Viernes, 25 de junio de 2010
Pasó lo que tenía que pasar; una revolución basada en una concentración de incondicionalidad ineficiente, movida por el resentimiento y acompañada además por respaldos aprovechadores y corruptos, tarde o temprano tenía que colapsar y evidenciar su fracaso. Por muy grandes que fueran las reservas del país, no había forma de que se siguiera soportando tan prolongada y sostenida extracción y destrucción.
Ya habían surgido señales inequívocas sobre el fracaso en la salud, la educación, los planes de vivienda, la vialidad, la economía, que el gran jefe y sus seguidores desdeñaron convencidos de que con el discurso, las ofertas y los regalos tenía la clientela asegurada.
Lo había advertido Heinz Dieterich, el ideólogo del socialismo del Siglo XXI, a quien ahora ni se menciona, ni se toma en cuenta, como ocurre con todos los que con sus opiniones o comentarios han contravenido el caprichoso empeño de implantar un proyecto obsoleto, dirigido por quienes entienden que el poder es hacer lo que les venga en gana, disfrutar y abusar. La mayoría calla, por temor o por conveniencia.
El colapso del servicio eléctrico y del agua les movió los cimientes, pero siempre confundiendo deseos con realidad, se propusieron correr la arruga con la ayuda de las lluvias, y en lugar de recapacitar, la decisión fue la de incrementar el saqueo, la destrucción y la sustitución la producción por la importación.
Aparecieron los container y otras podredumbres que proliferan sin cesar; se repartirán culpas y castigos, pero se destaparán otras ollas, porque lo que está podrido es el modelo.
Ya la descomposición comienza a resaltar en los productos destinados a satisfacer las necesidades de los venezolanos humildes; también comienza exhibirse en la cooperación con otros países. La devolución desde República Dominicana del buque Santa Paula, cargado con comida podrida destinada a asistir al hambreado pueblo haitiano habla por sí sola. Vergüenza para Venezuela, humillación y desprecio hacia los haitianos.
Si entendemos que la política exterior es la prolongación del proyecto nacional por la vía de las relaciones internacionales, será inevitable que refleje el fracaso del proyecto. Mientras el presidente agarra el rábano por las hojas y evadiendo su terca responsabilidad en este estrepitoso fracaso, se rasga las vestiduras pidiendo a sus colaboradores una fantasiosa eficiencia que le permita permanecer en el poder, surge una pregunta inevitable: Cuántos respaldos incondicionales podrá seguir comprando esta “revolución” que aspira a extenderse más allá de nuestras fronteras. En resumen, qué hará Maduro con lo podrido?
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