Junio 3, 2010
El pequeño genio se ha convertido en un gigante que amenaza con arrasarlo todo a su paso.
La Revolución Industrial, iniciada a mediados del siglo XVIII, introdujo la mecanización del trabajo. La máquina de vapor y la “Spinning Jenny” (célebre maquina textil), fueron expresión de una era caracterizada por la constante innovación tecnológica y la introducción de la producción en serie. Fenómeno esencialmente europeo, con epicentro en Inglaterra, éste saltaría luego hacia Estados Unidos, donde industria y mecanización alcanzarían su cabal dimensión.
Estados Unidos constituyó, en efecto, el más fértil de los terrenos para el desarrollo industrial. Su “melting pot”, o gran batidora, permitió que las migraciones provenientes de los más diversos rincones de Europa se amalgamaran en una población altamente homogénea, desprovista de las distinciones de clase y estatus prevalecientes en Europa. Ello hizo de esta masa humana la base ideal para la estandarización productiva. A eso se uniría su proclividad natural para la innovación tecnológica y mecánica. La combinación de ambos elementos permitiría, ya a inicios del siglo XX, el despegue de la producción en gran escala. Los métodos de manufactura propugnados por Taylor y la ingeniosidad de Ford darían lugar a la línea de ensamblaje y junto con ella a la masificación de la producción y el consumo.
Tras la Segunda Guerra Mundial los avances en la industria de la publicidad y el fácil acceso al crédito, potenciarían de manera exponencial el consumo en Estados Unidos. Fue, por lo demás, la época de la construcción de su gran red de autopistas y de sus espacios suburbanos, lo cual consolidaría al vehículo individual como medio privilegiado de transporte. También es el momento en que General Motors crea el primer fondo de pensiones de la historia (para sus empleados), dando el primer paso en la sujeción de la industria a las finanzas.
La dependencia de la industria a las finanzas habría de afianzarse en las décadas siguientes, haciendo de la rentabilidad trimestral la base para medir el éxito o fracaso de las empresas. Ello proyectará sobre éstas enormes presiones competitivas, propiciando una lucha feroz por la reducción de costos. Este fenómeno se verá pronto complementado por otros dos: la globalización (producto del salto cuántico en las tecnologías de las telecomunicaciones y el transporte) y la incorporación al mercado de mil trescientos millones de chinos y mil cien millones de indios.
La combinación entre el énfasis en la reducción de costos productivos, la globalización y la incorporación al mercado de una masa humana hasta entonces excluida o marginal, trajo consigo dos consecuencias: una potente migración de empleos hacia las regiones de mano de obra más barata y la aspiración por parte de los recién llegados de reproducir el modelo de vida norteamericano.
La primera de dichas consecuencias puede generar un cataclismo social para quienes no dispongan de la mano de obra más económica, mientras que la segunda conduciría a una hecatombe ecológica mundial. El pequeño genio que salió de la lámpara con la Revolución Industrial se ha convertido en un gigante que amenaza con arrasarlo todo a su paso. Sin embargo, hacerlo volver a la lámpara no es una opción.
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