Los conspiradores -una extraña mezcla de agentes “comunistas infiltrados, oportunistas y tontos útiles”- preveían de esa manera eliminar una clase dirigente que consideraban corrupta y a aquellas personas que luego podrían convertirse en adversarios del movimiento.
“Ese era parte del plan”, dijo el general Carlos Julio Peñaloza, el ex Comandante General del Ejército quien ordenó el arresto de Chávez y de otros 17 oficiales que conspiraban contra el gobierno.
“Estaba en los documentos que se les decomisaron. Tenían planes de reunir a los dirigentes políticos de la época y a militares. Llevarlos a todos al Estadio Universitario [de Caracas], y fusilarlos”, añadió Peñaloza.
La conspiración contra el régimen democráticovenezolano, que se venía fraguando durante varios años, fue detectada con antelación por los organismos de Inteligencia.
El propio Peñaloza advirtió personalmente al entonces presidente Carlos Andrés Pérez que la democracia venezolana corría peligro, presentándole informes elaborados basados en testimonios de agentes que llegaron a infiltrar el seno de la conspiración.
Pero las advertencias del general, así como los de otros organismos de Inteligencia, fueron desoídas, y a los conspiradores no sólo se les liberó y se les permitió seguir activos dentro de las Fuerzas Armadas, sino que fueron ascendidos y recibieron importantes puestos de mando, y control sobre destacamentos de tropas, que posteriormente serían usados en la asonada golpista del 4 de febrero de 1992.
Uno de los infiltrados que suministró gran parte de la información que fue utilizada en la elaboración de los informes, dijo que él estaba muy bien posicionado para ver de primera mano toda la violencia que la conspiración planificaba volcar sobre Venezuela si el golpe tenía éxito.
El oficial retirado, que habló con El Nuevo Herald bajo condición de anonimato, dijo que los conspiradores le asignaron a él personalmente la tarea de eliminar a los “indeseables”.
“Los objetivos míos eran objetivos políticos”, relató el oficial, quien se relacionó con los conspiradores desde que se encontraba en la academia militar.
“Mi tarea, al momento de ejecutarse el golpe, era la eliminación física, el exterminio de toda la clase política. Todo aquel que fuese de Acción Democrática o del [Partido Social Cristiano] Copei, de la facción política de derecha. Se trataba de cientos de dirigentes políticos los cuales iban a ser fusilados en el estadio de la Universidad Central de Venezuela”.
Primero en la lista aparecía Pérez, quien se había convertido en el máximo símbolo del régimen que los conspiradores pretendían remplazar.
Pero el entonces presidente escuchó los consejos de algunos oficiales de alto rango que se habían abocado a proteger a los conspiradores.
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