Junio 3, 2010
Como ciudadano de un país tan trágicamente polarizado como Venezuela, al oír sobre la presentación del libro “Cómo enemigos se hacen amigos”, tuve que asistir. El autor Charles A. Kupchan, un profesor de asuntos internacionales en la universidad de Georgetown en Washington describió un proceso hacia una paz estable contentivo de cuatro fases:
La primera consiste en un importante e inesperado gesto de apertura, en términos de un acomodo unilateral a los intereses de lado contrario. Este gesto, preferiblemente, es efectuado por el lado más fuerte y quien por tener menos que ganar con engraciarse con el otro, logra darle así mayor credibilidad.
Lo anterior inicia una serie de frenos y concesiones recíprocas donde las partes se van tentando y midiendo hasta llegar al punto donde aun cuando cada quién mantiene sus objetivos e intereses propios, ambos se convencen que estos se logran mejor por la vía de la cooperación que por la de competencia. Al final las partes terminan convencidas de que en términos generales hasta persiguen los mismos fines.
Luego viene la fase donde la sociedad se integra al proceso intensificándose las reuniones y el intercambio entre quienes eran enemigos, en todos los niveles y con relación a todo tipo de asunto.
Finalmente viene el momento donde se genera una nueva narrativa y se modifica la identidad de ambos lados, hasta el punto tal que terminan casi compartiendo una sola identidad… o sea, en otras palabras, como cuando los venezolanos de nuevo fuesen venezolanos, y no rojos-rojitos, azules-azulitos o amarillos-amarillitos. La responsabilidad principal de ejecutar esto le corresponde ante nada a las élites de ambos lados.
Kupchan comienza su libro, así como la presentación que oí, ilustrando el proceso con el ejemplo del cómo unos enemigos tan acérrimos como lo eran Estados Unidos e Inglaterra, se volvieron unos insignes amigos sobre un período relativamente corto 1895-1900.
¡Siéntense! (por lo menos para mí fue sorpresa). El gran acomodo inicial requerido y que en este caso fue efectuado por Inglaterra, consistió en aceptar, en 1895, el arbitraje como instrumento para resolver el conflicto entre Venezuela y Guyana, y reconociendo así a la Doctrina Monroe que tácitamente le asignaba a Estados Unidos la prevalencia sobre los asuntos de nuestro hemisferio.
Y les pregunto; si Venezuela formó parte del regalo de entrada al proceso que construyo una paz estable entre Estados Unidos e Inglaterra; y si unas aberraciones han decretado una guerra interna sin posibilidad de reconciliación en nuestro propio país… ¿no seríamos entonces capaces de usar a Venezuela para regalarnos a nosotros mismos la paz?
¿Dónde está esa verdadera gran mesa de unidad donde se pueden sentar los valientes venezolanos a discutir sobre Venezuela, sin esconderse tras las faldas del cobarde odio entre venezolanos? Esa mesa debería estar abierta 24 horas del día todos los día del año y en ella deberían sentarse quienes aspiran ser elites.
A esa mesa yo le preguntaría además, como cosa propia, si no sería una buena manera para generar unidad nacional, el permitir que el venezolano participe directamente en la siembra del petróleo, en lugar de asignarle todas las resultas al cacique de turno, para así luego desunirnos peleándonos cada quien cómo caerle mejor al cacique, para que nos dé algo más que nuestra parte.
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