastre- proviene de las entrañas de ese monstruo de mil tentáculos infectados. Los poderes públicos -envueltos en la contaminación- son el soporte de la podredumbre de la gestión. El desafío de la sociedad democrática venezolana es, por tanto, mucho más empinado de lo que parece. No estamos resistiéndole a un gobierno. El Presidente no es el único problema que enfrentamos: el adversario es un régimen entero, constituido por mafias envilecidas, cuyo negocio -el poder y el dinero- requiere someternos hasta la indignidad.
El hecho de que el gobierno de Chávez luzca debilitado por sus falencias, no significa que estemos cerca de su desmoronamiento. Por eso ya no le llaman “Chacumbele”. La complejidad de la tragedia es enorme. El sistema -creado para destruir los límites del decoro- está funcionando con la precisión de un reloj suizo. Las instituciones operan para mantenerse a sí mismas, que son la expresión de lo que Chávez buscó al aplicar -como Stalin en su tiempo- la “Ley del menos apto”.
Un incompetente empoderado es un individuo que ejercerá siempre la lealtad en forma perruna. En manos como esas manos estamos los venezolanos. Son ellas -reproduciendo el temor, como lo hacen los azotes de barrio- las que le permiten a Chávez superar sus sucesivas crisis de gestión. El control -al que ellas estarían obligadas en un país democrático- no existe salvo para subyugar a la población que exige castigo a los responsables del caos y la pudrición. La lucha es tremendamente más dura de lo que muchos creen. No basta acudir a las urnas y manifestar indignación a través del voto. Hacerlo es indispensable, pero la sociedad venezolana debe estar advertida sobre la necesidad de llenar, ella misma, el vacío dejado por sus direcciones políticas.
El aplomo y la serenidad no pueden reducir las expresiones de descontento. El voto es sólo una de ellas y hay que emplearlo. Pero también hay que hacerse respetar a través de otros modos cotidianos de lucha. El sistema está escalando en su intento por doblegar a los venezolanos. Chávez dejó de ser el único adversario. Las instituciones son las grandes enemigas del ciudadano decente. Chacumbele ahora es el peligroso Atila: no hay desplome espontáneo. Necesitamos respondernos entonces una importante pregunta: ¿qué haremos después de votar?
argelia.rios@gmail.com
@argelia.rios
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