Mayo 29, 2010
El mayor drama de la crisis económica venezolana no es la caída del PIB, la escasez de alimentos o el cierre de empresas. Esos son los síntomas del problema de fondo: la incapacidad del gobierno para reconocer la realidad de las cosas. Obsesionado con su evangelio revolucionario, el presidente Chávez desconoce el comportamiento natural de los ciudadanos y los mercados, encaja a la fuerza un modelo divorciado con los tiempos actuales, y espera salir exitoso en sus propios términos. Cuando dice que el sistema capitalista agoniza en Venezuela tiene razón. Lo que no puede ver (porque ya perdió toda conexión con la realidad) es que el nuevo modelo socialista hace agua a medida que navega.
Y lo terrible es que su tripulación está convencida de que basta achicar con un balde para alcanzar la otra orilla.
El bolívar fuerte, que tercamente insiste en reverdecer con el signo de dólar para refugiarse en la banca extranjera, no emigra por conspirador sino por su propia supervivencia. Porque la realidad de las cosas es que las personas y las empresas actúan en función de sus intereses. Lo natural es que un gobierno favorezca las condiciones para que esos intereses particulares engranen con el bienestar colectivo en un círculo virtuoso: en la medida que invierto en el país mejoro las condiciones de todos, y por ende, las propias. Pero cuando el presidente exige control total de tierras, capital y comercio, porque la burguesía “anda buscando dólares para llevárselos”, lo que no entra en su cuartel mental es que se los llevan (burgueses, boliburgueses y público en general) porque de no hacerlo se quedarán sin un peso.
Dirá el revolucionario que precisamente la tarea es romper ese círculo, para él vicioso, a fin de suplantar al individuo por el estado. Una quimera de alto poder emotivo que se estrella contra una realidad: los países que progresan son aquellos que saben aprovechar el emprendimiento de sus ciudadanos y las dinámicas de los mercados, así sea controlando e interviniendo con fuerza.
Los que mutilan las energías y las condiciones para el desarrollo terminan naufragando.
El revolucionario podrá decir que en realidad los dólares saltan del barco como ratas, lo cual es cierto y obliga a aceptar que el barco se hunde y el capitán no quiere darse por enterado.
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