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miércoles, 23 de junio de 2010

Charito Rojas Notitarde / ND Morir en Venezuela

Miguel murió. Después de tres días de agonía con dos balazos en el pecho, finalmente murió. Tenía 34 años y había dejado de ser un malandro hacía 17, cuando tomó la decisión de ser alguien, de darle una vida decente a su familia, de ser feliz y estar en paz con todos. Se casó y tuvo dos hijos, que así pequeñitos, vieron cuando unos malandros disparaban a su papá para quitarle el sueldo que acababa de cobrar. Todavía su sueldo como trabajador en un abasto chino no le daba para mudarse de ese peligroso barrio y al final, pagó su pobreza con la vida.

Miguel se la pasaba con una faja puesta, para que el caleteo de cajas de verduras y sacos de detergente no le pulverizara la columna. Era de esa gente que siempre sonreía, que confianzudamente preguntaba a las clientas ¿que estas buscando mi reina? Y se montaba en lo más alto de las estanterías para bajarle lo que ellas requerían. A Miguel lo estimaba todo el mundo en el centro comercial, porque tenía el valor de haberse regenerado, de trabajar desde la mañana hasta la noche sin descanso, de ayudar a todo el mundo con solicitud. Miguel votó por Chávez y se arrepentía cada vez que lo escuchaba en cadena “Ahora si es verdad que no voto más por él, que hombre tan lad…”, decía. Y seguía trabajando como un negro. O mejor,como un chino.

Miguel existió. Pasó fugazmente por la vida de todos los que concurrimos a ese centro comercial. Las muchachas de la panadería lo extrañan, la china del abasto está inconsolable, los vigilantes ponen cara de “pude ser yo”. Y los dos pequeñitos hijos de Miguel morirán con la imagen en sus pupilas de su papá caído y ensangrentado. Quién sabe la suerte de estos niños sin padre, en un país de niños sin padre, sin buenos colegios públicos, sin hospitales. Sin ninguna seguridad de estar vivos para cuando llegue el nuevo día.

Miguel existió, hasta hace cuatro días. Padeció los autobuses donde lo asaltaban, donde lo apretujaban y mareaban, para llegar tres horas después a su casa. Llevaba todos los días una pequeña bolsa con exquisiteces chinas, porque quería que sus niños “comieran cosas ricas”. Miguel murió sin saber que mientras él trabajaba desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la noche por menos de un sueldo mínimo más propinas, el Presidente por el que el votó y que le dijo que todos iban a ser iguales, tiene un presupuesto este año de 2,7 millones de dólares para gastos de alimentos y bebidas; 264.000 dólares para prendas de vestir; 18.500 para calzados; 138.000 para adquisición de revistas y periódicos; 145.000 para productos de tocador, como jabón, champú y papel higiénico y 405.000 para servicios de lavandería.

Miguel existió, doy fe personal de ello, y murió asesinado por unos choros, unos azotes que matan por placer en un país cundido de una violencia que nace del fondo del corazón sembrado de odio visceral. Odio a los oligarcas, odio a los letrados, odio a quienes algo tienen y también a quienes no tienen nada. La solución al enfrentamiento nacional se asocia irremediablemente con la muerte. Lo malo es que siempre mueren primero los inocentes, los pendejos, los mirones. Los canallas parecen tener el pacto con los asesinos, se identifican de la misma calaña, se protegen unos a otros.

Venezuela está llena de Migueles: más de 150.000 en once años de ignominia. Once años en que los problemas ciudadanos le son indiferentes a una secta destructora de vidas, propiedades, moralidad y respeto. Si el jefe de la revolución viera la viga en su ojo en lugar de la paja en el ojo ajeno, no tendría cara para sentarse frente a una cámara para pedir a los venezolanos que se bañen con una totuma, cuando él dispone de 480.000 dólares del erario público para pagar su factura de agua. Si se hubiera ocupado de construir centrales termoeléctricas y mantener las redes, entonces sí tendría moral para aplicar un racionamiento cruel, porque él no deja de disponer de una partida de 583.000 dólares para sus facturas eléctricas.

La ceguera del poder le tapa algo que todo el mundo ve: la corrupción terrible que corroe su régimen. Se hace el loco con las 122.000 toneladas de alimentos podridos, suficientes para alimentar a 17 millones de personas durante tres meses y sólo dice “averigüen y que caiga quien caiga” ¿Es que él no sabe que las importaciones de alimentos las hace Barivén, con el conocimiento y la aprobación de su apoyadísimo Rafael Ramírez? ¿O es que ignora que los puertos y aeropuertos donde se almacenan esos contenedores podridos están bajo el mando de Diosdado Cabello? ¿Es que no conversa con su ex edecana, la capitana Ileana Gutiérrez, ahora Presidenta de Bolipuertos?

Al Presidente no le interesa averiguar qué ha pasado con las 75 empresas que su gobierno ha expropiado, arrebatado, confiscado, a manos privadas. Le voy a dar unos datitos: Invepal, antes Venepal no está fabricando papel, sus mismos trabajadores denuncian que desde hace meses importan las bobinas de papel, pa’que crean que están en plena producción. Otra: la planta de arroz que era de Cargill sufrió un incendio en su caldera de vaporización porque los consejos comunales que la operan ahora no sabían que no se le puede echar detergente. Asómese en la hacienda Cura, para que vea como se perdieron las 60 hectáreas de cañas de azúcar que les quitaron el año pasado y la tal Corporación Agrícola, que muchos afirman está en manos de cubanos, no me consta, acaba de arrasar con 2.000 hectáreas más que se cosecharían en septiembre. Los trabajadores de las cementeras dicen que tienen un año parados. Y así todo lo que cae bajo la ineficiencia oficial. Aquí no vale tribunales, abogados, Constitución ni nada. Que lo Diga Diego Arria, que refugió a los empleados de su finca La Carolina en la vecina Los Azahares, de apenas 40 has. totalmente sembradas del pasto que comen las vacas Jersey de la finca expropiada. La venganza contra la gira exitosa de Arria en Europa, que sí es bien recibido en las organizaciones internacionales, fue arrebatarle esta finquita y botar a los trabajadores que allí estaban.

Yo le sugiero -hasta donde me alcance el respeto- al señor Presidente que pregunte a estos trabajadores qué piensan de él, que pregunte a los trabajadores de la Polar, que pregunte a los de las joyerías de La Francia, a los pequeños productores ahora sin tierras, a los de la Costa oriental del Lago, a los obreros de las empresas básicas de Guayana, a los de las cementeras, a los operadores, locutores, periodistas, artistas de RCTV, de las 32 radios cerradas, de los hoteles “nacionalizados”, a los empleados de las Casas de Bolsa, de los bancos intervenidos. Pregúntele a ellos, pregúntele al pueblo llano que pasa el trabajo hereje, sin esperanzas de mejoría, qué piensan de sus ofrecimientos de viviendas dignas, de transporte “hasta para la luna”, de su vista gorda con los ladrones que ellos ven hasta en los consejos comunales, de sus viajes ostentosos, de sus gastos en armas y en comida podrida, de la regaladera de todo lo que no le pertenece a los amigotes, de sus abusivas cadenas y su ya intolerable lenguaje bélico, de sus amenazas y sobre todo, de su intención de quitar a sus legítimos propietarios lo que le venga a su real gana.

Dudo que el señor Presidente tenga el valor de hacer ese ejercicio de sinceridad. Dudo que tenga capacidad para enfrentar como un varón la tragedia que ha ocasionado en este país. Es una injusticia que el hampa acabe con tantos ciudadanos buenos y útiles todos los días, mientras el Presidente lo obvia porque él está tranquilo: dispone de 16 millones de dólares para pagar su seguridad. Personalmente, en nombre de todos los Migueles de Venezuela le digo que no escucharé una sola bolsería más hasta que arregle los hospitales, tape los huecos, haga escuelas decentes para los niños, construya casas y autopistas, dote a las universidades, se embarque en un plan nacional contra la inseguridad, bote a los corruptos del gobierno, deje producir libremente a la empresa privada, respete a los opositores, a los periodistas y a los medios. Entre otras cosas. La lista es mucho más larga, pero disculpe, se me acabó el espacio.

Un querido amigo de paseo en Cúcuta quería regresar a Venezuela para estar el Día del Padre con su familia. Debía tomar su avión en San Antonio, pero se topó con la frontera cerrada: había elecciones de segunda vuelta en Colombia. Angustiado, se acercó a un General colombiano en el puesto fronterizo, muy cortés él, pero igual se negó a darle paso desobedeciendo un decreto presidencial. Sin embargo le dijo en voz baja: “Si se mete en Escobal por una trocha que va paralela al Puente Internacional, pueden llegar hasta la orilla del río, donde algunos cultores de la libre empresa tienen hoy un sistema alternativo de transporte”. Logró llegar a la orilla y por la módica suma de 10 de los devaluados, accedió al “navío” que lo transportó a la ribera venezolana. En la foto que me anexó se puede observar dos de los modelos más utilizados en nuestra frontera colombo-venezolana, gracias a la revolución, su ruptura oficiosa de relaciones con los vecinos y las lindezas que vocifera el de aquí. Después de bajar de este moderno transporte fluvial, mi amigo tuvo que caminar casi un kilómetro por un cañaveral hasta llegar a la vía. Afortunadamente pudo llegar a tiempo para recibir el abrazo de sus hijos.

De un trabajador de Polar al Señor Presidente

En Carabobo hay 11.000 trabajadores de Polar y esta carta fue escrita por uno de ellos, que como venezolano desea que su Presidente lo escuche.

“Sr. Presidente: Soy un trabajador de la nomina obrera de Empresas Polar, soy bachiller, tengo dos años en la empresa, trabajo en almacén y le menciono lo siguiente: a mí Polar me da

- Sueldo 1700 + 1200 en cesta ticket + caja de ahorros + bono nocturno, sobretiempo y prima dominical si es el caso.

- 4 meses de utilidades

- 65 días de bono vacacional

- Pagan el colegio de mis hijos

- Mi HCM es por 20.000 y lo paga la empresa

- Me dan una cesta de comida,

- Dos cajas de refrescos, malta o cerveza que yo escojo

- Tengo comedor gratis

- En diciembre me dan mi cesta navideña, los juguetes de mis hijos y un obsequio para mi casa

- Me dotan de uniforme y el jabón para lavarlo

- Mis hijos pueden hacer la comunión por la empresa, los preparan y le dan toda la ropa y la comida.

- Les dan planes vacacionales gratis

- Fiesta del día del niño

- Fiesta en navidad familiar

- Me aumentan dos veces al año y tengo la posibilidad de seguir estudiando y hacer carrera dentro de la empresa

- En dos años ya tengo mi carro y lo aseguré por la empresa en 50% menos que en la calle

- Ya estoy reuniendo para comprar mi apartamento y la empresa me da la posibilidad de darme un préstamo para comprarlo

- Si llego a los 30 años de servicios puedo tener el beneficio de jubilación.

Ahora le pregunto: ¿eso es ser explotado? Señor Presidente yo creo aunque voté por usted y lo apoyo en algunas cosas, pienso que esta equivocado, a mi, en Polar siempre me han respetado mi tendencia política y hasta el sindicato en el que estoy es bolivariano, pero creo que esta equivocado, en Polar nos enseñan a superarnos y a querer a nuestro país.

Yo creo que ya llego el momento de no acompañarlo mas, si usted dice que defender mi puesto de trabajo es ser su enemigo, considéreme uno de ellos.

(firma en reserva para evitarle retaliaciones).

charitorojas2010@hotmail.com
Twitter:@charitorojas

http://www.noticierodigital.com/2010/06/morir-en-venezuela/

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