¿Cómo reeducar a los llamados "delincuentes comunes", si lo más común que el país conoce son los delincuentes que no sacian su codicia desde altos y medios cargos públicos, ni con las montañas de dinero que se han robado durante los últimos doce años?
¿Cómo bajar a Venezuela del deshonroso pedestal de los países más corrompidos del mundo, si son moneda corriente en todos los ámbitos del desempeño público y privado el sobre precio, la coima, la estafa a la nación y a los compradores particulares, la pésima calidad de obras y servicios, el lavado de dinero, la exportación ilegal de capitales, el soborno y la corrupción de funcionarios?
Una sociedad que no se atreve a enfrentar las mafias que han proliferado desde casi todas las corrientes políticas en disputa del poder y sectores económicos que contratan con organismos públicos nacionales, regionales y municipales, es una sociedad de cómplices dominada por delincuentes de todo tipo, cobardes y sinvergüenzas.
Esa es la Veenzuela que ha crecido a los pies de Hugo Chávez desde que asumió la Presidencia de la República, el 2 de febrero de 1999. Lo que venía siendo un grave problema nacional, la corrupción de un sistema político y económico repudiado por la mayoría de la población hacia 1998, fue hipertrofiado descaradamente a manos de civiles y militares vagabundos sin precedentes, codiciosos y mafiosos que han delinquido a manos llenas bajo la impunidad más perversa y pasmosa de nuestra historia.
Esa asquerosa realidad no quiere ser constatada ni revertida por el actual liderazgo público y privado de la nación. Casi todos van pegados en la francachela desde y en torno al Estado, mientras los tentáculos de la corrupción son excelente caldo de cultivo para los narcotraficantes, lavadores de dinero, bandas de atracadores y sicarios, que a la final han establecido con abogados mafiosos un circuito de compra-venta de funcionarios judiciales, policías, militares, fiscales y hasta medios de comunicación que en parte dedican espacios al lavado de caras y fortunas mal habidas.
Por esos y muchos otros factores, la delincuencia nos arropa y la criminalidad llega hasta los calabozos del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC), las cárceles, ministerios, empresas públicas, ´gobernaciones, alcaldías y empresas privadas asociadas a esa madeja de delitos sin fin. ¿Qué hacemos? No se oye nada. "A la corrupción ni con el pétalo de una rosa", pareciera ser la consigna predominante.
E.D.E.
Semanario LA RAZÓN
Fuente: Enfoque365.net
No hay comentarios:
Publicar un comentario