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lunes, 10 de mayo de 2010

Ibsen Martínez - Eudomar Santos militante del PSUV

1.-Dicen que el gran Honorato de Balzac, delirante en su agonía, creía alternar con criaturas de su imaginación: los personajes de su populosa “Comedia Humana”.

Tengo para mí que lo que le pasaba a Balzac no era un trastorno terminal del juicio, sino que esos personajes lo visitaban realmente. Y lo pienso porque a mí también me pasa, aunque sólo a veces.

Yo no soy Balzac – estoy muy lejos de jugar en su liga– ni agonizo todavía, pero puedo asegurarle al lector de los lunes que me he encontrado y sigo topándome con personajes salidos de mi chirriante pluma, alguna vez tarifada por la televisión burguesa. Gente que creía extinta cruza de pronto ante mí con osamenta y carnadura tangibles.

Claro, esto de ver personajes regresar de entre los muertos tiene sus bemoles.

Usted puede ver, por ejemplo y es sólo un ejemplo, cómo en la plancha de la Mesa de la Unidad se manifiestan milagrosas resurrecciones: las de Cristóbal Fernández Daló, por ejemplo, o la de Hiram Gaviria o la de Nelson Chitty La Roche, sin buscar demasiado.

Verdaderamente, y aun a riesgo de pasar por un trivializador antipolítico o un enemigo de la silenciosa e ímproba labor patriota de los partidos, resulta cosa de prodigio ver como Gaviria, por ejemplo, se las apañó para dejar la Embajada de Chávez en Francia sin dar una rueda de prensa y reaparecer hoy como estrella sigilosa del salto alto con garrocha en el equipo de pista y campo de Un Nuevo Tiempo.

Pero dejemos este tema que tanto turba a Eduardo Pozo cuando lo remuevo en mis bagatelas semanales.

“¡No!; no dejemos a Eduardo Pozo todavía”, grita mi páncreas rencoroso.

2.- Para quien no lo conozca, hablo de un apparatchik crónico de la izquierda “renovada y democrática”.

En el cóctel aniversario de Tal Cual me felicitó por un artículo y, acto seguido me recriminó sañudamente haber escrito otro: “La Lista de Schindler”. En este último, yo exhortaba a la Mesa de Unidad a esconder a Omar Barbosa, o al menos sustituirlo por otro vocero, porque, al menos en su fenotipo, el señor Barbosa recuerda demasiado al Adeco Aborrrecible contra quien se votó masivamente en 1998.

Pozo estaba furioso porque, según le entendí – no era fácil entenderle: mordía las palabras con rabia cuando me dijo, casi tomándome de las solapas y pegando su rostro al mío para que sólo yo lo escuchara– mi artículo era una coño-de-ma-dra-da.

Para ser justos, Pozo no me llamó “coño de madre”; sólo dijo que había escrito una co-ño-de-ma-dra-da: yo casi podía escuchar los guioncitos entre las sílabas. Al fondo, Mayita Acosta me miraba con el ceño fruncido y reprensivo de una Haydée Santamaría sin Casa de las Américas.

Se trataba de una escena repetida desde siempre por perviventes estalinistas de antaño a quienes Roberto Bolaño llamaba “neoestalinistas de hogaño” y que se reduce a esto: “eres tremendo tipo cuando escribes sobre Teodoro W. Adorno y el Círculo de Viena, pero no te metas con factores del sanedrín unitario como es el señor Barbosa porque él no es lo que parece y, en definitiva, lo que se haga allí no te compete. Limítate a votar por quien se te indique. De alta política no entiendes un rábano y por eso eres injusto con unos integérrimos varones que se encerraron durante meses a elaborar una propuesta electoral para los venezolanos”.

El hecho de que el fruto del laborioso cónclave de los partidos de la MUD haya resultado para muchos opositores un defraudante parto de los montes y que su ratoncito sea una lista que parece el hit parade de los desconocidos de siempre, no es relevante para Pozo. Lo que no le gusta es que alguien lo diga.

Que yo exprese, no digas tú lo que pienso, sino apenas lo que siento. Y me perdonan Pozo y Mayita, pero cada vez que me acuerdo de que Hiram Gaviria o Fernández Daló aspiran a “rescatar” la Asamblea con mi voto, me pongo de inmediato antipolítico y me tienta la idea de llamar a la abstención.

Si no lo hago es porque el miserable y roñoso principio de realidad dicta que, total, para votar por gente así basta con hacerlo sin darle muchas vueltas, como quien va al dentista: cuanto más rápido lo hagas y cuanto más rápido olvides que Fernández Daló y Chitty La Roche siguen allí como el dinosaurio del cuento de Monterroso, mejor.

Pero nadie en este pueblo me llama autor de “coñodemadradas” sin que yo lo proponga como hazmerreir durante al menos quince minutos. Y ahora, amigos, luego de haber desfogado todo lo que tenía que decirle al camarada Andrei Zhdánov Pozo, volvamos a mi cuento de aparecidos.

3.- Eudomar Santos y yo nos encontramos la semana pasada en la cola donde se tramita la pensión de vejez por ante el Seguro Social. A mí me faltan sólo 17 cotizaciones para entrar en el selecto club de la tercera edad.

Conocí a Eudomar Santos por estas calles, allá por 1992, cuando vivía –él, no yo– con una hipnotizante belleza mulata de ojos verdes llamada Eloína Rangel, enfermera graduada. Eloína trabajaba en la clínica “Maimónides”, donde era acosada sexualmente por un cínico y repulsivo médico internista llamado Arístides Valerio. Me hice muy amigo de ellos por entonces; los frecuentaba diariamente.

Desempleado crónico sin escolaridad completa, Eudomar se contaba todavía entre la masa de votantes de la Acción Democrática de Lusinchi y Blanca Ibáñez. Más allá del providencialismo que encierra su santo y seña –“como vaya viniendo, vamos viendo”–, Eudomar no adhería a ningún sistema de pensamiento ni ideología política. Desde tiempo inmemorial, Eudomar fue cliente de la maquinaria adeca. Pero ya para entonces estaba cansado de que para todos hubiera menos para él.

Se hizo, pues, activista del Partido Oportunista de don Chepe Orellana, con un ojo puesto en la suculenta Lucha, la inescrupulosa amante de aquel, y el otro ojo en el cargo que le iban a dar –y no le dieron – como supernumerario de una alcaldía. Terminó votando por Chávez en el 98, según me dijo, para que ni Chepe Orellana ni Carmelo Lauría volviesen a burlarse de sus aspiraciones.

Eloína y Eudomar se separaron hace años – ella, hasta donde sé, vive ahora en el South West –la “sagüesera”– de Miami, con un médico cubano, desertor de “Barrio Adentro”.

Casi sesentón ya, Eudomar vive hoy arrejuntado con una gocha microempresaria del rubro “comida rápida”, dueña de una pequeña cadena de perrocalenteras en el eje Guarenas-Guatire.

Eudomar milita desde su fundación en el PSUV. Ha sido beneficiario de algunas de las misiones y me contó que entrena los fines de semana en la milicia para defender hasta la última gota de su sangre “el proceso”. Pero su corazón está irreductiblemente casado con el rebusque de raigambre adeca.

Por eso en las primarias del PSUV votó “entubado” por los candidatos de Diosdado y no por los de Chávez ¡Ah, Balzac!

http://www.analitica.com/va/politica/opinion/8358143.asp

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