Mayo 29, 2010
El espíritu de la unidad que regresa
La recuperación de la Democracia que había comenzado casi que solitariamente con AD a la caída de Rómulo Gallegos en 1948, era ya un movimiento compacto para el amanecer de 1958. El primero de enero hubo un alzamiento militar, no coordinado pero valiente, liderizado por los capitanes Hugo Trejo en Caracas y Martín Parada en Maracay. El gran mérito de esto fue demostrar que las Fuerzas Armadas ya no estaban con el dictador, ayudando a evaporar el pesimismo del miedo. El 10 de enero de 1958, Pérez Jiménez nombra un Gabinete que dura tres días debido a la agitación callejera, los resquemores, sospechas e inseguridad del tarugo. El 15 de enero circula un manifiesto de los intelectuales contra la dictadura. El 21 de enero estalla la huelga de prensa. Con unidad compacta amanecería el 23 de enero de 1958.
No fue un milagro espontáneo. Habían pasado nueve años de dictadura donde los partidos políticos pusieron los presos, los torturados, los asesinados, los exiliados y las familias sufrientes, en un esfuerzo diario, de resistencia constante. El 23 de enero corrió como un río hasta lograr el estrepitoso derrumbamiento, donde la nación entera dio una lección de valentía, dignidad y civismo frente a las ametralladoras y peinillas de quienes al usurpar la soberanía perdieron legitimidad. Fue un triunfo hecho posible porque finalmente se alcanzaba una decidida, inquebrantable y total unidad nacional. Caía ese día una férrea dictadura corruptora que disponía de poderosos armamentos, dinero, y descaro para mentir y cometer crímenes de lesa humanidad.
La dictadura no pudo seguir imponiendo su terror irrestricto y su voluntad omnímoda. Desde la calle se pedía libertad, ley y gobierno constitucional. Y todos salieron al frente: profesionales, escritores, maestros de escuela, trabajadores, empresarios y potentados. Fue un movimiento sin precedentes: la sociedad en todas sus clases, en todos sus sectores de pensamiento e ideologías políticas, desde el “pobre en su choza” hasta el “señor”, como un solo hombre, ofrecieron el pecho desnudo y el poder moral de su derecho a la metralla, logrando que se paralizaran todas las actividades hasta que el tirano huyó en la oscuridad de la noche. Culminaron el 23 de enero veintitrés días de lucha sin un líder único, pero con el pueblo venezolano, civil y uniformado, rescatando su soberanía, con un entusiasmo singular en las calles, con fe en el proceso democrático, con risas en todas las esquinas, con un espíritu abierto al futuro, sin melancolías.
Al frente del Gobierno quedó un militar civilista, Wolfgang Larrazábal, y el 23 de enero de 1958 se transformó en una de nuestras grande fechas históricas, emparejándose y superando el 18 de octubre de 1945, día que marcó el fin de la hegemonía andina y el ascenso del pueblo a la categoría de protagonista político de su destino. El 23 de enero de 1958 abrió la etapa de la democracia estable e institucional, con significaciones históricas que la espigan singularmente, como la República Civil que en los 40 años siguientes alterna el poder por vía del sufragio popular y la consolidación de la Revolución Democrática que no tiene comparación en la historia de Venezuela. La construcción del poderío institucional democrático logró aplastar todas las vías de hecho antidemocráticas. Todos los golpes de estado fueron aplastados; las Fuerzas Armadas institucionales de la democracia y el pueblo trituraron –como seguirán triturando- a todos los golpistas fracasados.
Y como continuaremos viendo en estas “Raíces”, el 23 de enero se inician los tiempos en los cuales se desarrolla –como afirmó el politólogo Aníbal Romero- “el más intenso ritmo de movilidad social ascendente en nuestra historia”.
Cabe aquí hacer un breve paréntesis sobre esta progresión evolutiva que seguiremos resumiendo para exaltar objetivamente nuestros valores democráticos. Sinteticemos las fallas, de entrada. El arranque de nuestra Revolución Democrática –que se mantiene con decencia ética desde sus inicios en 1945 y bajo el liderazgo o dirección de AD y Rómulo Betancourt- tendrá momentos de decadencia cuando el idealismo de la construcción pretenda ser suplantado por el pragmatismo de la involución, cuando la honestidad parcialmente horadada por la corrupción, cuando las dignidades gubernamentales incluyan personajes de tercera categoría, cuando la calidad intelectual, cultural, política y espiritual de los dirigentes sean reemplazados por subalternos de tono menor, cuando la sargentización de las direcciones políticas regresen a desvíos insuperados del pasado. Tal como vimos en ciertas instancias a finales del siglo 20 y como vemos a cada instante en el Gobierno de estos comienzos del siglo 21. Pero…
La Revolución Democrática iniciada el 23 de enero asentó un sistema institucional estable, de paz, de libertad, de respeto a los derechos humanos (con las deplorables excepciones que siempre habrá bajo cualquier sistema), de tolerancia, pluralidad política y de una obra educativa, científica y material sin comparación en toda nuestra historia, aunque deficitaria en ocasiones. Porque cualquier análisis serio y de profundidad concluye en que los 40 años entre el 23 de enero de 1958 y diciembre de 1998 son el período más brillante de la historia nacional. Obra por obra, cifra por cifra, comparativa por comparativa: no hay la más remota semejanza con esta poderosa evolución civil y democrática.
Sintetiza el historiador Manuel Caballero: “Se trata del período transcurrido entre dos gobiernos presididos por militares, cuatro décadas de gobiernos civiles, los únicos en la historia del país, si se exceptúan algunos paréntesis (Vargas, Rojas Paúl, Andueza)…En estas cuatro décadas, 1958-1998, se han sucedido buenos y malos gobiernos, como es lógico que suceda en un período tan relativamente largo. Todos han tenido una característica común: han sido gobiernos cuya sustitución se ha hecho al término establecido por las leyes, de manera práctica y por medio de comicios electorales inobjetables y casi unánimemente inobjetados…Han sido cuarenta años de democracia”.
Jóvito Villalba elogió un aspecto de la democracia: “El Partido Comunista, aun cuando la democracia no constituya para él, naturalmente, una meta importante y definitiva en el proceso histórico, tiene que ser el primero en reconocer que un país como Venezuela (que durante siglo y medio ha vivido bajo las más abyectas dictaduras, y donde las dictaduras han sido el instrumento de penetración imperialista y de una horrible explotación contra las masas populares) la democracia constituye un gran paso de avance”.
Pese a que ningún ciclo ni período histórico nacional es superior a los cuarenta años de democracia de la República Civil y pese a lo incomparable de los señalamientos históricos de la Revolución Democrática, adolecimos de defectos, vicios y fallas, depravación o desvíos mafiosos, que distorsionaron y se ahogaron en el pragmatismo y el oportunismo, constituyéndose esto último en el ejemplo seguido por la más horrenda realidad que ha llegado a ser la llamada Quinta República chavista. Y es aquí donde el presente nos retrotrae a una decadencia absoluta emparentada con lo que fue la dictadura perezjimenista. Una sargentada, que se alzó devaluando y exagerando los puntos decadentes de la experiencia democrática, apartó totalmente los logros incomparables y discontinuó la evolución innegable en marcha, para perfilarse ante la historia como “la robolución”, con una camada conspirativa que desde su posición gubernamental ha vuelto a intentar manchar los uniformes militares “a realazos”, comprando silencio y sumisión, como en los degradantes tiempos de la dictadura que cayó el 23 de enero de 1958.
Así como la Revolución Democrática ha mantenido para el pueblo el derecho a ser pacíficamente protagonista histórico de sus alternabilidades, estableciendo la paz en libertad y la libertad en paz, la Fuerzas Armadas esperan actualmente volver a jugar su papel estelar –como lo hizo entre 1958 y 1998 derrotando aventureros derechistas e izquierdistas desviados- en el aplastamiento del “bochinche” de neofascismo castrense que hoy las contamina con el tufo de la inestabilidad que pretende cercarnos, ahogando al ciudadano y a las demás formas de participación ciudadana. De la misma manera, los partidos buscan recuperar su papel estelar -tras casi cinco años de rectificación y revalorización- concientes de la trascendencia histórica implícita en la construcción (y reconstrucción) de una democracia con mayor justicia y valor social.
Hoy estamos ante un amanecer similar al del 23 de enero de 1958, cuando se dieron cita una gran cantidad de talentos creativos en todos los campos del acontecer nacional, de luchadores inclinados hacia el bien de Venezuela, que soñaron, crearon, sufrieron y murieron, cumpliendo e incumpliendo sus anhelos, pero en eclosión jamás antes vista. No había desesperación para entonces, todo era esperanza, empeño y orgullo por crear en robustez la conciencia democrática que ya no admitiría más dictaduras. Había fe de creadores y soñadores, donde Miraflores dejara de ser un centro de sobresaltos, despelotes y anarquías para la siembra de odios, divisiones e imposiciones autocráticas en nuestro pueblo. Todo estaba listo para unir y construir, y hubo líderes para ello. Y se dio el crecimiento humano y material más grande de Venezuela.
Más allá de la inspiración unificadora del Pacto de Punto Fijo, donde los principales partidos (AD, COPEI y URD) se comprometieron a respetar y gobernar para el desarrollo integral de Venezuela, obteniendo entre ellos el 94% del respaldo electoral-, la Revolución Democrática generó las más impresionantes generaciones de escritores, poetas, educadores, científicos, empresarios, financistas, economistas, sindicalistas, médicos, ingenieros, arquitectos, juristas, historiadores, músicos, cantantes, compositores, artistas plásticos, cineastas, publicistas, actores, dramaturgos, bailarines, religiosos, periodistas, fotógrafos, exploradores, deportistas y, en fin, una constelación de venezolanos eminentes de talla intelectual, política, cultural, empresarial y ética que cargaron sobre sus hombros el orgullo de ser venezolanos creadores y constructores de una gran República Civil. En todos ellos, con nombres y apellidos en cada una de las áreas mencionadas donde figuran sobresalientemente y en cantidades que el espacio hace imposible especificarlos, están las evidencias irrefutables de lo que llamamos la Revolución Democrática, cual muestrario de paradigmas que enaltecen el ascenso de un pueblo.
A partir del 23 de enero vivimos una nueva y positiva experiencia caracterizada por el imbatible sentido de la unidad. Se enterraron las técnicas dictatoriales que hacen del dolor un arma política. Pese a que hubo en esta época algunos policías criminales que torturaron y asesinaron (casos del profesor Lovera y Jorge Rodríguez), en ningún momento hubo órdenes del gobierno para ello, como sucedía con la dictadura recién caída: presos planeados, torturados con corriente eléctrica en testículos y senos, rines como potros de suplicio, bañeras electrificadas, asesinato premeditado y amedrentamiento sistemático. Pese también a las generalizaciones totalitaristas, tan favorecida por los extremistas, en 1958 se estrenó una forma superior de entender a la política, derrotando el ensañamiento y la inclemencia, impulsando la tolerancia y la coexistencia plural, signos positivos de las democracias avanzadas.
En los cuarenta años siguientes, la democracia iría perdiendo los irrespetos, los insultos, las inflexibilidades, los fanatismos y las intransigencias de las dictaduras, prefiriendo “el espíritu del 23 de enero”: amplio, avanzado, estabilizador, garante de los valores de la libertad, la paz, el orden y el progreso. Al desastre dejado por la dictadura le siguió un gigantesco esfuerzo pluralista, convivente y flexible que impulsó las energías del pueblo hacia lo positivo y creativo, con las fallas lamentables que genera todo sistema evolutivo que a pasos agigantados pasa de una situación medieval a los ardores del desarrollo en los últimos 40 años del siglo 20.
http://www.noticierodigital.com/2010/05/la-democracia-que-chavez-detesta/
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