“Este cuento es la veraz película que los venezolanos estamos protagonizando al presente”.
Justo cuando el sol parece que va a rajar más de una piedra con la que sus rayos tropiezan, avanza usted por una de esas solitarias carreteras venezolanas. De pronto, su carrito, que desde hace días le viene mandando aviso, comienza a sonar raro. Al rato de emitir lo que parece será su último aviso, se para y no hay santo que logre moverlo. Lo peor, piensa usted, es que el percance lo agarró sin ayuda, ni vecino que lo acompañe.
Por fortuna, a lo lejos divisa un timbiriche. Ni modo, piensa, déjame ir a ver si me pueden auxiliar. No cabe de contento cuando ve que en ese solitario paraje parece que hay alguien que sabe de eso. Sí, señor; hay hasta un deteriorado letrero que dice: “Mecánico” y una flechita que indica con letras chiquitas: “Aquí”. Nada, que la Virgen Santísima, tan popular en la comarca, parece que lo acompaña. Después de todo, piensa usted, “Dios aprieta… pero no ahoga”.
Un tercio, con algo que luce fue alguna vez un atildado uniforme azul, de esos que visten los mecánicos en tierras más conocidas, viene hacia usted y le dice, confianzudo como buen venezolano: “Maestro, ¿en qué le podemos servir?” Ud., presto, le echa su historia de amor y dolor, que si el cacharrón le viene mandando aviso, que si alguien le dijo que a lo mejor era esto o aquello. En fin, el cuento de ocasión que todos tenemos a mano.
Tranquilo, maestro, que ya le vamos a resolver el problema, le ataja el tercio y usted respira agradecido. El hombre se limpia las manos con uno de esos trapos que alguna vez fueron una franela blanca, agarra lo que luce una deteriorada caja de herramientas y le dice: “Vamos, que en unos minutos le resolvemos el asunto… “,
Al llegar donde está el paciente, abre el capó del carro y comienza a lanzar hipótesis acerca de dónde podría estar la razón del desperfecto. Pero no sólo es un alud de palabras, es también un par de manos inquietas, y tras de cada hipótesis, ahí viene quitar tornillos y zafar tuercas. Mientras, la tarde va cayendo y con el sol que amaina, la fresca va llegando, sin lograr disipar la plaga que le está haciendo pagar caro su paciente espera.
El tercio, en la misma medida que despega mangueras y descalabra todo lo que el capó, con celo guarda, va mostrando su incapacidad de diagnosticar cuál es el mal, y por consiguiente, cuál sería su causa, su origen. Ya el sol se escapa y usted, que ve venir rauda la oscuridad en medio de aquel descampado, va entrando en una angustia inocultable. “Madre mía, se dice, ¡en qué manos he caído!”.
Ya su problema es otro: cómo lograr que aquel loco que le cayó en suerte, deje de hablar -¡madre, qué charlatán!- porque si las palabras curasen, aquel alud que no ha dejado de correr desde hace horas, ya le hubiese transformado su cacharrón en un último modelo, disfrazado de latón viejo.
Desesperado, usted entra en el apartado de las recriminaciones. Que si esto me pasó por confiao, que si más bien hubiese utilizado mi celular para que me enviasen una grúa, que bien hecho que ahora me va a costar más cara la gracia y así hasta que parece despertar y, enérgico, le dice al autor del costoso desaguisado: “Mire mano, vamos a dejar eso así, vuelva a poner las cosas donde estaban, que yo me llevo este perol pa’ otro taller”. Y allí es donde recibe la sorpresa que faltaba: el hombre no sabe cómo volver las cosas a como estaban.
Bueno, amigo, ha llegado la hora de identificar al elenco de esta tragicomedia: el cacharrón, no faltaba más, es Venezuela, que en mala hora vino a accidentarse en el territorio de aquel peligroso ignorante. Y éste, quién podría ser sino quien usted ya ha logrado reconocer en las hartantes peroratas con las que simula que conoce de todo lo habido y por haber.
La plaga, que no ha dejado de acosarle, el enjambre de mamandinis que junto al mecánico repiten un librito ya gastado y que a veces se transfiguran en un Consejo Comunal que el malhadado mecánico preside. El “paisaje” de la comarca da fe de sus proezas.
Este cuento, que al recitarlo de viva voz en distintos ámbitos ha logrado que algunos de la audiencia revivan una experiencia que parece mi narración no ha hecho otra cosa que despertar, es la veraz película que los venezolanos estamos protagonizando al presente.
Todo está en ella: el desaguisado, el pirata vestido de mecánico, tu cacharrón antojoso y, para que no falte nada, ya se acerca la oscuridad sin que la plague amaine. Por fortuna, a la noche sigue el amanecer, y sobran los mecánicos competentes que lograrán que el cacharrón funcione.
antave38@yahoo.com
El Universal
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