Junio 23, 2010
Containers en tierra, billetes en Andorra, y ¡fuera cacho!.
No podía imaginar Shakespeare que pasados algunos siglos de la aventura de Hamlet, algo iba a estar podrido en un lugar muy lejano, en pleno trópico. Venezuela es hoy una gigantesca Dinamarca, donde no hay pueblo ni comarca que no tenga su hedor característico, uno muy “bolivariano” por lo que vamos viendo y oliendo.
Justo cuando la ira del autócrata tronaba porque en alguno que otro galpón… ¡se habían descubierto unos cientos de sacos de azúcar o arroz!, demostrando con ello la maldad de la burguesía agroalimentaria (¿existe tal término en el Catecismo marxista-leninista, no importa si es en su desteñida versión soviética, o en la de Marta Harnecker?), sus jenízaros, con una paciencia digna de modernos etarras, habían ido sembrando el país entero de containers aromatizados.
Cuando escribo esto no hay pueblo que se respete que no descubra la pudrición en su vecindad. ¡Fueron eficientes los “revolucionarios” esparciendo las miasmas!, sin duda alguna, pero tal constatación nos impone, con mayor razón, el tratar de entender qué fue lo que pasó.
Comencemos por una vieja idea, casi un dogma, que uno de los padres de la moderna teoría de la organización, el ingeniero francés Henri Fayol, propusiera hace ya muchos años. Se trata de la llamada Unidad de dirección, que él definía textualmente como “para un conjunto de operaciones diseñadas para el logro de un determinado objetivo, debe haber un solo plan ejecutado por un solo jefe”. La versión organizacional, si quieren, del famoso y viejo dicho: “muchas manos en un caldo lo ponen morao”. Este viejo dogma ha sido violado de modo flagrante por los “revolucionarios”, quienes muy probablemente ni se han enterado de su existencia.
Da la impresión que era tal la convocatoria al Festín de Baltasar, que por cualquier rincón aparecieron importadores y toda clase de intermediarios dispuestos a “salvar la revolución”, no con fusiles, sino con comida importada. Pero como los “dollars” sólo aparecían para “y que” cancelar las facturas de golosos argentinos y brasileños, suerte de pirañas revolucionarios, nadie se ocupó de depósitos ni almacenes refrigerados. Containers en tierra, billetes en Andorra, y ¡fuera cacho!
La operación resultó ser muy corta y cualquier plan sobraba. Lo que no sobraban, al parecer, era la multitud de cabecillas en el ajetreo importador. Esto es, más o menos, lo que dos economistas del IESA, Alayón y Daza, propusieron esta pasada semana en el programa radial que conduce César Miguel Rondón. “Venezuela -la bolivariana, se entiende- no tenía ni la logística ni la capacidad instalada para recibir y ubicar la locura importadora que se desató en el 2008″. Como se ve, un modo recatadamente académico de explicar el bochinche derrochador de aquel desbarajuste.
Hay, extrañamente, dos cositas que no han aparecido hasta ahora en los análisis. No por lo menos en los que he mirado y oído: la primera, la “extraña coincidencia” con la prisión del Hombre-Mercal, Fernández Barrueco, suerte de Superman de la importación “bolivariana” de alimentos, para nutrir mercales y pedevales; y la segunda, el porqué fue tan generalizado el asunto. ¿Cuántos bolivarianos estaban en el ajo?
Si la revolución, como lo atisbó magistralmente Lenin cuando eso no era una moda, sólo se puede llevar a cabo “organizadamente”, ¿cómo es esto de que la falla monstruosa de esta versión de opereta es, precisamente, su carencia total de cualquier ingrediente organizacional? ¿Ha imaginado Hugo Chávez una defensa de esta revolución, “en las calles”, con estos “expertos” en la antiorganización?
Vamos a cosas más gruesas. ¿Cómo es que este genio de la revolución, el mismo que se ufana de que nada pasa sin que él lo sepa y lo monitoree, no vio lo que todos veían y/o sospechaban? ¿Dónde estaban sus expertos en inteligencia, su élite cubana? ¿O es que es verdad lo de que son tales las luchas intestinas en el círculo del poder que le rodea, que nada puede siquiera atisbar desde su torre de marfil?
Más todavía, ¿qué piensa este Hamlet de lo que acaban de probarle sus jenízaros: que ni siquiera para esconder la hediondez han sido capaces de mostrar competencia organizacional alguna? Que todo haya podido descubrirse tan fácil, tan allí mismito, al lado, muestra que, o no tenían temor alguno de lo que podría ocurrirles cuando el Diablo comenzara a destapar (mi abuelo decía que “el Diablo tapa… y destapa”), o no creían que es normal que eso pase. ¡Si hasta los gatos esconden su hedionda caca cuando la sueltan!
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