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sábado, 29 de mayo de 2010

Humberto García Larralde - La destrucción de la economía, ¿Ignorancia, torpeza o intención?

Las medidas que viene tomando el Gobierno en materia económica desafían nuestra capacidad de asombro. En vez de aliviar la actual crisis, la agravan. La pregunta obligada es, ¿Por qué? Hasta hace poco, las respuestas tendían a repartirse entre ignorancia, incompetencia o ambas a la vez. Pero, aunque cuesta creer en una intención deliberada por arruinar al país, esta explicación asoma ahora como la más verosímil.

Primero los hechos

Ante el colapso financiero internacional a finales de 2008, el gobierno venezolano aplicó el freno, agravando los efectos sobre la economía de la caída en el ingreso petrolero. Pero tampoco es que ordenó las cuentas fiscales, pues mientras redujo el gasto doméstico, asumió absurdos compromisos externos en compras multimillonarias de armas rusas, estatización de empresas extranjeras y mayor endeudamiento. En el plano interno, arreció el acoso al sector privado, acentuando regulaciones, multas y confiscaciones de establecimientos productivos. En tanto, la sobrevaluación resultante de cinco años de paridad fija con una inflación acumulada cercana a 150% provocó, junto a la destrucción de capacidad productiva doméstica, una duplicación del peso de las importaciones en la consumo interno. No obstante, sólo un 58% de estas importaciones pudo ser financiado con el dólar oficial, recurriéndose al mercado permuta para el resto, con el consecuente impacto sobre los precios domésticos. Para mayor alarma, el desvío de reservas internacionales desde el BCV e ingresos petroleros externos al Fonden, mermó el respaldo a la moneda local y estimuló la fuga de capitales.

El año pasado la economía venezolana cayó, según cifras oficiales, en un 3,3% y, en términos per cápita, en un (-) 4,8%. Asimismo, cerró con la inflación más alta de América Latina –tercera a nivel mundial- y con un déficit de más de USA $10 millardos en la balanza de pagos. La devaluación del 8 de enero, anunciada alegremente como base de una estrategia exportadora que reactivaría la economía, fracasó desde el primer día por no acompañarse de medidas que devolviesen la confianza a los productores. Por demás, el bolívar sigue sobrevaluado, aun a la tasa oficial de Bs. 4,30 por dólar y mucho más a la de 2,60. Con tasas de interés pasivas muy por debajo de la inflación esperada, no es de sorprender que la demanda del “dólar permuta” se dispare, sobre todo cuando el racionamiento de divisas por parte de CADIVI parece confirmar que su oferta real es todavía menor de lo que se pensaba[1].

Este año todo indica que Venezuela será el único país de América Latina cuya economía no crecerá: de hecho, las cifras para el primer trimestre marcan una caída del 5,8% con respecto a igual período del año pasado. Se estima una inflación superior al 40%. Aunado a los recortes eléctricos y las alcabalas administrativas de todo tipo a la actividad productiva, las oportunidades de negocio en Venezuela se ven bien magras salvo para aquellos aun pegados a la teta del Estado.

Posibles explicaciones

Cualquier análisis sensato llamaría, entonces, a un “vuelvan caras” en materia económica para detener esta desbarrancada económica y poder reactivar la actividad productiva. Pero no, el Presidente prefiere más bien aprovechar la crisis para culpabilizar de “especuladores”, “burgueses”, a quienes han tenido que recurrir al mercado de permutas y arreciar sus ataques a empresas emblemáticas, confiscándoles productos para surtir a Mercal. El intento de reprimir policialmente a las fuerzas de mercado colocando las transacciones de permuta bajo control del BCV mientras se anuncian penas draconianas a quienes intenten transar divisas fuera de los canales oficiales, lejos de bajar el dólar, alimentará un mercado negro donde su cotización será todavía más cara.

¿A qué se debe esta actitud suicida del Gobierno? ¿No se da cuenta que sus dislates en materia económica habrán de pasarle factura en las venideras elecciones?

Sin duda mucho se debe a la ignorancia de quienes comandan el Estado. La abundancia de los ingresos petroleros de los últimos años hizo creer que no hacía falta apegarse a criterios de racionalidad económica, alimentando así el voluntarismo caprichoso con que el Presidente toma sus decisiones. Por otro lado, la baja calificación, escasa especialización y actitud sumisa de ministros continuamente “enroscados” desde un puesto a otro, añaden su cuota de ineficiencia. Pero la obstinación con que se persiste en cometer errores no puede atribuirse sólo a estas dos condiciones.

Es menester considerar, además, los efectos del terrible resentimiento, odios y envidia cobijados en la prédica anticapitalista de los jerarcas Bolivarianos. No es que no pudieran existir motivaciones ideológicas en algunas acciones que cercenan la iniciativa privada, pero debe recordarse que, para lo marxistas, la expropiación de los capitalistas se concebía como un paso necesario para liberar a las fuerzas productivas y entregar a los obreros el dominio sobre los procesos que determinan sus condiciones de vida, v.g., el proceso de trabajo. Luego de la desastrosa economía de guerra impuesta por el novel régimen bolchevique, enfrascado en batalla mortal por su sobrevivencia, Lenin se vio obligado a restaurar las bases de funcionamiento de la economía de mercado –la Nueva Política Económica (NEP)- para recuperar la actividad productiva. La saña destructiva con que Chávez arremete contra la empresa privada apunta a otra cosa. Así lo ilustra la abusiva toma de la finca Las Carolinas, modelo de gestión productiva, en venganza contra Diego Arria, y las absurdas acusaciones contra Polar, cuya motivación no es otra que envidia: es emblema de eficiencia, capacidad y servicio Y CHÁVEZ NO LA CONTROLA.

La razón más convincente de la desazón económica reside en las ansias enfermizas de control de todo líder de vocación totalitaria. Camelo Mesa Lago, economista cubano estadounidense, narra en un portentoso libro[2] cómo Fidel se vio obligado en dos ocasiones a una tímida apertura a la iniciativa privada[3], la primera, influida por los aires liberadores del Glasnot y la Perestroika, la segunda, por la imperiosa necesidad de estimular la actividad productiva durante el espantoso “período especial” de los ’90, luego que desapareciera la Unión Soviética y, con ello, su ayuda. Como era de esperar, la economía respondió en ambos casos: de haberse mantenido hubiera mejorado las condiciones de vida de los cubanos significativamente. Pero una vez superadas –a los ojos de Fidel- las condiciones que provocaron esta tímida apertura, se cerró de nuevo la economía bajo el control férreo del Estado. El liderazgo comunista alegó que no podía permitirse que la iniciativa privada introdujera “desigualdades” entre los cubanos, minando la “moral socialista”, pero la verdadera razón era que los medios de sustento autónomos introducían una cuña en la maquinaria de control del poder totalitario. El primer paso hacia la libertad personal es no tener que depender del Estado cubano para ganarse el pan. En la Venezuela actual, la demolición de empresas privadas reduce los espacios de actividad autónoma amparada por la Constitución y las leyes: nuestra vida pasa a depender crecientemente de los dictámenes del Estado, es decir, de la voluntad de Hugo Chávez. Pero, en esta ofensiva por controlar todo, ¿La destrucción de la actividad económica privada no acarrea un costo político demasiado elevado cuando la base de sustento del Gobierno parece hacer aguas? La increíble irresponsabilidad de Chávez al querer consolar a sus partidarios declarando que lo que cayó fue la “economía capitalista” nos da la respuesta: le importa un bledo el bienestar y las fuentes de empleo de la gente.

Los regímenes totalitarios buscan implantar un Nuevo Orden que barra con el “viejo orden podrido”. Cual misión religiosa se asume la “limpieza” de los elementos considerados indeseables por el intérprete indiscutido del proceso -el líder máximo- que hagan peligrar su consecución. De ahí la visión maniquea de una lucha sin cuartel entre un “nosotros” –identificado con los intereses sublimes de la Patria y con los valores más nobles del Pueblo-, y un “ellos”, malignos conspiradores que son expresión de la “anti-patria”. El juego político simplemente no entra en estas consideraciones. “¿Política? Yo ya no hago política. Me repugna”, ripostó Adolf Hitler ante los elogios de un subalterno[4]. La historia atestigua cómo los líderes fascistas se vieron atrapados en la dinámica de confrontación, de odios e intolerancia, que generó su propia retórica. En la medida en que se aíslan en su fanatismo y rechazan todo diálogo con quienes no piensan como ellos, son atraídos fatalmente, cual mariposas embelesadas por la luz, por una especie de conflagración final que salde definitivamente cuentas con los que consideran enemigos, con resultados devastadores para sus respectivos pueblos. Chávez se ha entrampado actualmente en una confrontación que no tiene otra salida para él que la represión y la radicalización de su declinante número de fanáticos. La destrucción de la actividad económica independiente, como el empeño irracional de acabar con las universidades autónomas, forma parte de sus designios: no hay cálculo político, ni frenos morales, éticos, ni mucho menos de índole económica, que detenga su afán destructivo. Sólo lo parará el cerco de fuerzas democráticas –simpatizantes o adversarias- capaces de asfixiar la materialización de sus delirios.

NOTAS

[1] Entre otras razones cabe señalar las dudas sobre las cifras oficiales de producción de crudo, lo cual lleva a pensar que los ingresos petroleras son menores; la hipoteca de ingresos petroleros futuros para pagar la deuda con China y otros; el financiamiento generoso de las compras de crudo de países asociados a PetroCaribe que pospone la entrada de dólares; el mantenimiento –ya insostenible- de Cuba; la sustracción de divisas para alimentar Fonden; y la imperiosa necesidad del BCV por acumular mayores reservas.

[2]Buscando un modelo económico en América Latina, ¿Mercado, socialista o mixto?: Chile, Cuba y Costa Rica, 2002, Editorial Nueva Sociedad, Caracas.

[3] Fueron ampliadas las licencias para los “cuenta-propistas”, ejercicio individual de servicios personales como la mecánica, peluquería, técnico de electrodoméstico, etc.; se permitieron los “paladares”, pequeños restaurantes familiares que no pueden emplear personal ajeno; y fueron autorizados nuevos mercados campesinos para la venta de productos no comprados por el Estado.

[4] Citado en Haffner, Sebastián (2002), Anotaciones sobre Hitler, Galaxia Gutenburg, Barcelona. Pág.180

http://www.analitica.com/va/economia/opinion/7387789.asp

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